EL ÁNGULO OSCURO
Pacifismo y belicismo
Si España no estuviese en manos de cipayos, todo el dinero en armas que vamos a enviar a una guerra que ni nos va ni nos viene, se destinaría a preparar nuestra defensa contra enemigos reales que se relamen, mientras financiamos sus infraestructuras
Un poquito de realismo
El camión escoba del 'wokismo'

El frenesí belicista que se ha apoderado de las colonias del pudridero europeo nos invita a hacer algunas reflexiones sobre la paz, uno de los más preciados bienes a los que el hombre aspira; pues, faltando la paz, los demás bienes no pueden alcanzarse en ... plenitud, ni disfrutarse sin temor. Pero no hay paz posible si se anulan las exigencias de la justicia; y aquí radica el mal de origen de muchas ideologías o actitudes pacifistas, que pretenden instaurar una paz sin justicia, rechazando todo conflicto porque lo consideran una amenaza al bienestar alcanzado. Este pacifismo puede alcanzar una expresión todavía más inicua, cuando no sólo pretende instaurar una paz sin justicia, sino que aspira a que la injusticia sea el fundamento de una paz inicua, como ha ocurrido en tantos crepúsculos de la Historia y ocurre hoy en el pudridero europeo.
El pacifismo, pues, nos parece un subproducto ideológico abominable, propio de quienes llaman paz a los mayores males, como nos enseña el Libro de la Sabiduría (Sab, 14, 20). Además, en contra de lo que pretenden los pacifistas, los largos períodos de paz con frecuencia han resultado funestos para los pueblos que los han disfrutado (o padecido). Ocurrió así con la larga Pax Romana, que debilitó el inmenso imperio ecuménico formado por Augusto y sus predecesores, hasta destruir por completo las virtudes republicanas, forjadas en tiempo de guerra. Ocurrió así también con la decadencia musulmana en España, que no se produjo tanto por los avances bélicos de los reyes astur-leoneses y castellanos, como por la relajación de las costumbres y el reblandecimiento de la refinada cultura del califato y de los reinos de taifas. Podríamos multiplicar los ejemplos 'ad infinitum', hasta rematarlos con la situación que hoy vivimos en el pudridero europeo: en los períodos dilatados de paz aumentan la riqueza y el bienestar de los ciudadanos; pero con la riqueza y el bienestar florecen también el culto al dinero, la ociosidad y los vicios más nefandos, tanto privados como públicos. Los pueblos pacifistas llegan a olvidar que su libertad depende, en última instancia, de su valor militar; y, olvidándolo, se entregan patéticamente a sórdidas luchas políticas y antagonismos sociales que terminan cretinizando a las masas y a la vez deprimiendo su ánimo, con lo que se favorece la emergencia de discursos y prédicas disolventes. Así está ocurriendo hoy en el pudridero europeo, fértil campo para la demogresca y las más encizañadoras «políticas de la diversidad».
La paz verdadera, pues, no es ausencia de guerra, ni un equilibrio entre fuerzas adversas, sino búsqueda de un orden fundado en la justicia. Y para defender legítimamente ese orden a veces hay que desenvainar la espada; no siempre para guerrear, sino también para disuadir a quien pretende destruirlo. Pero la paz que defienden los pacifistas ya hemos visto que no es paz verdadera, sino paz pérfida fundada en la injusticia; y cuando los pacifistas convocan histéricamente a la guerra podemos tener la seguridad de que pretenden inmolarnos por el mantenimiento de esa injusticia. Así ocurre en estos días, cuando suenan los tambores de guerra, supuestamente en defensa de unos supuestos 'valores europeos' (que, como bien sabemos, abarcan desde el sopicaldo penevulvar hasta la religión climática).
En realidad, lo que estos pacifistas reconvertidos en belicistas frenéticos hacen no es otra cosa sino satisfacer los intereses del complejo militar industrial, sobre cuyas intenciones ya Eisenhower nos alertó clarividentemente. En diversas ocasiones, el bocazas de Trump y diversos gerifaltes de la OTAN habían hecho llamamientos en vano para que el pudridero europeo adquiriese armas; pero los mangantes que nos gobiernan se resistían, pues se trataba de una acción muy impopular y preferían engordar sus chiringuitos y a las hordas de vagos que en ellos acampan. Ha sido la humillación pública que el bocazas de Trump infligió 'urbi et orbi' al títere Zelenski la que ha convertido súbitamente a nuestros pacifistas en belicistas frenéticos dispuestos a infligirnos las exacciones más salvajes (pues sus chiringuitos y sus hordas de vagos no los van a tocar), anunciando incluso la ampliación de los niveles de déficit permitidos; niveles de déficit cuya inamovilidad ha justificado en el pasado tantos recortes sociales. Resulta, en verdad, irrisorio que comprando armas a empresas estadounidenses, o participadas por fondos estadounidenses, las colonias del pudridero europeo pretendan hacer creer a las masas cretinizadas que garantizan la independencia de sus naciones frente al bocazas de Trump.
Y, para añadir delirio a este expolio salvaje, nos atemorizan con una Rusia que supuestamente estaría dispuesta a agredirnos o invadirnos… la misma Rusia que, según la propaganda financiada por estos mismos pacifistas reconvertidos en belicistas furiosos, fabrica misiles con chips de lavadoras. Si España no estuviese en manos de cipayos, todo el dinero en armas que vamos a enviar a una guerra que ni nos va ni nos viene (y que además está perdida), para combatir a un enemigo fantasmagórico que nos ignora olímpicamente, se destinaría a preparar nuestra defensa contra enemigos reales que se relamen, mientras financiamos sus infraestructuras y dejamos que nos invadan silenciosamente. Pero es natural que una patulea de pacifistas reconvertidos en belicistas histriónicos no sepa quiénes son los enemigos reales de España; pues esos enemigos son sus amigos más entrañables, como la putrescencia es amiga entrañable del moho que la devora.
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