EL CONTRAPUNTO
La decisión de Feijóo
En lugar de pedirlo y negociarlo, Sánchez intenta imponer bajo amenaza el respaldo incondicional del PP a sus exigencias
De Sánchez, Trump y otros traidores
Trump no va de farol. Es peligroso
Pedro Sánchez ha convocado este jueves a Alberto Núñez Feijóo para hablar del incremento sustancial e inaplazable del gasto español en Defensa, que él ha comprometido ya con la UE y la OTAN sin disponer de los avales necesarios. Fiel a su infinita soberbia, ... el caudillo socialista anuncia que concederá al líder de la oposición media hora de su valioso tiempo. Lo mismo que a Sumar, Junts, ERC o Bildu y treinta minutos más que a Vox, tercer grupo del Congreso en número de escaños, al que ha excluido de las conversaciones en nombre del muro infame levantado por su sectarismo. La maniobra es burda, aunque conveniente desde el punto de vista de sus intereses partidistas, máxime en el marco de polarización vigente en nuestro país desde que él llegó a la Moncloa. Se trata por una parte de ningunear al PP, incluyéndolo en el pelotón de formaciones minúsculas a las que tiene compradas a plazos, cada vez más onerosos, y por otra de situarlo ante un dilema insalvable: o respalda sin rechistar las pretensiones del líder sanchista o será señalado por el equipo gubernamental de propaganda sincronizada como enemigo de Europa, alineado junto a la extrema derecha entregada a Donald Trump.
Sánchez es un trilero, es cosa sabida. Carece de escrúpulos y de moral. En caso contrario, acudiría al Parlamento, explicaría allí su propuesta y la sometería a votación, previo debate en profundidad, abierto a todos sin limitaciones, sobre una cuestión de tal gravedad. Eso sería lo democrático y lo que pretende evitar, porque su intención no encaja en las reglas de la democracia. Él sabe que sus socios comunistas o separatistas de extrema izquierda, y por ende enemigos de la Alianza Atlántica, jamás aprobarán un aumento de la inversión en seguridad, salvo que las contrapartidas rebasen abiertamente el marco constitucional. Esta vez necesita el auxilio de Feijóo, le guste o no. Pero en lugar de pedirlo y negociarlo, como haría cualquier presidente de Gobierno homologable a los estándares europeos, intenta arrinconarlo, someterlo por la fuerza, imponerle bajo amenaza un apoyo incondicional a una medida en cuyo desarrollo posterior el dirigente popular no tendrá arte ni parte, puesto que, una vez obtenido su «sí», el jefe de la coalición Frankenstein volverá al cordón sanitario, la marginación y el desprecio más absoluto hacia el ganador de las elecciones a quien las últimas encuestas otorgan, además, una ventaja de seis puntos y treinta diputados respecto del PSOE.
¿Qué piensa hacer Feijóo ante este ultimátum? ¿Cómo planea sortear la trampa? Lo desconozco. Si fuese yo, contestaría con un portazo o cuando menos pondría condiciones ineludibles, por escrito, entre las cuales figurarían un recorte drástico del derroche, un debate parlamentario y elecciones anticipadas. Porque una cosa es tener sentido de Estado y otra muy distinta hacer el primo. Claro que yo nunca he servido ni serviré para la política.
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