crítica de:
'El mejor libro del mundo', de Manuel Vilas: vuelve a Ordesa y además te hace reír
Narrativa
El escritor se reencuentra con su mejor versión. Un ejercicio de literatura y humor
Otras críticas del autor
¡Qué bien le sienta a Manuel Vilas salir de la novela!, o que sus novelas (para no volver al debate de lo proteico del género) no lo parezcan, como ocurrió en 'Ordesa', quiso repetir en 'Alegría', y renueva ahora en 'El mejor libro ... del mundo', que contiene mucho de 'Ordesa' y encima te hace reír. Con ser memorialista agudo, comentarista irreverente y buen poeta debería bastar, aunque eso guste menos a los editores.
De eso trata este libro, que no es el mejor del mundo, pero que a punto ha estado en su primera mitad de ser el mejor suyo, precisamente porque desnuda la razón misma del escritor, lo que le sostiene en el mundo, y que solo puede confesar cuando cumple sesenta años y se dice a sí mismo, «ahora o nunca» (por si acaso). Se debate el artista entre ser el 'flâneur' baudelariano que comentó Walter Benjamin o directamente abrazar el triunfo capitalista que lo redima, quizá con el secreto afán (no es secreto, está proclamado) de honrar a sus padres.
NOVELA
'El mejor libro del mundo'

- Autor Manuel Vilas
- Editorial Destino
- Año 2024
- Páginas 587
- Precio 22,90 euros
Sabe que solo siendo Cervantes o Kafka sobrevivirá, y alcanzará esa gloria que ninguno será capaz de asegurar. Leyendo lo que escribe sobre Javier Marías, parece que en lengua española y español quizá únicamente éste pueda aspirar al trono que en ese siglo y esa lengua regenta ahora Borges. Pero hablemos de Vilas, aunque el lector cuando lea este magnífico libro sabrá que no he dejado de hacerlo en esas reflexiones sobre el canon literario hispánico.
Azaroso, sí e injusto, también, pero cada escritor sabe internamente quién es y con qué muertos de la palabra convive. He pensado mucho mientras leía este luminoso regalo (este sí) de Vilas, en Harold Bloom, pero no por canon implícito que sustenta sobre todo su segunda mitad (que ha dispersado un poco al añadir modelos yuxtapuestos) sino por otro Bloom, el de 'The anxiety of influence' (traducido por angustia).
Ejemplifica esa angustia midiéndola con el fracaso de tener que convivir o sobrevivir con dignidad al éxito de festivales, ferias...
Cada escritor que quiere ser grande parece querer ajustar sus cuentas con quienes le preceden. Ejemplificaba Bloom con el mundo de los poetas americanos posrománticos que es el que mejor conocía. Vilas ejemplifica esa angustia midiéndola con el fracaso de tener que convivir o sobrevivir con dignidad al éxito de festivales, ferias, presentaciones, bolos se les llama, según acuñó la gente del teatro, bufet libre de hoteles (buenos o menos buenos según sea el caso y la cotización última) y tantas y tantas prebendas menores.
Conforme los años pasan vas conociendo que quienes te presentan en tal pueblo o tal otro de la geografía universal de ayuntamientos ibéricos posiblemente no te haya leído, o no te invitarían sin la esperanza de que la prensa acudiese o las redes hirviesen por frase malévola. Esa vida de escritor en feria ha sido contada por Vilas a pecho descubierto, y con una gracia y desencanto que merecen aplauso. Una cosa le queda clara al lector, es Vilas un pedazo de escritor y conoce como nadie las vanidades del mundo del novelista que se parecen a las que canto el Eclesiastés, pero que termina conociendo cada artista, como ese Lou Reed con cuyo fantasma dialoga en Times Square.
Salvo que seas Jünger, que dice un genio, nadie va a perdonar tus pecados. Vilas es más gracioso e irreverente que cruel (excepto la página dedicada a la primera mujer de Benet, que podría haberse ahorrado). Porque Manuel Vilas, lo sabemos todos, es buena persona y debe parecerlo también cuando escribe. Ocurre casi siempre, no teman sus lectores. El libro merece tener muchos, aunque solo sea porque los festivales literarios y el humor están en España bastante reñidos.
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