tiempo recobrado
Calígula
Cuando el poder se ejerce sin límites, desemboca en un nihilismo cuyo único sentido es la negación de todo principio o valor
Líderes fuertes
'Sub specie aeternitatis'
Albert Camus escribió su drama 'Calígula' entre 1938 y 1942 cuando la Wehrmacht extendía sus tentáculos por Europa. Estrenada en 1945, los críticos interpretaron la pieza como una parábola sobre Hitler, un dictador sediento de odio y sangre cuyo fanatismo había destruido el continente. ... Camus se inspiró en Suetonio, que describe a Calígula como un emperador sin el menor sentido de los límites.
La obra de Camus presenta a un Calígula atribulado por la muerte de Drusila, su hermana y amante. Quiere vengarse del mundo y demostrar la irracionalidad de la existencia. «Los hombres mueren y no son felices», exclama el tirano. Legitimado por su dolor, mata, saquea, viola, humilla y siembra el terror.
Quereas, uno de sus servidores, planea su asesinato para librar a Roma de su emperador. «No es la primera vez que un hombre dispone de un poder sin límites, pero sí es la primera que lo utiliza sin límites», señala Quereas, que piensa que la desmesura de Calígula le llevará a su propia destrucción.
Como relata Suetonio, Calígula había hecho sustituir las cabezas de las estatuas de Júpiter por la suya propia y disfrutaba asesinando a sus cortesanos mediante una lenta tortura. No dudó en ejecutar a un patricio que le había asegurado que daría la vida por la suya.
Camus no simplifica el carácter del emperador obsesionado por atrapar la luna con sus manos. Por el contrario, le presenta como un hombre de extrema cordura, que quiere demostrar el absurdo de la existencia y la precariedad de las ilusiones humanas. Más allá de su crueldad y su arbitrariedad, Calígula es un nihilista que desdeña todos los valores, coherente en su perfidia.
He releído la obra hace unos días y me ha parecido no sólo que no ha perdido vigencia, sino que además sigue siendo una lúcida reflexión sobre la naturaleza del poder. Como apuntaba Lord Acton, el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Es una verdad que se manifiesta a lo largo de la historia.
Cuando el poder se ejerce sin límites, desemboca en un nihilismo cuyo único sentido es la negación de todo principio o valor. El yo se coloca por encima de cualquier obstáculo o limitación. Y su gratificación exige dosis crecientes de autocracia. «¿De que me sirve tan tremendo poder si no puedo hacer que el sol se ponga por el este o que los seres humanos no mueran?», se lamenta el emperador.
Hay líderes políticos que quieren cambiar el curso del sol sea por vanidad o por inconsciencia. Su nihilismo los lleva a despreciar el valor de la vida. Anteponen la lógica del poder a la fuerza de los principios. Y gustan de reafirmarse en la humillación para demostrar su superioridad. Lo que ignoran es el destino de un Calígula apuñalado por sus cortesanos cuando se miraba al espejo. «Todavía estoy vivo», fueron sus últimas palabras. Ya estaba muerto.
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