Iggy Pop, un punk a tiempo parcial en el Teatro Real
Ha actuado en Madrid dentro del Universal Music Festival con canciones en las que dejó huella con su garganta
En sus tiempos indómitos, cuando subía al escenario nadie -ni él mismo- sabía lo que iba a hacer: si rajarse el pecho con una botella rota, saltarse los piños en un vuelo kamikaze sobre el público o caer redondo por el bombeo de opiáceos en el torrente sanguíneo. Pero desde que bebe Schweppes las incertidumbres previas a sus conciertos son otras, especialmente anoche, ante una cita tan estrafalaria de inicio como la del Teatro Real.
¿Qué hará La Iguana? ¿Dará un show con big-band al estilo jazzístico? ¿Se pondrá en plan 'crooner' con sus canciones afrancesadas? ¿Tocará su último disco? ¿Saldrá a guitarra y voz para regalarnos una velada íntima? ¿O dejará brotar su instinto punk con una actuación 'stogeesca'? Las diferencias entre todas estas posibilidades son abismales, y optar por una cosa u otra en semejante lugar podía llevarle a la cumbre o hundirlo en el ridículo. Pero en cualquier caso, todas estas dudas ponen de manifiesto que a Iggy Pop no se le puede acusar de inmovilismo o inmadurez, ni mucho menos considerar un mito de segunda o una caricatura. Es, de hecho, una de las estrellas del rock más versátiles, valientes e íntegras de la historia.
No se le puede acusar de inmovilismo o inmadurez. Es una de las estrellas del rock más versátiles, valientes e íntegras de la historia
Al final, lo que hizo el bueno de James Osterberg Jr. fue un todo en uno, disparando cada una de esas versiones de sí mismo hacia el público como si estuviera jugando a tiro al plato con metralleta. Sin viejos conocidos en la banda de acompañamiento, Iggy estuvo flanqueado por Leron Thomas (trompa), Sarah Lipstate 'Noveller' (guitarra), Corey King (trombón), Florian Pellissier (teclados), Gregoire Fauque (guitarra), Sylvian Ruby (bajo) y Thibaur Brandalise (batería), una alineación sin leyenda que solo dejó ojos para el mejor 'front-man' que aún camina por este planeta.
El ambiente en los aledaños del Real era el de un festival Azkena en miniatura, con todas las terrazas llenas de gente con pintas de estar ahí por Iggy. ¿Estarían dispuestos a arrasar con las butacas en caso de producirse una combustión espontánea de La Iguana con su público? Al entrar, hubo una pequeña sorpresa no del todo agradable: la emisión de un cortometraje que no se sabe muy bien a qué venía, pero que rebajó la atmosfera festivalera aunque aún quedaban agitadores gritando «¡Iggy, vamos Iggy!».
Él se arranco con 'Rune', '5,1' y 'Loves missing', tres piezas 'menores' en las que dejó huella con su garganta. Y entonces llegó 'TV Eye' y esa fue la señal: la gente se levantó y se arremolinó frente al escenario. Y los de seguridad les dejaron quedarse ahí, bien por ellos. Pero empezó a dar un poco de miedo verlo desde la tercera planta, donde una pequeña repisa de medio metro separaba la euforia punk de la caída mortal a la platea.
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'Endless sea' bajó convenientemente las revoluciones (¿acaso íbamos a arrasar con todo tan pronto?), pero de pronto suena 'Lust for life'y el incendio se extiende. Él ya está descamisado, tiene la cadera hecha polvo y arrastra la pierna como un tullido del medievo, pero consigue que nadie se fije en eso. Su presencia es tan mercurial que te hace sentirte afortunado de estar ante él cantándote como 'The Passenger' con una fuerza increíble, apolínea.
'Gimme danger' y 'I'm sick oh you' resultan absolutamente maravillosas, y para el final, Iggy nos reserva una tormenta de distorsión con 'Down on the street«, 'Funhouse' y 'Search and destroy' que deja a la horda 'boomer' feliz y agotada. El punk a tiempo parcial funciona incluso en el Real. Conciertazo.
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