Los taxis se convirtieron en ambulancias improvisadas
11M: 20 ANIVERSARIO
Los taxistas, como el madrileño José González Martín, no pararon de hacer viajes el «día del silencio, la tristeza, los homenajes con velas, las colas para donar sangre...»
El día que Madrid se quedó en silencio
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José González llega a la cita con ABC dispuesto a dar la mejor imagen del sector del taxi madrileño, con nada menos que 16.000 trabajadores. Encamisado, con corbata y su Lexus Es300h impoluto. No es una pose para la entrevista, es su filosofía. El ... taxi es su «oficina» y le gusta que quien entra en ella se sienta confortable. Así, desde 1991, cuando siguió los pasos de su padre y cogió el volante. Conoce Madrid -la ciudad donde nació- y sus barrios casi como la palma de su mano.
La mirada segura, madura y profunda en el retrovisor del hombre de 52 años recién cumplidos que ha visto muchas cosas y ha escuchado tantas historias -«algunas personas suben al taxi como si entraran en la consulta del psicólogo», dice- se le humedecen los ojos cuando recuerda aquél 11 de marzo de 2004. El día que condujo 15 o 16 horas sin parar. El día del «silencio, la tristeza, las colas interminables para donar sangre. Eso me impactó muchísimo, la gente se volcó como nunca y siguió donando durante días. Las colas no terminaban», recuerda. El día que hizo viajes gratuitos y se hermanó, como nunca, con los madrileños. El día en que su mujer volvió a nacer gracias a que estaba embarazada de cinco meses de su hijo mayor.
Esther se trasladaba todas las mañanas de Leganés, donde está su casa, a la estación de Atocha. Y desde allí, al pueblo de Vallecas, donde trabaja. Esa mañana no cogió el tren en el que pudo morir porque el médico la citó para hacerle unos análisis y fue en otro posterior. «Uno de los días siguientes, cogí a dos señores con cara de sufrimiento que me pidieron que les llevara a Ifema. Seguramente irían a identificar a fallecidos. Pensé en mi mujer, en que la podía haber perdido. Podría haber sido ella, me dije. Gracias a que mi chico estaba en la tripa, mi mujer se salvó», reflexiona.
La mañana del atentado, José tenía previsto que fuera una más. Madrugó y, en cuanto empezó a escuchar las primeras noticias se asustó al pensar en su mujer. La llamó asustado por las noticias pero la suerte de la prueba médica la sacó del peor escenario posible. Cuando supo que estaba a salvo, la recogió y la llevó a casa.
«Paré y fumamos un cigarro»
El día de la entrevista nos lleva desde la zona alta de la Castellana, muy cerca de Plaza de Castilla donde se encuentra la oficina de Joinup, la aplicación de taxis para empresas con la que trabaja, igual que otros 500 taxistas en la capital, hacia la estación de Atocha. Cuesta completar el recorrido que le pedimos que haga porque a mitad de la gran avenida un sindicato policial se manifiesta pidiendo salarios más altos. Pero el retraso viene bien para que los recuerdos afloren.
José no estuvo en Atocha aquel día. Recuerda que allí, los compañeros que esperaban a pasajeros en el parking de la estación, tuvieron que funcionar como ambulancias improvisadas. «Los demás no podíamos acercarnos a la estación, pero hubo quien sacó a heridos de allí, heridos graves. Hablé con un señor mayor que había llevado a un hombre que estaba quemado. Me dijo que tardó un mes o dos en quitarse el olor a quemado del taxi». El año pasado, la Asociación de Víctimas del 11M reconoció al sector del taxi por su labor en el fatídico día.
A nuestro protagonista no le hace falta ningún esfuerzo para recordar cómo transcurrió aquél día hace dos décadas. Después de llevar a su mujer a casa, comenzó a conducir por Leganés. «Cogí a una mujer. Íbamos callados escuchando la radio y los dos empezamos a llorar. Eran las primeras noticias, ya se hablaba de muertos. La mujer me dijo: ¿Fumas? Paramos, nos salimos del taxi y nos encendimos un cigarro. Mirando a ningún lado, nos parecía imposible lo que estábamos escuchando. Era todo muy triste», se emociona.
Después se subió al coche una enfermera del Hospital 12 de Octubre que había acabado la guardia nocturna. «Me pidió que la llevara a casa para ducharse, cambiarse y volver al hospital, porque allí la necesitaban». No le cobró, como tampoco hizo con el resto de carreras de ese día y los siguientes.
«Por nuestra radio no entraban muchos mensajes. A primera hora estábamos todos callados, escuchando las actualizaciones porque de pronto decían que había que ir a la calle Téllez, que no se sabía cuántos heridos había, que explotó una bomba, después dos... Creo que a los muertos se les hizo su duelo, pero los grandes olvidados son los heridos y los familiares. Gente que perdió los tímpanos o partes de su cuerpo, que su vida cambió completamente después de eso».
José siguió conduciendo hasta la madrugada. «Los recuerdos de aquella noche son lo más parecido al Covid que he visto. La ciudad estaba vacía y todo el mundo callado. A uno se le soltaba una lágrima, lo veías por el retrovisor... Era todo muy triste. Me acuerdo de esos días y pienso en la gente que vive en países en los que cada día hay atentados y bombas, que están en guerra. Pienso: ¿cómo pueden vivir todos los días así?», repara mientras sigue conduciendo.
Veinte años después, siente orgullo al recordar que su hijo, que nació cuatro meses después, «es un buen chaval, igual que su hermano», que al final, dice, es lo más importante. Porque en el asiento de atrás de su coche se ha sentado gente de toda condición. Muchos recuerdos, pero hay días, como aquél 11M, que recuerda perfectamente de principio a fin. A día de hoy, sabe que la amenaza terrorista sigue, pero no es un asunto que le quite el sueño. «A los meses del atentado, un señor inglés me dijo que lo que pasó aquí en Londres era impensable». En julio de 2005, explotaron cuatro bombas en la red de transporte público de la capital inglesa. Murieron 56 personas.
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