La guerra de Astor Piazzolla, el 'asesino del tango' que liberó a Argentina con su música
Hace hoy 100 años nació el célebre bandoneonista que tocó con Carlos Gardel, fue ayudado por el gran Rubinstein y se sumergió en el jazz para convertirse en uno de los compositores más importantes del siglo XX

En 1955, Gustavo Beytelmann fue testigo de una escena en su ciudad natal, Venado Tuerto, que retrata a la perfección las pasiones que Astor Piazzolla despertó durante décadas entre los argentinos. «Yo tenía diez años y estaba en un bar con mi padre, cuando ... un tipo comentó que Piazzolla iba a mandar al tango al cementerio. Otro saltó al instante: “¡No te permito que digas eso!”. El primero volvió a la carga: “¿Que no me lo permites? ¿Pero tú has escuchado la porquería que hace?”. Y este le respondió: “¡Vos sos un hijo de puta!”. En ese momento, ambos se liaron a puñetazos».
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Beytelmann, que veinte años después se convirtió en el pianista del famoso octeto electrónico del considerado como uno de los músicos más importantes del siglo XX, reconoce que no suele contarles esta anécdota a sus alumnos de Tango en el Conservatorio de Róterdam , donde es director artístico. No quiere que piensen que está delirando, pero lo cierto es que escenas como esta se repetían a diario en Argentina cuando Piazzolla publicó debut en los años 50.
«Mi abuelo siempre decía que tipos así fueron los que le hicieron famoso, porque, por culpa de ellos, salía todos los días en la sección de sucesos de los periódicos. ¿Puedes imaginarte lo que significa eso? ¿Te das cuenta del drama que generó solo por querer modernizar una música?», se pregunta el batería Daniel ‘Pipi’ Piazzolla , pocos días después de regresar de España, donde ha celebrado un gira por los 100 años del nacimiento del autor de ‘Libertango’, que se cumplen hoy.
Convertido en una de las grandes figuras del jazz argentino, y habiendo acompañado a figuras como Paquito D’Rivera , Gary Burton o el recientemente fallecido Chick Corea , el nieto recuerda perfectamente las historias que su abuelo le contaba de pequeño sobre Nueva York, donde se fue a vivir en 1924. Allí le regalaron sus padres su primer bandoneón, el instrumento con el que cambiaría la música de su país. Y allí tocó con Carlos Gardel . De hecho, se libró de ir a la gira en la que el cantante se mató con todo su equipo, porque tenía solo 14 años y su padre no le dejó ir.
Arthur Rubinstein
En la Gran Manzana, Piazzolla escuchó a Gershwin y se llenó de jazz, poniendo los cimientos de su futura experimentación en el tango que tantos enemigos le ocasionó cuando regresó a Argentina con 18 años. En Buenos Aires se unió a la orquesta de Aníbal Troilo y conoció al gran Arthur Rubinstein , que le ayudó a buscar un profesor para explotar su potencial. Dio entonces clases de bandoneón con los grandes maestros y se presentó a un concurso solo para financiarse un viaje a Europa, en el que estudiar armonía y música clásica con Nadia Boulanger . «Ella me enseñó a creer en mí y en que mi música no era tan mala. Yo pensaba que era basura porque tocaba tangos en un cabaret y resulta que tan solo tenía una cosa llamada estilo», contó años después.

Cuando el bandoneonista empezó a innovar con el ritmo, el timbre y la armonía, Argentina reaccionó como si la hubieran herido de muerte. «Astor nunca quiso romper el tango, solo fue consciente de que esa música tenía un valor artístico y un potencial creativo enorme que valía la pena explorar. Así se ganó el respeto de los intelectuales y, sobre todo, de una juventud que soñaba con cambiar el mundo. Cristalizó todas esas ansias en una música que a los jóvenes nos era familiar y se convirtió en un icono mucho más importante que las notas que escribió, porque abrió las puertas a una interpretación que ni habíamos soñado. El resto de argentinos, por su parte, le atacó con furia por intentar cambiar algo que para ellos era sagrado», explica Beytelmann.
En muchos de los conciertos le lanzaban monedas y botellas con la excusa de que estaba arruinando el tango. Él nunca se quedó callado, solía defenderse con ataques tres veces más contundentes». En el documental ‘Los años del tiburón’ (2018), se le puede escuchar llamando a la radio para contraatacar a aquellos que le llamaban el ‘asesino del tango’. «¿Qué te pasa conmigo, viejo?», le pregunta al periodista, visiblemente enojado. «Que para mí eso no es tango», responde altivo este, y Piazzolla estalla: «Pero lo que tú haces es una campaña de destrucción y no tienes derecho. Si vuelves a decir algo de mí, el lunes voy a buscarte a la emisora y no precisamente para hablar. ¡Te lo advierto!».
En otra entrevista para la televisión mexicana , en 1984, lo explicó más sosegadamente: «No es cierto que esté en contra del tango, simplemente me posiciono con respecto a él y trato de hacer una música diferente. El problema es que, en Argentina, se puede tocar todo menos el tango. El día que se me ocurrió fue una revolución y todavía tengo problemas. Es como una religión, una secta donde todos hacen lo mismo».
Teatro Colón, 1983
Tras años de lucha, su consagración llegó un año antes con el célebre concierto del Teatro de Colón en Buenos Aires. Pipi Piazzolla lo recuerda bien, puesto que su abuelo fue a buscarle a casa para que le acompañara. «Fue un reconocimiento que el teatro más importante de Argentina le dejara actuar con una orquesta sinfónica. Aquí tengo el programa, donde me escribió: “Para mi querido Danielito, para que nunca te olvides de esta noche en la que tu abuelo triunfó”. Pero lo que se me quedó grabado fue la enorme sonrisa que tenía en el coche. Fue especial para él, estaba contento».

El bandoneonista había grabado ya cincuenta discos, la mayoría en Europa. También había hipotecado su casa y vendido su coche para sacar adelante la ópera-tango ‘María de Buenos Aires’ , en 1968. «Cuando le dije a mi familia que quería dedicarme a la música, se aterrorizaron, porque sabían que a mi abuelo le había ido mal económicamente. Solo ganó algo de dinero en los últimos cuatro años», subraya el batería.
La última conversación que tuvo con él fue en 1990, en un bar del barrio de Belgrano. Le recomendó que estudiase con los mejores maestros, que escuchase a Chick Corea y Keith Jarret y que tratase de hacer música diferente a la de los demás. Días después sufrió un infarto cerebral en un hotel de París y no se recuperó. «Hasta su muerte en 1992, fui a visitarlo al hospital, pero los médicos ya no sabían si me reconocía. Yo creo que sí, pero… bueno, no sé… estaba ahí postrado. Ya no era él».
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