Humildad y verdad
Aún resuenan entre nosotros aquellas palabras el 19 de abril de 2005: «Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor»

Cuando en febrero de 2013 llegó la noticia de que Benedicto XVI renunciaba al ministerio como sucesor del apóstol San Pedro, afloraron en nosotros un sin fin de sentimientos contradictorios: estupor, sorpresa, pena, comprensión, afecto, esperanza… Una decisión largamente meditada, tomada con la ... conciencia desplegada ante Dios, como ejercicio supremo de libertad y responsabilidad, mostrando la grandeza de una persona movida únicamente por el mejor servicio a Dios, a la Iglesia y al mundo.
Aún resuenan entre nosotros aquellas primeras palabras en el balcón de la basílica el 19 de abril de 2005: «Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones». Y estas palabras sencillas se cumplieron en los ocho años de ministerio de Benedicto XVI: el Señor sabe trabajar y actuar con instrumentos insuficientes, con la sencillez y la humildad de los que confían en Dios.
Todo su pontificado estuvo transido por su modo de ser amable, sencillo, contagiando paz, serenidad y esperanza. El Papa Benedicto ha querido vivir de cara a la verdad, volcado única y exclusivamente en el servicio a Dios, a la Iglesia y a la humanidad, desprendido de cualquier apego, incluso de la misma Sede de Pedro si lo estimaba oportuno por el bien de la Iglesia. Gracias de corazón, Santo Padre. Le recordaremos con emocionado agradecimiento. Que podamos sentirle siempre muy cerca de nuestro corazón.
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