MÚSICA
La maleta perdida de Victoria de los Ángeles
2023, CENTENARIO DE LA SOPRANO
ABC Cultural ha tenido acceso a una maleta que contiene detalles hasta ahora inéditos sobre la vida de una de las mejores sopranos de nuestra historia

Nadie recuerda ya cómo llego la maleta a manos de Victoria de los Ángeles. Es recia, cuadrada, pesada y marrón; hecha de cartón y de cuero. En su sencillez, se limita a ser lo que la RAE dice que es: una caja con asa para ... viajar. Nada más. Al otro lado del teléfono, Teresa Díaz, que sirvió a la familia durante medio siglo, no aporta muchos más detalles, porque la valija ya estaba hecha cuando ella llegó: «Solo sé que era de Bernardo, que fue guardando ahí cosas suyas», me cuenta.
Ese Bernardo es Bernardo López, el padre de Victoria de los Ángeles López García, una de las sopranos más internacionales que Barcelona regaló al siglo XX. «La madre de la señora también metía ahí algún recuerdo, y luego yo también si encontraba alguna cosa la dejaba ahí dentro», matiza Teresa, a quien en casa de la artista llamaban simplemente 'la Tere'. Era una más del clan.
Entre todos, fueron escribiendo una peculiar biografía en el hueco que antaño habían ocupado camisas, calcetines... quién sabe. ABC Cultural ha tenido acceso a la pequeña colección, hasta ahora inédita, que incluye cartas, fotos e incluso un misal y unas gruesas agujas de tejer. Bernardo las usaba para reparar las alfombras de la Universidad de Barcelona, donde vivía y trabajaba como portero. Su esposa era la mujer de la limpieza. Su hija, una estrella del Liceo, el Metropolitan de Nueva York, el Colón de Buenos Aires y la Royal Opera House. La de mundos que caben en una maleta.
Una peculiar biografía en el hueco que antaño habían ocupado camisas, calcetines...
El arca olvidada se transforma en el espacio íntimo de los recuerdos, retazos de la vida de Victoria de los Ángeles fuera del escenario, cuando volvía a ser simplemente 'Tori', que es como firmaba muchas de sus cartas a la familia. Gracias a la maleta, hoy podemos escuchar su voz más personal, la que no quedó grabada en los discos. En esta historia se cuelan la añoranza de los seres queridos, las tardes de cine, el tedio de los viajes interminables, trucos para mantener fresca la voz, consejos de costura, recortes de prensa de las noches triunfales, e incluso algo –muy poco– de política.
El relato empieza en 1913, con un documento oficial: la notificación de que el bueno de Bernardo no es apto para el Servicio Militar. No es demasiado arriesgado suponer que se libró a causa de su cortísima estatura, la misma razón por la que décadas después, en la universidad, tanto los alumnos como los profesores le pusieron el mote –cariñoso, a pesar de la mala baba– de 'Rompetechos'.



El siguiente en entrar en escena (o en maleta, en este caso) es el tío Ángel, que el 26 de diciembre de 1925 regala una foto suya a su hermana, la madre de la soprano. «A mis queridos hermanos Bernardo y Victoria», reza la dedicatoria. La influencia que tuvo en la vida de la cantante es considerable, por dos motivos. En primer lugar, porque participó activamente de los debates sobre cuál tenía que ser el nombre del bebé: reclamaba para sí el honor de que la pequeña se llamase Ángela, pero la madre también quería que una descendiente suya se llamara como ella. Ante la controversia, el siempre ocurrente Bernardo intentó contentar a todos, y de esta manera fue a parar al nombre artístico con el que se la conocería en todo el mundo: Victoria de los Ángeles. En segundo lugar, el tío Ángel, al observar que la niña iba cantando por los pasillos de la universidad, le puso una guitarra en las manos y le enseñó a tocarla para que pudiera acompañarse. Fue un gesto natural en una familia acostumbrada a cantar y tocar la guitarra a la mínima ocasión.
En la playa
Una excursión veraniega a la playa de Castelldefels nos permite conservar fotos de la familia al completo en 1935. Les debió de gustar, pues repitieron en junio de 1936, ajenos a la guerra que se les venía encima. En una de las imágenes, Bernardo aparece a la izquierda, ataviado con un bañador que más bien parece un inmenso pañal. 'Tori' de los Ángeles se queda en segunda fila. Tiene trece años y, tímida como era, apenas asoma la cabeza.
A partir de ahí, la soprano es ya la protagonista absoluta de esta recopilación de trastos y cartas. Su padre conservó el lujoso programa de la recepción que le ofrecieron en el hotel Windsor Palace en 1949, antes de iniciar su primera gran gira internacional, que la llevaría a debutar en París, Londres y un buen puñado de países de latinoamérica. Apenas dos años antes, Victoria de los Ángeles había asombrado a todos al ganar el certamen musical más prestigioso del mundo, el Concurso Internacional de Ginebra.
La añoranza en una constante. los hijos, que siguen sin llegar, son otra causa de ese hastío
«Tuve un éxito enorme. Salí a saludar unas once veces en el primer acto y en el final casi veinte. La gente gritaba ¡Bravo! Y estaban de pie. El director del teatro dijo que desde que debutó la famosa cantante Nelly Melba no había habido otro éxito así. Tuve que bisar el aria». Corre el año 1953, y tras cantar 'Madama Butterfly' en el teatro de La Monnaie de Bruselas, Tori escribe a casa estas líneas, en las que parece no creerse el vuelco que ha dado su vida en menos de cinco años.
La crítica la acogió con entusiasmo desde el primer momento. Bernardo recortó y guardó, por ejemplo, un artículo que el entonces crítico musical de ABC, Antonio Fernández Cid, publicó en las páginas de este diario el 14 de diciembre de 1955. Tras asistir a un recital en el Liceo, no escatimó elogios para la soprano: «… ese instrumento único en que la perfección se humaniza, y la exactitud no empaña emotividades, que es la voz mágica de Victoria de los Angeles. Una voz que no es la más grande, pero sí la más bella que pueda imaginarse». Era la gran época, la de los triunfos en el Metropolitan, en la Royal Opera House, cuando se alternaba en las funciones de 'La Traviata' con Maria Callas y Renata Tebaldi en el rol protagonista, cuando hizo grabaciones que todavía hoy se consideran referencia indiscutible.
Butifarra con alubias
Bernardo no conservó, en cambio, el artículo al que se refiere Victoria de los Ángeles en otra de sus cartas, y que provocó la ira de la soprano –siempre de puertas adentro, nunca en público–. El 25 de marzo de 1955, Tori escribe a su cuñada: «Me olvidé de decirte que conocí a la Carabias y que no pensarás que fuera tan ordinaria como para decir en una reunión de la Embajada que a mí me gustaba la butifarra con mongetes!». Afortunadamente, el descuido del archivero se puede subsanar hoy gracias a las hemerotecas. En efecto, Josefina Carabías, corresponsal de 'El Noticiero Universal' en Washington, publicó el día 18 de ese mísmo mes un artículo detallando el exitoso recital de la cantante en la capital estadounidense. Cuenta que al finalizar hubo una recepción en la que, entre otros asuntos, se comentó el hecho de que «una mujer tan admirada universalmente no haga sacrificios para adelgazar y mantenga una línea más española que americana». Sí, la corresponsal observó con escasa sutileza que Victoria de los Ángeles no era demasiado esbelta. Preguntada por un periodista si seguía alguna dieta para cuidar la voz, «Victoria –cuenta Carabías–, dirigiéndose a un diplomático que domina perfectamente el inglés, le dijo: 'Trate usted de traducirle a este señor que prefiero la butifarra con mongetes'». El asunto trajo cola. En el semanario 'La prensa' del lunes día 21 de febrero leemos: «En el ambiente musical barcelonés no ha sido bien acogida la crónica de la enviada especial de cierto diario madrileño en los Estados Unidos, que ha señalado que nuestra paisana María Victoria de los Ángeles [sic], que triunfa en el país del dólar, mantiene su línea a base de butifarra. Se ha creído ver en estas palabras una censura hacia nuestra cantante y su régimen alimenticio». En la maleta retumba la voz de la soprano, indignada pero al mismo tiempo haciendo gala de su sentido del humor: «Yo no puedo resistir a esos 'grandes corresponsales'… Tanta gente inteligente que no tiene trabajo ni… butifarra con mongetes para llevarse a la boca».
Retumba la voz de la soprano, indignada pero al mismo tiempo haciendo gala de su sentido del humor
La muerte de Bernardo, en 1958, supuso un profundo disgusto para Tori, que en el momento del deceso se encontraba en Nueva York y tuvo que volver a toda prisa a Barcelona. La ternura entre padre e hija se aprecia en la dedicatoria de una de las fotos: «A mi queridísima hija Victoria, mi sueño dorado, mi consuelo y sostén de mi vejez». Por su parte, la cantante escribe en la primera página de su misal, el mismo año: «Tu imagen, padre adorado, descansa en mi corazón, y cada día la abrazo rezándote una oración». «Solo hago que recordar el que en aquella época papico (e.p.d.) vivía me esperaba con ilusión. En fin, aunque ya estoy resignada, no puedo olvidar nunca», se sincera con su madre en abril de 1959.
Madre e hija, pues, se quedan a solas en la conversación epistolar. Las cartas se siguen acumulando en la maleta, pero el diálogo toma otro cariz. Hablan de cosas que quizás a «papote» no le hubieran interesado. Por ejemplo, de costura: «He pensado que es mejor que escojas tú el vestido. Háztelo bastante liso y con una chaqueta lisa que te llegue a la cadera, de la misma tela. No es necesario poner botones, quedan mejor sin ellos cuando es para verano y entretiempo. La tela puede ser una lanilla fina o crêpe de seda. Te adjunto un trocito de crêpe, de un vestido que tengo aquí».



Con el paso del tiempo, vamos viendo a una Victoria de los Ángeles cada vez más apagada. La depresión empieza a atenazarla. Los hijos que tanto desea no llegan, sufre varios abortos y su marido, que también es su manager, empieza a darle más problemas que alegrías. Desde Toronto, escribe: «Solo hago que desear el regreso a Barcelona, pues esta vida de hotel ya me tiene hasta la coronilla». «No puedes imaginar cuánto deseo volver. ¡Nadie sabe bien el sacrificio que hago, aunque obtenga recompensas! Pero se ve que cada uno en esta vida tiene que sacrificarse y lo acepto. ¡Pienso tanto en los sacrificios que hizo papote!», dice desde Hannover en 1960.
Cine comprometido
A pesar de los pesares, la vida sigue, y durante los viajes hay que llenar el tiempo de alguna manera. Aparte de hacer labor y leer poesía, a menudo va al cine. Victoria de los Ángeles fue una gran aficionada al séptimo arte, hasta el punto que se compró una de las primeras máquinas filmadoras portátiles y grabó películas caseras con ella. De hecho, en la maleta se conserva una imagen de las que por sí solas explican la historia de muchas familias españolas en aquellas décadas. En primer plano está Victoria hija, moderna, con unas estilosas gafas de sol y apuntando con la videocámara hacia el fotógrafo. Detrás de ella, Victoria madre, de pie, ataviada con un vestido de estar por casa y con la mirada fija en las agujas con las que está tejiendo. Parecen haber salido de siglos diferentes.
A la hora de escoger películas, sus gustos eran variados, pero llaman la atención dos títulos que aparecen en una misiva de principios de los años 60. Ambos abren la puerta a una lectura en clave política. La primera es 'Los cuatro jinetes del apocalipsis', dirigida por Vincente Minnelli y basada en un libro del escritor, periodista y político republicano español Vicente Blasco Ibáñez. La película traslada la acción de la novela de la primera a la segunda guerra mundial, para criticar el auge del fascismo. La segunda, 'El juicio de Nuremberg', el gran clásico dirigido por Stanley Kramer con un espectacular reparto: Spencer Tracy, Burt Lancaster, Marlene Dietrich, Judy Garland, Montgomery Clift… «¡A ver cuándo la echan en Barcelona!», le dice a su madre. La echaron en 1962, pero con numerosos recortes, y titulada '¿Vencedores o vencidos?'. El contenido original era demasiado crítico con las dictaduras y los nazis, viejos aliados de Franco, como para exhibirla sin tijeretazos en las salas españolas. Hubo que esperar a 1980 para verla sin censura.



Con su madre también comenta sus rutinas para cuidar su voz. «Cada noche canto de 9 a 12, pero tengo la ventaja de poder descansar durante todo el día», explica en 1959, mientras se encuentra en Roma grabando 'La Traviata' con Tullio Serafin como director y junto al tenor Carlo del Monte. Continúa dando detalles: «Duermo hasta tarde, como y doy un paseo de una hora. Después me meto en el baño tibio, me pongo en plan de Instituto de Belleza, me pongo crema por todo el cuerpo, me hago la manicura y me estiro en la cama media hora. Hago sueter, ceno y otra vez a cantar. Ya ves que procuro descansar, ya que si no fuera así, con el cansancio que me queda en las cuerdas vocales, sería imposible cantar cada día. Además, no hablo nada«.
La familia
La añoranza es una constante en todas y cada una de las cartas. En una ocasión, el anhelo de estar cerca de los suyos la lleva a tener una premonición tecnológica: «Los ratos buenos me los paso haciendo un sueter y viendo la televisión. ¡Ah, pero si fuera posible tocar un botón y vernos a través de ella…!». Los hijos, que siguen sin llegar, son otra causa de ese hastío. En su cumpleaños de 1962, escribe: «Mamica, ¡hace 39 años qué mal rato pasabas! Pero qué suerte poderlo pasar… A ver si rezas un poquito para que yo también logre tener esa suerte! Claro que ya estoy conformada a todo y los años me han pasado así, esperando algo que nunca viene». Ese «algo» llegó en 1963, tres lustros después de casarse, y se llamó Juan Enrique. En 1968 llegó al mundo su segundo hijo. Para entonces, Victoria de los Ángeles tenía 45 años. El pequeño Alejandro nació con Síndrome de Down.
Victoria madre murió en 1971. Entonces ya no hay más cartas, pero la maleta se sigue llenando con fotos de Juan Enrique y, sobre todo, de Alejandro. «A la práctica yo lo crié –me cuenta la Tere–, y estuve con él hasta que murió» en 2019. Apenas puede contener las lágrimas al recordarlo. Le pregunto cómo fue criar un niño como Alex en la España de los 70. «El médico dijo que nunca podría caminar, era como un trapito», pero aun así su cuidadora lo ponía de pie y le hacía hacer ejercicio, hasta que un día el doctor, atónito, pudo comprobar que el pequeño se tenía en pie. Para su padre, el nacimiento de este segundo hijo fue un duro golpe. «No lo digirió», asegura Teresa Díaz. Hasta el punto que decidió ocultarle a su esposa que su hijo padecía ese transtorno genético: «Pensaba que ella se lo tomaría tan mal como él, y por eso no se lo dijo». Pero fue al contrario. Al enterarse, Victoria de los Ángeles se volcó en él e incluso le dedicó un disco, titulado 'Lucero mío'. La soprano murió en 2005. Había perdido a su primogénito, Juan Enrique, en 1998.
La maleta-biografía termina así, con imágenes de Alejandro que se fueron acumulando hasta que un día alguien echó el cierre a la caja y la dejó en un rincón. Desde entonces, ha estado en la sede de la Fundación Victoria de los Ángeles, a buen recaudo pero sin llamar la atención demasiado. Quizás algo del espíritu tímido y humilde de su propietaria acabó impregnándola. Trato de averiguar si fue Teresa quien siguió metiendo ahí las fotos del Lucero. Se emociona, vuelven a saltarle las lágrimas y no saco nada en claro. «A mi niño, póngalo por el cielo. Era un ángel», me dice cuando ya nos habíamos despedido y estamos a punto de colgar.
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