Las buenas ideas de los obispos vascos
En el texto hay mucho del Papa Francisco, pero también de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI
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La Cuaresma ha pillado a la Iglesia en estado de oración por la salud de un Papa cuyo tono de voz, escuchado el pasado viernes, transmite pasión de vida y sufrimiento. Hacía tiempo que, en este tiempo litúrgico que comenzó el pasado miércoles de ... ceniza, los obispos vascos, con el de Pamplona, no publicaban su carta pastoral conjunta de Cuaresma. Un texto que allá por los ochenta y noventa del siglo pasado era tan esperado como polémico.
En este año Jubilar han vuelto con un sugerente documento, 'El contraste paciente. Repensando la relación Iglesia-mundo', en el que, como no podía ser de otro modo, hay mucho del Papa Francisco, pero también de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. En el breve diagnóstico que hacen de la situación destacaría que «estamos ante un verdadero tsunami cultural que ha convertido en extraños y escasamente atractivos muchos elementos esenciales de la antropología y cosmovisión cristianas: el valor esencial de la comunidad, el sentido del sacrificio y el compromiso, la importancia de la fidelidad, de la entrega, de las renuncias, la ineludible referencia a la corporeidad y a la biología si queremos comprendernos como seres humanos».
¿Qué proponen los obispos? Siguiendo uno de los libros sobre el cristianismo antiguó más interesantes que he leído en los últimos años, 'La paciencia. El sorprendente fermento del cristianismo en el imperio romano', de Alain Kreider, recuerdan que «el testimonio de vidas de creyentes ejemplares, reflejo de un Dios paciente y amoroso, constituía la evidencia más convincente del valor de la fe cristiana». Esto se traducía en que el culto, es decir, la liturgia de celebración de los sacramentos, especialmente la eucaristía, y la oración personal y comunitaria, eran el espacio natural de configuración de la identidad cristiana. Identidad que se hacía viable en la sociedad convulsa a través de la vida comunitaria, el testimonio de la caridad y la oferta de sentido, de liberación, de felicidad, que diríamos hoy. Como señala Kreider, lo significativo de esa expansión del cristianismo no fueron tanto las conversiones masivas, sino el proceso gradual de adhesiones individuales que se transmitían por redes familiares y de amistad.
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