el contrapunto
No hay consecuencias
Sánchez ha traspasado todos los límites considerados infranqueables en democracia
La decisión de Feijóo
De Sánchez, Trump y otros traidores
El asesinato de una trabajadora social en Badajoz y la deriva antidemocrática que ha tomado el Gobierno sanchista obedecen a una misma razón, muy sencilla. Se la oí exponer a una compañera de la víctima, indignada ante lo sucedido. Se resumía en tres palabras: « ... No hay consecuencias». Una realidad inapelable y de efectos devastadores en múltiples ámbitos de la España actual, desde la educación a la política.
Los menores detenidos como autores del homicidio de María Belén Cortés Flores estaban donde no debían estar, dado su historial delictivo, y seguirán disfrutando de una impunidad peligrosa e intolerable, porque la legislación vigente los considera niños inimputables a efectos penales, aunque se comporten como adultos criminales de la peor especie. ¿A quién puede sorprenderle que cada vez sean más violentos? Cuando los actos no tienen consecuencias, cuando la responsabilidad individual se deriva a la familia, la escuela, la sociedad o 'la gente', se alientan los peores instintos en la misma medida en que se desmotivan el esfuerzo o la honradez. Lo cual tiene un reflejo perfecto en nuestra maltrecha vida pública.
Pedro Sánchez ha traspasado todos los límites considerados infranqueables en democracia sin asumir culpa alguna ni recibir el castigo ciudadano merecido. Llegó al poder mintiendo y se ha mantenido en él a base de mentiras. Lo sostienen golpistas prófugos y portavoces de ETA. Prometió acabar con la corrupción y está sumergido en ella hasta el cuello, con su mujer investigada por la justicia, su «hermanísimo», colocado a dedo, a punto de sentarse en el banquillo, y su fiscal general imputado en el Supremo, al igual que su número dos, José Luis Ábalos, presunto amañador de contratos públicos adicto a las chicas de pago con cargo al contribuyente. Aprovechó la pandemia para clausurar ilegalmente el parlamento y encerrarnos arbitrariamente en casa, mientras su brazo catalán, Salvador Illa, a la sazón ministro de Sanidad, restaba gravedad a la amenaza, negaba información sobre los muertos, ataba las manos de las comunidades autónomas y hacía la vista gorda ante los negocios de Koldo y compañía con las mascarillas. Enemigo acérrimo de la verdad, intenta colarnos una ley destinada a amedrentar a la prensa crítica o ahogarla económicamente. Ahora da un paso más y pretende gobernar de espaldas al Congreso de los Diputados, emulando a un dictador bananero. El caudillo socialista no tiene mayoría suficiente para aprobar el gasto en defensa que nos reclama Europa, en vista de lo cual hurta a la sede de la soberanía nacional el debate indispensable para aprobar dicha medida. Ningún mandatario occidental resistiría en su situación. Él sí. Él se aferra a la poltrona porque sus excesos desvergonzados debilitan a la nación pero carecen de consecuencias para él. Porque no hay manifestaciones diarias exigiendo su dimisión y la convocatoria de elecciones, como ocurriría si uno solo de esos escándalos fuese imputable a un gobernante de centro derecha. Porque puede.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete