Crítica de «In fabric»: Vestido para matar
Esta historia tiene una riqueza de detalles bien observados, y un sentido del humor para filmar con cara de póker su ridícula premisa, que supera su condición de derivado del thriller trilero

El británico Peter Strickland lleva encadenadas tres películas deliciosas en las que vuelca su amor por el cine italiano de hace medio siglo; y no por el o por la comedia posneorrealista, sino por el thriller menos reputado de plata y baba. Todo cambia, de todos modos: Darío Argento y Mario Bava van camino de suceder a Leone en su ascensión tardía a los altares cinéfilos (veáse el remake de «Suspiria» o «The Neon Demon»), pero Strickland es tan bueno que nos gusta hasta a quienes abominamos de sus modelos.
Esta historia de un vestido asesino, rojo como las zapatillas también malditas de Michael Powell, tiene una riqueza de detalles bien observados, y un sentido del humor para filmar con cara de póker su ridícula premisa, que supera su condición de derivado del thriller trilero (además es mucho menos sádica, lo que yo al menos agradezco). Incluye, por el mismo precio, una sátira del consumismo que se sitúa entre el Godard de «La mujer casada» y el Romero de «Zombi», y una bruja de lengua arcaica y pedante que vale por sí sola el precio de la función. Sé que tiene algo de indigno aplaudir como cine de autor lo que se ignoró como cine popular de género, pero igual pasa con ese otro sublimador del «pulp» que es Tarantino: el pastiche posmoderno como placer culpable.
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