EL RECUADRO
Educación vs destrucción
Tal como están las cosas, lo mejor sería cerrar por las noches la plaza de Santa Marta
Ni la Plaza de Santa Cruz «con su lunita plateada», como canta el bolero universal de Carmelo Larrea, y con la Cruz de Cerrajería que llevaron allí desde la esquina de Sierpes; ni la Plaza de doña Elvira, antes que lo que fue corral de ... comedias se convirtiera en masivo restaurante al aire libre; ni la desconocida Plaza de las Cruces, entre la calle de tal nombre y Doncellas; ni la donjuanesca Plaza de los Venerables; ni la Plaza de Alfaro... Fue la Plaza de Santa Marta de lo más rotundo que le salió al marqués de Vega Inclán como comisario regio de Turismo en vísperas de la Exposición de 1929 para dar una visión tópica y sevillana al Barrio de Santa Cruz. Plaza mínima como un suspiro, ornada de silencio, dominada en las alturas por dos torres que compiten: el glorioso cuerpo de campanas de la Giralda y la monjil y humilde espadaña del Convento de la Encarnación. Por la propia configuración del viario, tiene la plaza de Santa Marta la sorpresa de encontrarte tanta belleza, tanto silencio, tanta armonía, al final de un revellín como de muralla almohade. Y dentro, el olor de los naranjos, la hilera de bancos de azulejos de los arriates. Placita para novios, para amantes de la ciudad y para descubridores, a través se sus muros, de los más insólitos ángulos de la Catedral y de la Giralda, así como de los paramentos de cal y silencio de las monjas agustinas, que pocos saben se trasladaron aquí, al cenobio de Santa Marta, cuando durante la invasión francesa fue demolido su convento, que luego fue mercado de abastos y ahora ocupan Las Setas.
Uno de los aciertos de Vega Inclán en su remodelación del barrio para la Exposición fue traer piezas históricas fundamentales de otros lugares, como lo citado de la Cruz de la Cerrajería o una pieza única que colocaron en la plaza de Santa Marta en 1920: el crucero del siglo XVI que estaba en el alfonsí Real Hospital de San Lázaro a la entrada de la ciudad, no sabemos si como cruz de término o cruz de carnero que señalaba una fosa común de epidemia. El crucero parecía hecho a medida para la plaza por Hernán Ruiz «El Joven», autor del Crucificado de la cara principal, aunque algunos estudiosos señalan a Juan Bautista Vázquez como quien labró la Piedad que tiene esculpida por la parte posterior.
El caso triste es que ese crucero de Santa Marta ya no existe. Una victoria más del vandalismo que destruye la cruz de la Inquisición en el rincón del Arquillo del Ayuntamiento, que roba la espada de Mercurio, la de Curro Romero o la Pila del Pato, que pinta de grafitis las columnas de la Alameda o las de la calle Mármoles, que envilece a Sevilla, sin el menor respeto. Como ha denunciado Adepa: «No basta con condenar, el vandalismo están ganando la guerra que han declarado a la ciudad. Pintadas con firma sin que se detenga a nadie, botellonas impunes, palizas como deporte, muchacha borracha y sola que destroza una cruz y no pasa nada, que sepamos. La seguridad no existe.» ¿Qué les sacan los gamberros a toda esta vergüenza? ¿Hay que responder con mano dura, represión, multas? No, todo es consecuencia de algo que falta: educación. Sin ella es imposible respetar a la Sevilla histórica. Aunque tal como están las cosas, lo mejor sería cerrar por las noches la plaza de Santa Marta.
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