La Cartuja de Miraflores quiere recuperar una talla de Siloé que custodia el MET
La comunidad contemplativa está en conversaciones con el Museo Metropolitano de Nueva York para que la escultura, que fue robada en el primer cuarto del siglo XX, vuelva al cenobio burgalés
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Doce esculturas, presumiblemente, los doce apóstoles y entre ellos, los cuatro evangelistas orientados estratégicamente hacia los puntos cardinales, rodeaban en el siglo XIX el bello panteón real de Juan e Isabel II de Portugal, la gran joya escultórica de la Cartuja de Miraflores, un monasterio habitado por monjes cartujos ... muy próximo a la capital burgalesa. Sin embargo, medio siglo después, cuando esta fue retratada por el historiador de arte Harold Edwin Wethey presentaba un aspecto muy distinto. Seis de las tallas habían desaparecido.
Más cambios se sucederían en los años posteriores y cuando en 1936 el citado experto publicaba su trabajo sobre la obra cumbre del afamado artista Gil de Siloé, el lecho de los monarcas poco o nada coincidía con el original. Entre las obras desaparecidas, una bella talla de alabastro de Santiago el Mayor; se había colocado en su lugar una obra nueva, como en otros tantos huecos, para disimular los espacios dejados por las pequeñas esculturas perdidas. Entonces, Wethey ya apuntaba como causa del destrozo una supuesta restauración realizada en el sepulcro hacia 1915.
Detrás de este desaguisado estaría José María de Palacio y Abárzuza, conde de Almenas, quien revestido de mecenas y con la excusa de ayudar en la restauración del templo, se hizo entonces con una no desdeñable cantidad de obras artísticas, algunas de las cuales acabarían al otro lado del océano, en colecciones privadas o formando parte de museos.

El caso, sobre el que arrojaron luz hace tiempo algunos defensores del patrimonio de la capital burgalesa, como el que fuera director del 'Diario de Burgos' Juan Albarellos, volvió a ser investigado hace unos años por la profesora de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid María José Martínez Ruiz, quien quería ahondar en la figura y formas de actuar del considerado autor del espolio, uno de tantos que sufrió el arte religioso castellano y leonés en los siglos pasados.
Cuenta la experta a ABC que llegó a la Cartuja de Miraflores en 2006, cuando se estaban acometiendo las obras de rehabilitación de la obra maestra del gótico español. «Entonces, las piezas pequeñas habían sido separadas para su restauración y podían verse más de cerca». Algo llamó su atención, al igual que la de los restauradores: «Había obras que no se correspondían demasiado con la calidad estilística del conjunto y, en algunos casos, tampoco con el programa iconográfico».
Un aprovechado 'mecenas'
Tirando del hilo llegó a la conclusión de que detrás de tales diferencias estaba el citado conde, quien a principios del siglo XX hizo su aparición en Burgos y con la excusa de ayudar en las obras de reforma del interior del templo –que arrastraba «destrozos» desde la ocupación francesa–, y pudo satisfacer a su antojo sus intereses crematísticos sin el impedimento de las autoridades religiosas.
«Él no se dedicaba a la restauración sino que en aquel entonces era uno de los coleccionistas de arte más destacados de Madrid y, además. era un visitante asiduo de la Cartuja, un lugar por el que tenía una especial devoción. De hecho, tuvo algún retiro allí», recuerda la autora del artículo 'Las aventuradas labores de restauración del conde de las Almenas en la Cartuja de Miraflores', quien sitúa el 'robo' en el contexto que se vivía entonces.
«Era una época en la que no estaba claramente definido cuál era el personal más cualificado para una restauración. Había muchos profesionales que actuaban con gran libertad y ese fue el momento en el que José María de Palacio se presentó como el gran benefactor» del cenobio burgalés.

En el año 1926, con la excusa de una exposición, el noble trasladó a Nueva York gran parte de su 'tesoro', formado por más de 400 piezas pertenecientes al patrimonio español. Muchas de ellas fueron subastadas al año siguiente. «Tanteó, incluso, la posibilidad de vender toda la colección al gran magnate William Randolph Hearst, pero este no aceptó comprar todo el bloque», apunta la historiadora, recordando que hubo obras que terminaron en colecciones privadas y otras en museos.
Es el caso del propio Santiago el Mayor, «previamente lo adquirió una coleccionista, y en 1969 llegó al Metropolitan Museum de Nueva York». Desde entonces se exhibe en The Cloisters, un espacio que el centro tiene dedicado al arte medieval.
Hace unos años el museo neoyorquino hizo una copia con una impresora en 3D que regaló a la Cartuja de Miraflores, pero el empeño de la comunidad contemplativa es poder hacerse con la verdadera obra. Según han confirmado a ABC fuentes del monasterio habitado por monjes cartujos, la comunidad mantiene abierto, a través de la Embajada de España en Estados Unidos, un «diálogo de manera muy cordial» con el Museo Metropolitano con la idea de que la pieza que llegó a EEUU «de manera fraudulenta» regrese al lugar de donde creen que nunca nunca debió salir.
«No se trata de una exigencia, sino de un diálogo abierto», insisten. ¿Será posible? «No lo sé», responde la historiadora. Según reflexiona en Twitter al hilo de este tema el también experto en Historia del Arte Francisco Prado, «el MET podría considerar devolverla para cumplir lo que se cree que era la intención de la coleccionista americana que la adquirió, según le comunicó Wethey al prior de la cartuja de Miraflores en 1934».
María José Martínez Ruiz insiste en que era una época en la que «la consideración del patrimonio o de la restauración poco tenía que ver con la actual; no hay duda de que las obras de arte no son sólo hijas de su tiempo, sino de todas las épocas que han actuado como sus depositarias».
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