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ABC Cultural

Un historiador destruye tres mitos que aún crees de la II Guerra Mundial: «Lo admito, uno lo enseñé en mis clases»

El profesor Olivier Wieviorka carga contra falacias como la que afirma que Japón se rindió por el ataque atómico contra Hiroshima y Nagasaki

«Hitler era el portavoz de los intereses de Alemania, Trump avanza en contra de los de EE.UU.»

Un tanque británico armado con un cañón de 17 libras, sale de sus posiciones para entrar en acción en el fretne francés ABC
Manuel P. Villatoro

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Por muchos años que pasen, y van ya casi ocho décadas desde que Adolf Hitler se suicidara en el búnker de la Cancillería, la Segunda Guerra Mundial continúa desvelando sus enigmas. En este caso lo hace de la mano de expertos como Olivier Wieviorka, profesor de la École Normale Supérieure y miembro del Institut Universitaire de France. En su nuevo ensayo, 'Historia total de la Segunda Guerra Mundial' (Crítica), el historiador galo destruye algunos de los mitos más arraigados sobre este conflicto. Hoy señala tres en una entrevista con ABC: la falsedad de que los japoneses se rindieron por culpa del ataque atómico sobre Hiroshima y Nagasaki, el tópico de que el periodo entre 1939 y 1945 estuvo marcado por las batallas a campo abierto y la cansina leyenda rosa que aun perdura sobre Erwin Rommel.

Guerra de batallas

Wieviorka carga contra una de las máximas más extendidas sobre esta época. En sus palabras, solemos analizar la Segunda Guerra Mundial como un período de grandes batallas, pero la realidad es que primó la ocupación, la represión, la explotación y el exterminio. «Todos estos ámbitos se suelen pasar por alto», sentencia. Está de acuerdo en que hubo grandes enfrentamientos que dieron un giro al conflicto: desde el Desembarco de Normandía hasta el cerco de Stalingrado. Sin embargo, está convencido de que «ninguna batalla fue decisiva». No hubo un Waterloo, sostiene, en el que un Napoleón Bonaparte de turno se viera obligado a claudicar. Ni una Salamina en la que el imperio aqueménida fuese borrado del mapa.

Al final, y a pesar de todas las batallas que se sucedieron entre 1939 y 1945, los Aliados tuvieron que llegar hasta la capital del Tercer Reich y lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki para obligar a sus enemigos a rendirse. El ejemplo más claro, sostiene, fue Francia. «No conoció contiendas entre junio de 1940, fecha del armisticio, y junio de 1944 con el Desembarco de Normandía. Como mucho, los bombardeos. Y lo mismo pasó en Noruega, en Indonesia, en Filipinas...», completa el historiador. Esa fue la realidad de la Segunda Guerra Mundial. «Fue un conflicto marcado por la ocupación de los países y la llegada de las dictaduras, más que por la violencia de las contiendas, aunque esta también fue tremenda», explica. El dato más revelador es que hubo más bajas civiles que militares.

A su vez, Wieviorka defiende que en la Segunda Guerra Mundial influyeron otras tantas esferas que todavía influyen en los conflictos modernos: «Las batallas solo se explican mediante la capacidad de los beligerantes para producir una serie de herramientas militares que les permitan combatir. Es algo similar a lo que sucede en Ucrania: sin fábricas no se puede combatir». Y otro tanto sucedía con la logística, esa gran olvidada. «Pocos generales de la época, salvo los norteamericanos, le dieron importancia. El francés Charles de Gaulle estaba convencido de que la intendencia llegaría por sí sola, y también los alemanes. Durante la invasión de la Unión Soviética, por ejemplo, no se preocuparon de la logística, creían que las municiones y los uniformes para el invierno simplemente aparecerían», explica el experto.

Un genio que no lo fue tanto

Aupándose sobre estos pilares, Wieviorka mantiene que hubo generales que, a pesar de que fueron engrandecidos por la propaganda de la época, obviaron la importancia de la logística. Y uno de ellos tiene nombres y apellidos. «Erwin Rommel no se preocupaba de si contaba con suficiente gasolina o no. Mientras disponía de ella, iba tirando y atacaba. No tenía nada que ver con sus homólogos en los Estados Unidos. Marshall y Eisenhower, este último responsable de los desembarcos en África y Normandía, no eran tan buenos tácticos, pero dominaban la logística», añade el galo. Eran, en definitiva, militares más completos que el germano, por mucho que el Tercer Reich se empeñara en endiosarle.

Rommel es el claro ejemplo de la fuerza que tiene la propaganda. Y eso, a pesar de que han pasado ochenta años. «Los alemanes insistieron mucho, de la mano de Joseph Goebbels, en que era un gran general, pero la realidad es que no. Fue un mal general», señala. Según el galo, el líder del Afrika Korps era un buen táctico, pero un pésimo estratega. Es decir: sabía liderar a su ejército en el frente y adaptarse al terreno, pero era pésimo a la hora de dirigir los grandes planes. «El problema es que a él no le correspondía estar en primera línea. Su tarea era quedarse en retaguardia y organizar a sus fuerzas aportando una visión mucho más general. El problema es que la idea de que era un genio se ha mantenido», completa.

Wieviorka no es el único que ha cargado tintas contra Rommel. En 2021 hizo lo propio en ABC el periodista e historiador Jesús Hernández. El autor de 'Eso no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial' (Almuzara) desveló que el mismo arrojo que le atribuían los alemanes al Zorro del Desierto «le condujo a un callejón sin salida» después de que se hiciera con Tobruk y pusiera sus ojos en El Cairo. Y es que, a pesar de que sabía que carecía de las fuerzas necesarias para acabar con las tropas del recién llegado Montgomery, se obcecó en estirar más y más el frente. «Para llevar a cabo su ambiciosa estrategia ofensiva en África era necesario contar con unas líneas de suministros fluidas y seguras, de las que no disponía debido al poder de la 'Royal Navy'. La Marina italiana, que casi ni se atrevía a salir de sus bases, resultaba inútil para protegerlas», señaló.

A su vez, el historiador español dijo ser partidario de que, para mantener un ejército en otro continente, hacía falta un despliegue de carácter industrial que el Eje no podía permitirse. «Estaba sentenciado. Si hubiera tomado El Cairo se habría encontrado como Napoleón en Moscú, diciendo '¿y ahora qué?'. En cambio, el general Montgomery, muy tosco en el plano táctico y carente del aura que rodea a Rommel, dominaba a la perfección esos condicionantes decisivos», sentenció. Al final, su voracidad le pasó factura y, tras atacar las posiciones enemigas de El Alamein, antesala de su preciado objetivo final, tuvo que retirarse en noviembre de 1942 por falta de blindados. Intentó defender su último bastión en Libia pero, tras conseguir algunas victorias pírricas, el Octavo Ejército británico le devolvió a Alemania en 1943.

Japón claudica

Pero hay un mito que escama sobremanera a Wieviorka: la idea, más que extendida, de que Japón depuso las armas debido a la caída de las bombas atómicas el 6 y el 9 de agosto de 1945. «Lo admito. Yo mismo se lo enseñaba a mis alumnos hace poco», admite el profesor. La realidad, dice, no tiene nada que ver: «Sí, desempeñaron su papel, pero no fueron determinantes. Lo que fue clave fue la ofensiva soviética lanzada ese mismo mes en Asia. La operación sorprendió a los nipones. En primer lugar, porque no se la esperaban, pero también porque fue imparable. Avanzaron hasta Pyongyang y amenazaron las cuatro principales islas de Japón», desvela.

Fue entonces cuando el Emperador se enfrentó a un dilema: ¿por quién ser conquistados, por los soviéticos, o por los norteamericanos? Y, como sucedió en toda la vieja Europa, se decidieron por los segundos, mucho más civilizados. «A partir de ahí se inventó un 'storytelling' colosal. Se dijo que habían capitulado por las bombas atómicas con un doble objetivo. Por un lado, se evitó que Japón fuese dividido en dos, como le ocurrió a Berlín. Por otro, mostraba al Emperador como un líder que se preocupaba por sus súbditos y que se oponía a la locura de combatir hasta el último hombre», completa Wieviorka. Esa falacia histórica permitió «ocultar la importancia de la ofensiva planteada por el Ejército Rojo» y perdura, todavía, «en la mente de millones de personas». A su vez, «esconde las barbaridades que perpetraron los nipones» durante el conflicto.

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