Crítica de ‘Cruella’: Loor a los villanos y olor a su elegancia
«El argumento es rápido, tiene un ritmo endiablado, un humor vitriólico y se provee de una música con chispa y de un ‘look’ prodigioso»

La idea es que el mundo avanza hacia una exigencia de moralidad cada vez más alta y más confusa, y entre lo que no es aceptable, lo que no es culposo y lo que no es delito, cualquier individuo puede estar completamente seguro de ... que no pasa ni un solo día sin ser un villano, si quieren con comillas. Nuestro mundo, como es ‘honesto’, detesta lógicamente a los villanos; pero el cine los adora, y el público también. Y ahí tienen, por ejemplo, al cruel Joker, o aquí, en esta película, a la graciosa Cruella de Vil , que nos regala tantos momentos ‘joker’ que se puede fantasear con un próximo futuro de pareja cinematográfica.
La película que construye Craig Gillespie, el director de ‘Yo, Tonya’ , es literalmente fabulosa y se instala en el universo Disney con un cargamento de gluten y otras proteínas nocivas para los cuerpos intolerantes y beneficiosas para las mentes voraces. Gillespie narra la conversión de la niña Estella, con mucho potencial guerrero, en la joven transgresora y vengativa Cruella ; cuenta su infancia peleona y trágica, su adaptación al Londres estiloso y ‘punkoso’ de los setenta y al modo en que fabrica su personaje y forja su visión-misión en el mundo; algo así como su empoderamiento.
Y lo escribe el director con una cámara suntuosa, babilónica, abundante en giros imposibles y en panorámicas y ‘travelling’ de vértigo, lo que probablemente ha obligado al director de fotografía, Nicolas Karakatsanis, a ponerse en manos de un fisioterapeuta.
El argumento es rápido, tiene un ritmo endiablado, un humor vitriólico y se provee de una música con chispa y de un ‘look’ prodigioso que rima en consonante con el fabuloso mundo de la moda donde se desarrolla la historia.
Todo magnífico, pero lo auténticamente glorioso es la lucha de las dos Emmas, Emma Stone y Emma Thompson, una Cruella y otra la Baronesa, una pugna entre personajes tan distorsionadamente ‘malos’, en especial la Baronesa, y entre actrices tan sólidamente ‘buenas’, que convierten la función en una maravillosa sobredosis de gluten. Y los dálmatas (y los otros perrillos) son pocos, pero esenciales.
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