La vida sigue para los huérfanos del atentado
11M: 20 aniversario
En los mejores y en los peores momentos de estos veinte años, Vera de Benito e Iris Sánchez han sentido la ausencia de su padre y su madre, a quienes los terroristas arrebataron el futuro aquella funesta mañana de marzo
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Tenían entre nueve y 12 años. No entendían nada. No sabían por qué pasaban los días y sus padres no estaban en casa, por qué había caras tristes, por qué aquél día mamá no acudió a la puerta del colegio. Muy pronto tuvieron que entender ... que sus padres habían sido asesinados, como otras 190 personas, en un atentado terrorista.
Veinte años después, la vida continúa para Vera de Benito e Iris Sánchez, huérfanas del 11M, pero sus padres siguen muy presentes en su día a día.
«Le echo de menos todos los días, pero hay que seguir»
Esteban de Benito Caboblanco cogió el Cercanías, como todos los días, desde Santa Eugenia hasta Recoletos, donde trabajaba. Era técnico de telefonía. Siempre hacía el mismo recorrido, no hubo ningún cambio de horario ni nada que hiciera presagiar lo que iba a pasar. Pero pasó. «Ni siquiera me había levantado de la cama. Me despertaron los gritos de mamá. Yo todavía no estaba ni lista para salir hacia el cole», recuerda Vera, su única hija.
Tenía nueve años, casi diez. «No entendí muy bien lo que pasaba a mi alrededor. Recuerdo mucho ajetreo, sobre todo preguntar y no recibir respuestas. Eso fue lo que me motivó a buscar respuestas por mi cuenta y quizá debería haber esperado unos años para hacerlo, porque vi cosas terroríficas. Vi una cosa de la que me arrepiento mucho, que no tenía que haber visto, las cámaras de Atocha aquel día. Las tengo aquí (señala la cabeza).Pero tenía esa necesidad», explica la ahora periodista especializada en temas de Seguridad y terrorismo. Precisamente este año ultima un libro con testimonios de víctimas del terrorismo en atentados de todo el mundo. «Estoy muy contenta, la verdad es que creo que me va a quedar muy bien», explica ilusionada, con soltura comunicativa en el plató de la redacción de ABC, frente a una cámara. Durante años, ha charlado con personas de otros rincones que vivieron lo que ella. «Realmente, cuando las víctimas hablamos entre nosotras, es sobre la vida, sobre nuestro día a día, no estamos todo el rato dándole vueltas a lo que pasó. El dolor se comparte y cuando estamos mal, claro que se habla de este tema, pero es que no puede ser el centro de nuestra vida porque si no, nos quedamos sentados en el sofá», explica.
El año 2024, además de por ser el 20 aniversario del 11M y por la publicación de su libro, es muy importante para Vera, porque «me voy a casar con un hombre maravilloso. Nos hemos agenciado una casita nueva, estamos empezando a formar una familia», se le ilumina la cara. «Cada uno lleva el duelo de una forma distinta, hay quien prefiere enclaustrarse, hacer crónico el dolor y hay gente que prefiere salir adelante lo mejor posible, y es la elección que yo he tomado. Me parece totalmente lícita la otra, pero prefiero la mía. Es verdad que duele, a mi padre le echo de menos todos los días. Y más este año, que no me va a llevar al altar, pero me va a llevar mi abuelo. Claro que me acuerdo de él, y digo qué pensaría del primer libro y de la boda, y dentro de años su primer nieto...pero es que no me puedo quedar atrás».
Tampoco lo hizo su madre, la viuda de Esteban: «Mi madre es una luchadora. Yo la admiro mucho y creo que gracias a ella he vivido de forma más tranquila. O quizá no tranquila pero sí menos estresada. La pérdida de mi padre hubiera sido mucho más traumática (que lo fue), pero mucho más, si mi madre no hubiera estado ahí. Ella está bien. Evidentemente le falta él, pero es que no te puedes quedar atrás porque vivir en una tristeza y pena continua no es vivir».
Pero aunque la vida continúe, el recuerdo de aquél día perdura. «Las ambulancias, el ruido, mucho humo. Vivíamos enfrente de la estación de Santa Eugenia. La gente dice que la explosión se oyó desde nuestra vivienda, pero yo no lo recuerdo. Sólo el humo y el jaleo». Y después, las noticias. Esas en las que fijó su mirada. «Las fuentes que consulté fueron sobre todo prensa escrita. Las imágenes que encontré no ayudaron mucho, ni a mí ni a nadie. Siempre me gustó escribir. No sé si hubiera sido periodista si mi padre no hubiera sido asesinado. Pero siempre me ha gustado escribir, leer, investigar...Siempre he sido muy curiosa».
Esa es una de tantas virtudes que Vera de Benito cree que ha heredado de su padre. Mirando hacia un rincón de la habitación, recuerda que «era un buenazo. Mi madre dice que soy Esteban en versión chica. Con algún defectillo más, pero sí, Esteban en versión chica. Y me hace sentir muy orgullosa porque todo el mundo habla maravillas de él. Le conocí siendo padre, no siendo amigo u hombre. Era un tipo genial. Me lo he pasado muy bien con él, le he dado la tabarra a más no poder con películas de Disney o el himno del Atleti. Fue el mejor padre que podría haber tenido».
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«Quiero disfrutar la vida por mí y por ella»
Trinidad Bravo Segovia trabajaba en Seguros Médicos La Estrella. Todos los días salía de Rivas (Madrid) donde vivía con su marido y sus dos hijos, e iba a la capital a trabajar. Encontró la muerte en la estación de El Pozo. «Ese día, en el colegio, nos íbamos a la nieve. Saldríamos algo más tarde, a las 9 o las 10, y vi en las noticias, desayunando, lo que pasó», cuenta su hija Iris. «Mis padres se habían ido a trabajar y yo estaba con una cuidadora. Llamé al trabajo de mi madre y me lo cogió un compañero suyo. Me dijo que no me preocupara, que estaría al llegar, así que me quedé tranquila. Mi madre siempre me recogía y ese día no vino, así que sospeché que había pasado algo».
Iris Sánchez tenía 12 años. Recuerda la zozobra de los días siguientes, la tensión y el silencio en casa, las conversaciones entre susurros de los adultos, la confusión. Primero, alguien le dijo «tu madre está muy malita» porque la situación era un caos. No la encontraban pero tampoco podían confirmar su fallecimiento, así que, finalmente, su padre fue quien le dio la noticia. «Tuve la sensación de que el alma se me había quedado congelada. En ese momento no lloras, pero te quedas en shock», recuerda.
A su hermano, cuatro años menor que ella, se lo contaron poco después. «Era consciente de que aparte de a mi madre le había pasado a más personas. Pero siempre tuve la sensación de que no era tanta gente para que le hubiera pasado justo a ella», confiesa. La incredulidad, la incomprensión, la dificultad para encajar un palo tan fuerte no se va por muchos años que pasen. A día de hoy, todavía le pesa no haber tenido una despedida. «He tenido un sueño recurrente a veces. Me encontraba a mi madre desorientada, que no conocía a sus hijos, en el bosque, perdida. Yo le decía: ¿Cómo no me reconoces? Creo que es porque, claro, yo no he visto el cuerpo de mi madre. Me creo que ha fallecido, evidentemente, pero no lo he visto. Faltó esa parte de despedida».
Estudió enfermería, un máster, aprobó una oposición y trabaja en el servicio de enfermería del Ministerio de Asuntos Exteriores, un puesto que consiguió después de estudiar con tesón unas oposiciones. A pesar de una pérdida tan importante, ha sabido estar «centrada», salir, divertirse con sus amigos, como cualquier joven de su edad, pero tener metas y un camino claro a seguir. Y se le ve orgullosa por ello.Precisamente el posgrado que estudió estaba centrado en la actuación de las ambulancias en momentos críticos -otra vez la inconsciente búsqueda de respuestas a la sinrazón de lo que le ocurrió a su madre o la necesidad de estar lo más cerca posible de explicaciones- y el ejemplo que les ponían sobre intervenciones en catástrofes era el despliegue sanitario del 11M. «También he hablado con compañeros veteranos que me explicaron cómo trabajaron aquél día, me explicaron que fue un caos».
En 2010, otro giro marcó su vida. Le atropelló un coche en Rivas, su ciudad, y estuvo un mes y medio en coma. Se recuperó. «Estaba muy desorientada cuando desperté, me preguntaban cuántos años tenía o cuándo era mi cumpleaños y tenía que pensarlo, pero sabía que mi madre no estaba, que había fallecido», explica. Superó aquél bache y hay un motor que la mueve en los momentos de éxito, pero también para afrontar los fracasos: «Mi método de vida o mi lema de vida es vivir por dos. Quiero disfrutar la vida por mí y por ella», dice con seguridad y una sonrisa en la cara. Parece calcada a la de su madre en las fotos con ella que enseña a ABC. Tenían un gran parecido físico. «Mi madre era muy protectora, muy madraza. Tenía carácter y por eso chocábamos. En aquel momento no pensabas tanto en las repercusiones. A medida que te haces mayor, la echas más de menos. Piensas: si estuviera aquí mi madre, qué me hubiera recomendado en esta u otra cosa...».
En el 20 aniversario del atentado, le gusta que se recuerde lo que ocurrió, tal como ocurrió: «Al principio me removía más, pero ahora ya no. Las heridas quizá ya están más curadas, está todo más asentado...Ahora no quiero que se olvide». Por eso Iris está en la Asociación 11M Afectados del Terrorismo y en contacto con otras víctimas. Recuerda que «el día del atentado y los siguientes hubo silencio puro. Había algo. Sentí el apoyo de muchas personas», dice. En cuanto a la actuación de los poderes públicos, «era muy pequeña», no entra a valorar. El recuerdo de su madre se incrementa en lugares como La Laguna del Campillo de Rivas Vaciamadrid, a donde solía ir a pasear con ella y donde posa para este periódico.
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