EN OBSERVACIÓN
Tiros de cámara
El magnicidio frustrado de Donald Trump se integra en la serie de los 'Episodios Audiovisuales' de EE.UU.
Begoña solo entró a saludar
Los toros van al cielo
Una semana después de abatirlo en su escondrijo de Abbottabad, el Pentágono difundió un vídeo sin fechar en el que Bin Laden aparece frente a una pantalla de televisión, contemplando su propia imagen y perfeccionando una metodología terrorista adaptada a la cultura audiovisual del pueblo ... de Estados Unidos, contra el que volcó todo su conocimiento del medio y el miedo. También Barack Obama, de forma simultánea a la ejecución del líder de Al Qaeda, se hizo retratar por Pete Souza en la Situation Room de la Casa Blanca, frente al monitor que proyectaba la señal en directo de la muerte de Bin Laden. Uno derribó las Torres Gemelas en una secuencia de largo metraje diseñada para su retransmisión en directo y el otro, Nobel de la Paz, preparó en su residencia oficial una escenografía igualmente peliculera, presidida por un LED que concentraba las miradas de todos los congregados –quince hombres sin piedad– en una sala de exhibición que a la vez era plató de grabación. De cine. Sin cortes publicitarios. En ambos casos todo fue publicidad.
La bala que el pasado sábado rozó la oreja de Donal Trump terminará en un museo, o en la biblioteca presidencial en la que, tras su retiro, el expresidente almacene y enseñe sus cosas, para que la gente le haga fotos, como sucede en el Hilton de Washington, donde el atentado de Reagan de 1981. Para no perderse, allí hay una placa de la colección 'National Historic Place', de visita obligada. En Los Ángeles se encuentra el hostal en la que vivía 'Pretty Woman', en San Francisco se puede ver la torre en la que se rodó 'El coloso en llamas', en Washington tienen lo de Reagan y, 'last but not least', que dicen por allí, en Butler es ya posible visitar el lugar donde Thomas Crooks quiso dar matarile a Trump. Todo en sesión continua.
Cantando o algo parecido, Gil Scott-Heron predijo en 1971 que la revolución no sería televisada, cuando, al contrario, en este último medio siglo ningún agitador –empezando por Trump, maestro de ceremonias del asalto al Capitolio, retransmisión en vivo– ha renunciado a las cámaras para sus respectivos montajes, premeditados o sobrevenidos. Improvisar solo está al alcance de los más grandes. De la localidad de Butler nos queda la secuencia de un Donald Trump que, inasequible al desaliento y el balazo, se zafa con violencia de sus guardaespaldas para emerger de la confusión y mostrarse ante la audiencia como superviviente de un atentado. ¿Cuál es mi cámara? Todas. El expresidente de Estados Unidos se debe a su público y se atiene al guion del mayor espectáculo del mundo, circo máximo. No solo llaman la atención sus reflejos para tratar de rentabilizar su herida y romper a codazos el escudo policial que la hacía invisible, sino la actitud de los asistentes al mitin. A diferencia de las desbandadas que provocan los magnicidios, sálvese quien pueda, nadie corre en Butler para ponerse a cubierto. Ni siquiera se tiran al suelo. La gente graba con su móvil para contribuir –«Make America Great Again»– a la perpetuación de una cultura audiovisual en la que 'Pretty Woman' y Bin Laden comparten bloque de apartamentos en una bocacalle de Hollywood Boulevard.
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