El crimen de la amiga más íntima de Franco: la locura que el dictador quiso ocultar a España tras la Guerra Civil
Juan Rada, periodista y antiguo director del semanario de sucesos ‘El Caso’, narra los crímenes más truculentos de España en ‘Grandes casos de la crónica negra’
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Ocurrió en 1954, en ese Madrid que olía a tabaco y gasolina. En las rotativas de ‘ El Caso ’, el semanario de sucesos más famoso de la época, un censor asió el número de ese domingo. Llevaba una instantánea en la portada que le ... estremeció: una extremidad amputada. «Esta foto va contra la moral». El director respondió de forma airada. «No hay tiempo para cambiar la página, no podemos confeccionar una nueva». La única solución que halló el periodista fue garabatear él mismo unas sencillas palabras que la sustituirían: «El misterio de la mano cortada» . No pudo acertar más; vendieron más de 300.000 ejemplares. Y eso, para un crimen en la que estaba implicada una de las amigas más íntimas de Francisco Franco: la marquesa Margarita Ruiz de Lihory y de la Bastida.
Según el periodista Juan Rada , antiguo director de ‘El Caso’, este fue uno de los muchos crímenes que el mismo dictador intentó silenciar. Algunas veces con suerte, y otras, no. En todo caso, él los recaba todos en su último libro: ‘Grandes casos de la crónica negra. 2020, año de aniversarios criminales’ . Una obra que se zambulle en los asesinatos que, en sus muchas décadas de carrera como periodista de sucesos, más le han impactado. Desde los Urquijo, hasta el popular Arropiero.
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¿Cuál ha sido su recorrido como periodista?
Me considero un periodista vocacional. Después de estudiar en la Universidad de Navarra me llamaron del ‘Diario de Navarra’ para escribir de deportes. Allí empecé a hacer reportajes, principalmente de sucesos, porque veía que tenía mordiente. Cuatro años después pasé a la ‘Gaceta del Norte’ y, luego, a varios medios como ‘La voz de Castilla’ de Burgos. Luego salté a dirigir el ‘El noticiero de Cartagena’, donde se me inició un consejo de guerra por una noticia que publiqué. He trabajado en ‘La voz de Almería’, fui redactor jefe y director en funciones del ‘Línea’ de Murcia. Dirigí ‘El telegrama de Melilla’, donde también escribía. Eran tiempos en los que hacías de todo. Vivías el periodismo 24 horas. Acabé en Madrid, donde fui subdirector del organismo Medios de Comunicación Social del Estado. También en el Ministerio de Cultura. Allí fue cuando me llamaron de ‘El Caso’, donde estuve de director durante su última época.
Para los que no lo conozcan… ¿Qué era ‘El Caso’?
El semanario que revolucionó la forma de contar los sucesos en España. Era un semanario que se tiraba en rotativa, para que fuera barato, pero que llegaba a todos los lugares del país. Yo lo dirigí cuando nos empezaron a hacer la competencia las revistas en color (un problema, porque la ‘sangre’ llama más la atención a los lectores en color). Pero, aún así, cuando cerró vendíamos todavía unos 130.000 ejemplares. Se podía mantener bien, pero pertenecía a un grupo que tenía pérdidas, y no podía tirar de todas.
¿Cómo era la censura durante el franquismo?
Terminada la Guerra Civil, en España se impuso la censura previa, algo que no era nuevo porque ya se aplicaba en tiempos de la República. En las hemerotecas se pueden ver los espacios en blanco por artículos que habían sido eliminados por la censura previa de Franco. Reportajes, entrevistas… Siempre era igual: antes de que el periódico fuera a máquinas, había que enviar las galeradas a la Delegación de Información y Turismo para que el censor de turno metiera el bolígrafo rojo. Ese sistema estuvo hasta 1966, cuando desapareció con la Ley Fraga. Pero se hizo una ley de prensa e imprenta que también era restrictiva y que, en su artículo segundo, decía que no se podían publicar determinados temas que fueran contra los principios del Movimiento, contra la seguridad del Estado… Dejaba manga ancha para que la autoridad pudiera secuestrar algún periódico.
¿Qué sucedió a partir de entonces?
Es cierto que ya no existía censura previa pero, cuando el periódico salía de la rotativa, los directores firmábamos siete ejemplares que se enviaban a Información y Turismo. Era entonces cuando el delegado o el censor que estuvieran de guardia los revisaban para cerciorarse de que no había nada punible. Si entendía que sí, llamaba al juez y, si este lo decidía, secuestraba toda la edición y el periódico no salía a la calle. También podían caer multas o cierres de diarios durante algunos meses. Publicaciones como ‘Sábado gráfico’, que pertenecía a la empresa de ‘El Caso’, fue suspendida en una ocasión durante tres meses sin edición.
Cuando llegó la democracia parecía la panacea. Pero, con el presidente Suárez, pasamos de la censura a la autocensura. Se empezó a controlar a la prensa de otro modo. Se entró en las editoriales, en los consejos de administración… Esos viejos editores que montaron periódicos por defender sus principios han ido desapareciendo por la situación económica, por falta de publicidad… Esto es peor. En la censura sabíamos hasta donde podíamos llegar y que, si el delegado estaba de buen humor esa noche, igual podíamos colar algo. Pero en la autocensura es el periodista es el que se restringe para evitar problemas.
¿Cómo afectó la censura franquista a ‘El Caso’?
Fue curioso. Al principio dejaban que el semanario saliera con dos sucesos sangrientos a la semana. Existía un principio durante la dictadura: si nada malo se publica, nada malo ocur re . Esa era la máxima del ministro de Información y Turismo, Manuel Arias Salgado. Pero ‘El Caso’ impactó mucho porque, tras la Guerra Civil, no había diarios que narraran crímenes, y empezó a leerse tanto que el Gobierno restringió el número a uno. El director respondió estirando mucho ese reportaje, y el resto lo llenó de cosas como ovnis, extraterrestres… Lo llamativo es que el éxito creció todavía más y, al final, el ministerio prohibió que se publicaran sucesos sangrientos amparándose en la moral cristiana.

Un semanario de sucesos sin sucesos… ¿Cómo respondió ‘El Caso’?
El fundador de ‘El Caso’, Eugenio Suárez, fue muy hábil. Se amparó en que, si el problema era que iba contra la moral cristiana, lo mejor era que fuera la Iglesia la que decidiera los contenidos. Así que prefirió pasar la llamada ‘censura eclesiástica’. Se puso en contacto con el obispo de Madrid, Leopoldo Eijo y Garay, y este envió a un canónigo a la redacción para decidir qué se publicaba y qué no. Y gracias a la Iglesia, que fue más aperturista que el Gobierno, ‘El Caso’ pudo seguir saliendo. Hubo que suavizar un poco los contenidos, y tener cuidado con algunas fotografías, pero pudo seguir.
¿Ha habido algún suceso que investigara usted en persona y que la censura no le permitiera publicar?
Hubo uno que me impactó mucho. Pasó cuando empezaba en el periodismo, en 1966. Yo estaba en el ‘Diario de Navarra’ y nos llamó el corresponsal que teníamos en un pueblo, Ituren, para decirnos que en un cementerio, cuando iban a enterrar a una señora en el panteón familiar, habían corrido la piedra y se habían encontrado dos cadáveres atados con cuerdas, desnudos y con un balazo en la cabeza. Acudí rápidamente y me enteré de los primeros rumores. Al investigar vi que podían ser Ben Barka y su secretaria.
¿Ben Barka…?
Ben Barka había sido el primer presidente del parlamento de Marruecos tras la independencia por parte de España. Hombre de confianza de Mohamed V, se tuvo que exiliar tras un enfrentamiento con Hasán II. Le llegaron a condenar a muerte. En principio vivía en París, pero años antes había desaparecido de forma misteriosa. Me llegó información de que le habían matado, habían pasado sus cadáveres a la zona española y los habían dejado en el mausoleo de Ituren, que estaba muy cerca de la frontera. Como allí no vivía mucha gente, esperaban que nadie se diera cuenta.
¿Cómo le censuraron?
Esa noche, después de publicar la noticia, se personó en la redacción de ‘Diario de Navarra’ una pareja del Servicio de Información. Yo tenía 21 años. Los agentes me preguntaron por el director. Les dije que se había ido a cenar. Luego preguntaron por mí, Juan Rada… Y les respondí que tampoco estaba, que se había ido a cenar también. [ríe]. Me dijeron que había una orden expresa del jefe del Estado para que no se publicara ni una línea de aquello. “De esto, chitón”. Les pregunté si traían una orden por escrito. “Ni órdenes, ni leches, esto es una orden personal de Francisco Franco” . Me quedé en posición de firmes aguantando el chaparrón.
Lo cierto es que seguí investigando el tema, y explico las conclusiones en el libro, pero con esa comezón de no poder publicar ni una línea. Así estuve hasta que, en 2009, decidí hablar de nuevo del hecho. Hace poco me han llamado de la televisión de París para que hable de ello porque allí sigue abierto. Pero aquí, por parte del Régimen, se quiso tapar.

¿Por qué?
Bueno, no hacía ni un año que habíamos tenido un conflicto con Portugal cuando descubrieron el cadáver de Humberto Delgado casi en la frontera. Y poco después esto… En este suceso había estado implicada Francia (donde habían secuestrado, torturado y asesinado a Ben Barka); Marruecos (próximo a España) y otra gente interesada. Además, él iba a presidir la primera Conferencia de la Tricontinental en la Habana, y eso no convenía a algunos países. Fue frustrante porque tenía muchos testimonios, mucha información y muchos documentos, pero no pude publicarlos. La censura nos machacó.
El caso de la mano cortada fue otro de los más sonados…
Exacto. A veces les pasaba el ‘efecto Streisand’ ( querer ocultar algo y amplificarlo más ). Era la madrugada del domingo, día en que se publicaba, en principio, ‘El Caso’. El censor vio que en portada había la foto de una lechera con una mano flotando y se volvió loco. Dijo que había que parar aquello o que el semanario no salía. Como no daba tiempo a buscar otra imagen, porque entonces se usaba el fotograbado (más trabajoso), el directo cogió un folio y escribió de su puño y letra: “El misterio de la mano cortada”.
¿Le pareció bien al censor?
Sí. Fue absurdo porque la misma fotografía iba en las páginas interiores. Pero el censor estaba convencido de que ‘El Caso’ era, como se le conocía, ‘ el periódico de las porteras ’. Es decir, que no lo leía nadie. Fue un error. La portada impactó mucho en los kioskos, la gente se volcó y se vendieron miles. Se tiró una segunda edición y, al final, se sacaron 300.000. Se acabó hasta el papel… La gente acudió a la imprenta para pedir los ejemplares malogrados, los que no se suelen vender, y fue el único caso de reventa de ejemplares en España. Un kioskero del barrio de Tetuán se vino a la Gran Vía, arrampló con todos por dos pesetas cada uno y los vendió luego a cinco. La locura fue tal que, a la mañana siguiente, la gente tiró las lecheras a la basura por el asco que les había dado ver una extremidad flotando.
Al final, por culpa del censor, la marquesa Margarita Ruíz de Lihori, que habría pasado desapercibida probablemente, saltó a la palestra. Y eso trajo problemas porque se quería ocultar que había amputado la mano a su hija muerta debido a que era amiga personal de Franco. Cuando fue detenida, lo primero que dijo es que quería hablar con el Generalísimo, que la pusiesen con El Pardo. Hubo presiones para ‘El Caso’. Insistieron mucho en que se dejase el tema. Pero lo cierto es que el fundador supo capear muy bien el problema. Se valía de la fama del semanario y decía “no os preocupéis, si esto lo leen tres porteras”. Siguió con el filón y descubrió la historia de esta mujer.

¿Quién era la marquesa?
Había sido una pionera del feminismo; una de las primeras abogadas de España; pianista; artista; amiga de grandes personalidades y políticos como presidentes de los Estados Unidos y México. Lo más sonado es que, en los años treinta, había trabajado de espía para Primo de Rivera , que la envió a la guerra de África bajo la tapadera de ser una corresponsal de ‘La correspondencia de España’. Ella había conocido a Abd el-Krim, el líder de la rebelión, en uno de los viajes que el rifeño hizo a la península antes de la contienda. Al parecer se lo ligó y consiguió información clave para el Estado. Consiguió que le desvelara el lugar en el que iban a tender una emboscada a los legionarios de Franco. Fue condecorada y trabajó como espía en la Segunda Guerra Mundial.
En la obra afirma también que salvó la vida de Franco…
Exacto. En El Biutz, cuando Franco recibió un balazo cerca de los testículos, la marquesa, que además de ser licenciada en Derecho tenía varios cursos de medicina, le hizo un torniquete y le salvó la vida. Estaba por allí, precisamente, como corresponsal. La prueba de esto es que, cuando a Franco lo ascendieron y recibió un homenaje en Madrid, en la foto que le hicieron se le podía ver con todos los prebostes de España y una sola mujer pegada a su lado… Margarita. La relación estaba clara. Por eso hubo presiones para que ‘El Caso’ tapara esto. Pero no se pudo detener. Las ventas solo se superaron con el crimen de Jarabo, otro de los más famosos.

¿Cómo fue, ya que lo comenta, el crimen de Jarabo?
Jarabo era un joven de la alta sociedad madrileña. Cuando vino a España se dedicó a dilapidar dinero. Llegó a quemar quince millones de pesetas. En una ocasión, durante un apuro económico, empeñó la joya de una amante suya que estaba casada. El problema vino cuando la chica le dijo que su marido, que le había regalado la sortija, le estaba preguntando por ella y que quería recuperarla. El chaval fue a recuperarla, pero, como excusa (le habían engañado y la habían comprado muy barata) le dijeron que necesitaba autorización de la propietaria. Por mucho que intentó solucionar el problema, no lo consiguió. Los prestamistas le chantajearon y él decidió que solo podía solucionarlo por las bravas…
Una noche, Jarabo mató a uno de los prestamistas, a su mujer, que estaba embarazada, y a la criada en su casa. Esta última, para no dejar testigos. Pero no encontró las joyas en la vivienda. Le cazaron y el juicio fue un espectáculo. Tuvo un eco impresionante. Fue condenado a pena de muerte. Cuando ‘El Caso’ salió con la foto de las víctimas impactó mucho. El fundador siempre decía que, cuando matan los pudientes, al público le afecta mucho más que cuando lo hacen las clases bajas . Ese domingo se vendieron 480.000 ejemplares, y porque no había papel para más por el cupo de la época. Hasta entonces el récord de venta de España lo tenía ‘Marca’ con 300.000. Pero se lo quitamos.
La ejecución de Jarabo provocó mucha controversia…
Sí. Jarabo era alto y muy fuerte. Tenía un cuello muy desarrollado. Cuando lo iban a ejecutar, el verdugo, Antonio López, como era muy delgado y llevaba unas copas de más (a veces se las tomaban para poder soportar el mal trago de su trabajo), no pudo quebrarle el cuello con el garrote vil. En vez de matarle en dos minutos, estuvo veinte, y acabó con él por asfixia, que era mucho más dolorosa. A Jarabo se le deformó la cara por aquel tormento hasta tal punto que, cuando se abrió su ataúd en el entierro –hubo que hacerlo porque se extendió que el que había en el féretro no era su cadáver– muchos de los presentes no le reconocieron. Fue el último ejecutado en España por la justicia civil, por cierto.
Franco también evitó que se contara cómo la justicia se equivocó y ajustició a tres inocentes…
En Sevilla, en mayo de 1952, mataron a dos estanqueras octogenarias de 29 cuchilladas. ‘El Caso’ pudo dar un poco de información en páginas interiores. Cuando salió la prensa se tuvo que hacer eco, pero la censura estuvo muy encima. El Gobernador Civil, que no quería que aquello le costase el cargo, ordenó que se encontrara a los culpables cuanto antes. Y la Policía trincó a tres chorizos de medio pelo. Chicos que se dedicaban a pequeños hurtos. Acabaron confesando, pero cada uno con una versión diferente y con unas declaraciones (eran casi analfabetos) que parecían hechas por abogados del Estado. Fueron a prisión con condena de muerte, pero la sociedad no estaba convencida porque no habían robado nada. Habían dejado la caja registradora llena. Se pidió el indulto, pero Franco no lo dio. Al final, un reportero de ‘El Caso’ descubrió que eran inocentes. ¿El cómo aparece en el libro? [ríe]. Sí diré que se descubrió que las fallecidas habían sido falangistas, muy pegadas al régimen, y que habían delatado a muchos republicanos.
Ha dedicado gran parte de su vida a investigar el crimen de los Marqueses de Urquijo…
Sí. Me impactó mucho cuando sucedió y llevo cuarenta años investigándolo. El 1 de agosto de 1980 titulamos ‘Detrás está la mafia’. Pero no la de Al Capone. Detrás había finanzas, empresas, bancos, nobleza… Mucha gente perjudicada. Pero se quiso tapar por completo. Cuando llegó el juicio se habían perdido todas las pruebas… No se quiso saber nada de los autores intelectuales. Ha sido una historia muy rocambolesca en la que se han tapado muchas cosas. Para mí este caso es el más mediático e impactante de la historia de España en democracia. Se ha escrito mucho de él, pero se ha ocultado más.
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