cinco años del estado de alarma por el covid
Paloma Porras: «El confinamiento en los Pajaritos multiplicó los casos de tuberculosis. Y aún sufrimos esa secuela»
La directora del Centro de Salud La Candelaria opina que el encierro no debió ser tan radical y que quizá debió ser más selectivo: «Hizo estragos en los barrios más desfavorecidos»
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Paloma Porras dirige desde 2009 el centro de salud La Candelaria, situado en unos de los barrios más pobres de España y cuyos 22.000 habitantes sufrieron de una forma especialmente dura, por las condiciones de sus viviendas, el confinamiento por la pandemia Covid ... decretado el 14 de marzo de 2020.
Esta médica de familia, que fue presidenta de la Sociedad Andaluza de Medicina Familiar y Comunitaria, llegó al centro como residente en 1990 y pasó por todas las categorías hasta dirigirlo los años 2003 y 2004.
Tras tres años trabajando en los servicios centrales del Servicio Andaluz de Salud regresó a la Candelaria en 2009, cuando obtuvo su plaza fija y donde desempeñan su labor entre 60 y 70 profesionales que también vivieron el confinamiento -del que se acaban de cumplir cinco años- de una manera muy especial. «La Paloma», como la conoce todo el mundo en Los Pajaritos, lo dio todo en la pandemia, igual que todos sus compañeros.
-¿Cómo fueron esos primeros días y semanas de la primavera de 2020?
-Fueron difíciles porque no teníamos material ninguno ni ninguna información. Lógicamente entre todo el personal del centro, incluyendo los residentes, había mucha inquietud, incertidumbre y miedo. Los más mayores eran quizá los que tenían más miedo, porque eran los que corrían más riesgo por el Covid, aunque se sabía muy poco entonces del virus que lo causaba.
-¿Enfermó alguno de sus compañeros?
-En la primera ola, no. En la segunda, enfermó un médico, que estuvo hospitalizado varios días. Tardó varios meses en recuperarse de sus problemas respiratorios. Pero por suerte no murió nadie.
-¿Y usuarios del centro?
-Sí. Tuvimos gente en el barrio que murió de Covid, la mayoría eran mayores, pero también fallecieron algunos de menos de 50 años sin enfermedades previas. No era todo previsible y los fallecidos no eran sólo los que tenían los criterios de mayor gravedad. Lo que sí observamos es que hubo gente que engordó mucho durante esos primeros meses de la pandemia, hasta cincuenta kilos. Hay que tener en cuenta que muchos habitantes del barrio viven hacinados en pisos de 45 metros cuadrados y algunos de ellos, con motivo del confinamiento, se dedicaron sólo a comer. Las personas con discapacidad tampoco podían bajar escaleras y casi ningún bloque tiene ascensor.
-¿Iba mucha gente al centro de salud en esas primeras semanas de confinamiento a hacerse revisiones o a las consultas por algún síntoma o dolor?
-Las primeras dos semanas apenas fue nadie al centro. Había mucho miedo en la gente del barrio y eso tuvo consecuencias. Personas con cánceres o con insuficiencia renal, incluso con ictus o principios de infartos, no vinieron, y eso pasó factura. Recuerdo al hermano de una mujer de 50 años del barrio que había sufrido un infarto. Cuando se lo dijimos, el hombre no debió de entender bien la noticia porque pareció tranquilizarse y nos dijo, como si le hubiéramos quitado un peso de encima: «Menos mal que no tiene covid ¿verdad?». Tal era el terror que inspiraba el coronavirus en esa época. Y le dijimos: «No, su hermana no tiene el virus del Covid pero se va a morir del corazón, si no va al hospital».
-¿Hacían consultas telefónicas?
-Nosotros llamábamos por teléfono a nuestros pacientes para preguntarles cómo se encontraban y para animarlos a que vinieran a sus revisiones, porque muchos dejaron de venir, pero es que también muchos perdieron su trabajo por el confinamiento y no tenían dinero para recargar sus tarjetas de móviles. Era muy difícil comunicarse con ellos para explicarles lo importante que era no saltarse esas revisiones de enfermedades crónicas o una consulta ante cualquier síntoma raro.
-Dice que muchos de sus pacientes engordaron durante el confinamiento. ¿Y sus compañeros del centro de salud?
-Nosotros también engordamos durante el confinamiento y en el centro de salud bromeábamos entre nosotros con que ese verano no íbamos a poder ponernos en bañador o biquini. La gente del barrio nos donaba torrijas, dulces y todo tipo de cosas de comer, era su forma de agradecernos que siguiéramos allí, al pie del cañón. De todas maneras, casi desde la primera semana sabíamos que lo de los aplausos a los sanitarios de las ocho de la tarde se daría la vuelta muy pronto y se convertiría con el tiempo en bofetadas. Lo sabíamos y efectivamente eso fue lo que ocurrió incluso antes de que acabara la pandemia.
-En cuanto la gente le perdió un poco el miedo al Covid...
-Sí, incluso un poco antes. En todo caso, toda la plantilla del centro nos veíamos a las ocho de la mañana para darnos ánimos y ver qué podíamos hacer cada día. Incluso abrimos un grupo de whatsapp, que no teníamos, para fomentar esa conexión entre todos, sanitarios y no sanitarios. Esa experiencia nos unió mucho a todos los profesionales, en ese sentido diría que fue una experiencia bonita. Trabajamos muy unidos y nadie se echó para atrás. Nadie se dio de baja, ni los mayores siquiera, o los que tenían alguna enfermedad que los ponía más en riesgo si se contagiaban. Hubo mucho compromiso de todos, también de los administrativos y del personal no sanitario. Nadie dio un paso atrás.
-En los centros de salud no suelen utilizarse mascarillas, pero de repente se convirtieron en imprescindibles. ¿Cómo gestionaron esa escasez de material?
-Recuerdo que Cáritas nos donó las primeras que usamos y con el transcurso del tiempo nos iban facilitando material desde el propio Servicio Andaluz de Salud, aunque al principio había muy poca información, y alguna contradictoria, sobre el uso de las mascarillas y sobre los protocolos de actuación. Tenga en cuenta que pasamos de utilizar unas cincuenta mascarillas al año a necesitar unas quinientas al día. Pasamos dos meses con muy pocos recursos, pero ya en mayo se normalizó la asistencia y empezó la gente a venir al centro de nuevo. Recuerdo que en los dos primeros meses de confinamiento pasaba por el barrio una tanqueta militar que hablaba a los vecinos, a través de un altavoz, sobre la obligación de confinarse en los domicilios. Eso asustó mucho a la gente y muchos tampoco se atrevían a venir al centro de salud.
-¿Qué secuelas dejó el confinamiento en los Pajaritos?
-Una de las secuelas del confinamiento fue la proliferación de los casos de tuberculosis. Estábamos tratando de ganar la batalla a esa enfermedad antes de la pandemia pero el confinamiento hizo mucho daño a esa lucha que teníamos. En este barrio los pisos son muy pequeños, vive mucha gente en ellos y los casos de tuberculosis se multiplicaron. Aun hoy seguimos con muchos casos, no hemos conseguido revertirlo.
-¿Cuál es su opinión sobre el confinamiento que se aplicó en España en la primavera de 2020?
-Mi opinión personal, sin ser una experta en epidemiología, es que se debió afinar más. Se fue a la medida más extrema que era el confinamiento total para toda la población. Se puede entender que se hiciera en sitios como Madrid, donde el virus estaba muy extendido, pero no era el caso de Sevilla en marzo. En mi opinión, se podría haber optado por un confinamiento más selectivo, quizá a las personas más vulnerables y con mayor riesgo de enfermar gravemente por Covid. En Los Pajaritos y otros barrios desfavorecidos hizo estragos, mucha gente perdió su trabajo y la gente aún no se ha recuperado.
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