La gran humillación española de 1780 a la 'Royal Navy' que Gran Bretaña quiere que olvides
Entre los días 8 y 9 de agosto, Luis de Córdova apresó dos convoyes ingleses cargados de riquezas destinados a sufragar la guerra de ultramar
Un historiador británico nos explica la diferencia entre el Reino Unido, Inglaterra y Gran Bretaña

Pagaron al inglés con su propia moneda, y no fueron Libras. Un 9 de agosto de 1780, día de gloria y jolgorio para la corona rojigualda, nuestro castizo don Luis de Córdova entró en las páginas de la historia por la puerta grande. ... Lo hizo, cual novillero bregado en el arte del capote, después de haber capturado la friolera de 55 bajeles a su majestad Jorge III. Todos y cada uno, cargados hasta la toldilla con dinero y pertrechos prestos a sufragar la lid británica en ultramar. Sobre el papel apresó dos convoyes a cargo de John Moutray, pero en la práctica fue mucho más. Aquella acción fue una de las mayores humillaciones que perpetró la Monarquía hispánica contra la 'Royal Navy'.
La gesta fue de una envergadura tal que pudo seguirse a través de la Gazeta de Madrid, el BOE de la época. El martes 18 de julio, este organismo desveló que una semana antes había salido de puerto una escuadra combinada franco-española a las órdenes de Luis de Córdova: «Está compuesta de 22 navíos españoles y 9 franceses, con 6 fragatas, una corbeta y 3 balandras». Entre ellos se contaba el 'Santísima Trinidad', coloso de la época y buque insignia de la Armada al montar 114 cañones. «Al anochecer de este día se hallaba la retaguardia de la escuadra distante 10 o 11 leguas del puerto», añadía el texto.
Cesáreo Fernández Duro, historiador naval del siglo XIX que poca presentación necesita, afirma en sus obras que Córdova ya se hallaba en el Canal de la Mancha para continuar el bloqueo con el que España quería asfixiar a Gran Bretaña cuando el conde de Floridablanca le dio la buena nueva: habían salido de puerto enemigo dos copiosos convoyes en dirección a las Indias Orientales. La escolta, de tres bajeles, era anémica; idónea para ser apresada sin apenas contar bajas rojigualdas. «A Córdova se le prevenía que los buscara con empeño y diligencia, lo cual hizo enseguida, espaciando sus fragatas para dar con ellas», añade el autor en su obra.
A la caza
La persecución se extendió unas pocas e intesas jornadas. En una carta posterior, Córdova confirmó que el convoy en cuestión había salido de Portsmouth el 29 de julio: más de medio centenar de barcos al abrigo de un navío –el 'Ramillies', de 74 cañones– y dos fragatas –la 'Tetis' y la 'Southampton', de 36 bocas de fuego–. Además, el capitán español pronto supo que los buques de transporte iban cargados hasta la toldilla de mercancías para las Indias Orientales. Cruel ironía, que diría aquel: robar al ladrón que, durante décadas, se vanaglorió de desangrar a nivel económico las riquezas que el Imperio español traía del otro lado del Océano Atlántico.
Las noticias no corrían entonces por las redes como hacen hoy, lógico, y hubo que esperar hasta el 29 de agosto para que la Gazeta de Madrid diera cuenta de la batalla. El planteamiento, nudo y desenlace de esta contienda se sucedió a la velocidad del rayo: entre los días 8 y 9. Aunque todo empezó de madrugada. «Córdova refiere en una carta que, a la una de la noche, avistaron velas que no parecían de la escuadra combinada, por lo que mandó que se virase inmediatamente», se explicó en la publicación. Tres horas después, la presa lució lomo. «Con las primeras luces del alba se empezó a contar una, y seguidamente muchas embarcaciones, todas unidas y con dirección a nosotros». Se hallaban a 60 leguas del Cabo San Vicente.
Don Córdova aprovechó su momento, que era más que bueno, y puso un farol en el trinquete del 'Santísima Trinidad'. La treta funcionó y los ingleses confundieron al gigantesco buque con su nave capitana. Por su parte, el español les recibió con una sinfonía de cañones en mitad del mar. No hubo batalla como tal; era un suicidio por la ingente masa de bocas de fuego que sumaba la combinada. Al oler plomo, la escolta de la 'Royal Navy' salió viento en popa y a toda vela, y los mercantes la siguieron. «Ciñeron inmediatamente el viento para alejarse de nuestra escuadra», explicaba la Gazeta. A pesar del susto, todavía contaban con la ventaja del viento.
Felicidad rojigualda
Antoine Hilarion de Beausset, capitán galo al mando de una de las escuadras ligeras, salió en persecución de los mercantes más veleros en dirección suroeste. Sus presas se sumaron a las del resto de la combinada: un total de 52 barcos en los que, al final del día 10, había sido arriada la bandera de la 'Royal Navy'. «Córdova concluye su carta atribuyendo enteramente a la alta mano del Todopoderoso la caída de estas riquezas de los enemigos en nuestro poder, completándose su satisfacción con la entera ruina de una expedición de tanta entidad, así por los refuerzos de tropas para la India como por los grandes repuestos de víveres, lonas, velamen, jarcias y otros pertrechos», completaba la Gazeta. El resto, el otros 3, fueron cazados poco después.
Y es que, lo de menos en aquella acción fue la captura como tal. Lo que enrojeció de alegría los mofletes del buen Córdova fue el haberse apoderado de 3.000 marineros, del vestuario destinado a las tropas enemigas, del armamento y las municiones y de una cantidad de navíos que equivalía a millones de reales. Casi nada. El 20 culminó la operación con la llegada de la armada combinada a Cádiz; un momento que recreó en uno de sus cuadros Augusto Ferrer-Dalmau. Y menos mal, porque, conociendo como conocemos a la historiografía anglosajona, no sería extraño que olvidaran esta historia de heroísmo al fondo de un cajón.
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