CASA DE FIERAS
Todo sobre mi madre
Nunca le ha importado la apariencia, al revés, frunce el ceño cuando las ganas de epatar de alguien se cruzan en su camino
Los quinientos de Barajas
Los amigos que fueron
Se llama Pilar Hornedo Muguiro. Ha trabajado toda su vida de enfermera, primero en la Cruz Roja y después en la clínica La Luz. Su mayor pretensión en la vida ha sido ayudar a los demás. Su dedicación, hacerlo posible. Tiene una mirada cercana que ... siempre acompaña de una sonrisa porque no soporta una mala cara. Es su modo de vida. Como también lo es rodearse de los suyos porque considera a la familia como el bien más preciado. Tiene tres hijos y ocho nietos. Pero también siete hermanos, sobrinos, primos y una legión de fieles que se partirían la cara por ella las veces que hiciera falta. Siempre pensamos que si se hubiera dedicado a la medicina, a la banca de inversión o a la consultoría, se habría forrado, porque la constancia y el sacrificio son sinónimos de su manera de entender todo esto. Pero le dio por cuidar problemas de salud y tristezas del alma. Por eso es la mejor consejera delegada de la empresa familiar.
Odia los focos casi tanto como la mentira. No sabe lo que es el postureo ni perder el tiempo. A veces es tan inquieta, que cuando llega a un sitio ya se ha marchado, porque no sabe decir que no y hay mucho botarate que se aprovecha de esa bondad infinita que le facilita las cosas. Si no fuera mi madre yo haría lo mismo. Nunca le ha importado la apariencia, al revés, frunce el ceño cuando las ganas de epatar de alguien se cruzan en su camino. Tampoco juzga, pero nunca ha perdido ni un segundo en intentar ser lo que no era. Siempre he pensado que tenía uno o dos superpoderes. Pero después de cuarenta años a su lado me he dado cuenta de que, simplemente, ella era el superpoder. Sólo una vez la he visto desgarrada de dolor. Fue cuando se murió el tío Antonio. Puede que por eso ahora viva cerca suyo, allí, entre Ruiloba y Ruiseñada, en los verdes valles a los que todos nosotros volvemos cuando necesitamos respuestas. Y por allí se mueve ahora, de un lado a otro haciendo lo que ha hecho siempre: hacerle la vida más fácil a los demás, como si vivir consistiera en remendar nuestros rotos.
Hoy la calle ruge celebrando un día como tantos otros y yo no dejo de pensar en ella y en lo poco que le importa una efeméride como esta. Nunca fue de recibir consignas. Su libertad vino de serie. El camino que ha venido andando en sus setenta años ha sido el que le ha dado la gana. Dice Carlos Chaouen que madurar es volver a tu padre pero querer, como se quiere a una madre. Poco más que añadir. Nunca estaré a la altura de ese techo de estrellas. Pero me gusta que, al mirar hacia arriba, la meta sea parecerme un poco más ella y menos a mí. Ya tendré tiempo después, cuando su invierno congele cada uno de mis veranos, para recordar todo lo que pude haber sido si la hubiera hecho más caso. Sin pedir nunca nada a cambio y, sobre todo, sin esperar que ningún otro fuésemos tanto como ella.
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