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De su visita a Auschwitz a su encuentro con víctimas de abusos: cinco momentos claves del papado de Benedicto XVI

Las imágenes que inmortalizaron al Papa emérito durante los momentos más complicados y determinantes de su mandato

Benedicto XVI durante su visita a Auschwitz en 2012 AFP | vídeo: atlas
Javier Martínez-Brocal

Javier Martínez-Brocal

Corresponsal en el Vaticano

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Durante sus casi 8 años al frente de la Iglesia católica, el Papa emérito Benedicto XVI protagonizó momentos que quedaron plasmados en el imaginario colectivo y por los que se le recordará tras su marcha.

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Benedicto XVI durante su visita al campo de exterminio de Auschwitz en mayo de 2006 AP

Auschwitz

La visita de Benedicto XVI al campo nazi de exterminio Auschwitz Birkenau, regaló un pequeño milagro. Era el 28 de mayo de 2006. El primer Papa alemán de los tiempos modernos decidió personalmente atravesar los portones de este epicentro del terror del siglo XX caminando solo, sin el cortejo de cardenales, obispos y secretarios que le rodeaba en las visitas papales.

Lo atravesó en silencio, con las manos recogidas, entrelazadas, rezando, y la mirada baja. Ni siquiera miró de reojo esa mentira blasfema que recibía a los millones de judíos que la atravesaron desde 1940: «El trabajo os hará libres».

«Tomar la palabra en este lugar de horror, de acumulación de crímenes contra Dios y contra el hombre que no tiene parangón en la historia, es casi imposible; y es particularmente difícil y deprimente para un cristiano, para un Papa que proviene de Alemania. En un lugar como este se queda uno sin palabras ; en el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?» clamó con su voz tímida ante decenas de supervivientes, que le escuchaban conmovidos.

Allí, el Papa dijo que se «inclinaba en silencio» «ante las innumerables personas que aquí sufrieron y murieron. Sin embargo, este silencio se transforma en petición de perdón y reconciliación , hecha en voz alta, un grito al Dios vivo para que no vuelva a permitir jamás algo semejante».

Benedicto consideraba que era una «obligación moral» visitar este lugar «como hijo del pueblo alemán, como hijo del pueblo sobre el cual un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su importancia, con previsiones de bienestar, y también con la fuerza del terror y de la intimidación; así, usaron y abusaron de nuestro pueblo como instrumento de su frenesí de destrucción y dominio».

Lo experimentó personalmente, Quizá aquel día pasarían también por su memoria los años de guerra, cuando fue enrolado a la fuerza para excavar trincheras del ejército alemán en el frente de Austria y Hungría. Antes de cumplir 18 años, desertó del ejército y superó varios controles militares simulando que se había roto un brazo. Desertando, puso en peligro su vida, pero escapó del horror.

Simbólicamente, aquel 28 de mayo en Auschwitz, nada más terminar la oración del Papa el campo de concentración, salió el arcoíris, que judíos y cristianos consideran según la tradición bíblica el símbolo de la alianza de Dios con Noé. Para muchos, fue casi un milagro.

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Benedicto XVI en su visita a Washington en abril de 2008 AFP

Lucha contra los abusos

Benedicto XVI fue el primer Papa que aceptó reunirse con víctimas de abusos. El primer encuentro con ellas fue el 17 de abril de 2008 en Washington, en la nunciatura. Había condenado ya los abusos en cinco de los discursos de esa visita. Pero sabía que no bastaban las palabras.

«Hoy a las 16:15, el Santo Padre se ha reunido en la capilla de la nunciatura con un pequeño grupo de personas víctimas de abusos cometidos por sacerdotes», anunció por sorpresa el Vaticano, pues no aparecía en la agenda pública. Explicó que el Papa había escuchado «sus relatos personales y les respondió con palabras de ánimo y esperanza. Además, les aseguró que rezaría por sus intenciones, sus familias y todas las víctimas de abusos sexuales».

No fue una excepción, volvió a reunirse con grupos de víctimas al menos en cinco ocasiones en Roma y en sus viajes a Australia, Malta, Inglaterra y Alemania.

Como pontífice, meses después de su elección sancionó al fundador de los Siervos del Corazón Inmaculado de María, Luigi Burresi, a quien obligó a ejercer el sacerdote solo en su propia casa. La sanción más sonada fue contra el poderoso Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, que entonces tenía 86 años. En 2006 Benedicto XVI fue criticado en ambientes católicos por haberlo obligado a retirarse a una vida privada, y por haberle prohibido que ejerciera el ministerio sacerdotal sin un proceso canónico. El tiempo le dio la razón, pues las pruebas eran evidentes.

En 2012, un año antes de su renuncia, impulsó un congreso en Roma con representantes de 110 conferencias episcopales y 30 órdenes religiosas, y les solicitó «promover en toda la Iglesia una vigorosa cultura de prevención eficaz y de ayuda a las víctimas» de abusos. Allí arrancó una petición de perdón al cardenal William Levada, entonces encargado vaticano de juzgar los casos de abusos, que reconoció que en los últimos diez años habían recibido señalaciones de 4 mil abusos a menores por parte de sacerdotes, y que la respuesta del Vaticano fue «inadecuada».

En ámbito legislativo, en 2010 elevó de diez a veinte años el plazo de prescripción de los abusos, simplificó la burocracia administrativa, introdujo la posibilidad de que el Papa expulsara directamente del sacerdocio a los culpables y estableció que «se cumplan las disposiciones de las leyes civiles en lo referido a señalar estos delitos a las autoridades correspondientes».

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Benedicto XVI en el consistorio de cardenales donde anunció su renuncia al Papado AFP

La renuncia

Benedicto XVI pasará a la historia por el gesto con el que revolucionó definitivamente el Papado. El 11 de febrero de 2013 convocó un consistorio de cardenales con la excusa de aprobar unas causas de canonización. Cuando parecía que el encuentro había terminado, anunció que tenía «una importante comunicación que transmitir».

«Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino», sorprendió. A continuación, abandonó en silencio la reunión, como si nada. Pero acababa de someter a un electroshock la cultura de la curia vaticana. El mensaje era: Aquí nadie es imprescindible, tampoco el Papa.

El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi destacó inmediatamente que la decisión era válida había sido meditada, tomada con plena libertad y pronunciada de modo unívoco ante un público cualificado.

A sus entonces 85 años, se convirtió en el primer pontífice que renuncia en pleno ejercicio de sus funciones papales. Completó la declaración con estas palabras del último día de su pontificado, el 28 de febrero: «Entre vosotros, en el Colegio Cardenalicio está el futuro Papa al cual ya desde hoy prometo mi incondicional reverencia y obediencia».

Cumplió la palabra. En febrero se habrían cumplido diez años de este gesto. No retomó una vida pública, y abandonó el ex monasterio en el que residía en los Jardines Vaticanos sólo dos veces. La primera, para pasar unos días de descanso en Castel Gandolfo. La otra, en junio de 2020, para despedirse de su hermano en Baviera, días antes de que falleciera.

Enseñó a los futuros papas cómo debe actuar un pontífice cuando renuncie.

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Benedicto XVI en la sede de la ONU en Nueva York Reuters

La ONU

En sus viajes, Benedicto no pronunciaba palabras dulces para acariciar los oídos de quienes le escuchaban. Pero, paradójicamente, eso conquistaba a quienes veían por primera vez la solidez intelectual y honestidad de sus propuestas. Ocurrió en la sede de las Naciones Unidas en New York, y en la plaza de la Revolución de la Habana.

En abril de 2008 intervino ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York. Allí Benedicto reivindicó que la primera responsabilidad de los Estados y el baremo para medir su eficacia y legitimidad es la protección los derechos humanos. Por eso mismo, dijo que si un Estado no logra asegurarlos «corresponde a la comunidad internacional intervenir con los medios jurídicos previstos en la Carta de Naciones Unidas y otros acuerdos internacionales».

El tema era oportuno pues coincidía con la conmemoración del 60 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Benedicto recordó que éstos se fundan en la dignidad de cada persona y deben ser respetados en todas las culturas y civilizaciones. Significa que ningún Estado puede negarlos y que no pueden limitarse «en nombre de concepciones culturales, políticas, sociales o incluso religiosas».

Cuatro años más tarde viajó a la Cuba de Raúl Castro y se reunió con Fidel, quien le despidió rogándole que le recomendara algún libro. Nada más aterrizar, dijo que llevaba en su corazón «las justas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos, dondequiera que se encuentren», en referencia a los exiliados. En Santiago propuso «construir una sociedad abierta y renovada, mejor y más digna del hombre» pero con «las armas de la paz, el perdón y la comprensión».

Pero allí también Benedicto XVI reclamó plena libertad religiosa para todos en Cuba, por ejemplo, permitiendo que la Iglesia católica gestione allí algunas escuelas. Pidió también clemencia para los presos. Lo hizo siempre sin alzar la voz. Como fruto de ese viaje, el segundo de un Papa, el Viernes Santo volvió a ser día festivo en la isla.

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Visita de Benedicto XVI a la mezquita azul de Estambul, Turquía Reuters

Ratisbona

En septiembre de 2006, Benedicto viajó a su Baviera natal y recuperó durante una hora la actividad que había abandonado en 1977, cuando Pablo VI le solicitó que abandonara la cátedra universitaria y se convirtiera en arzobispo de Múnich.

El Papa entró en el Aula Magna de la Universidad de Regensburg para pronunciar una lección magistral sobre el diálogo entre Fe y Razón. Nada le hacía imaginar que estaba a punto de estallar una de las crisis que marcaría su pontificado.

Benedicto XVI condenó allí el ejercicio de la violencia en nombre de la fe, citando la «yihad» como un acto de agresión a Dios. El Papa citó un diálogo del emperador bizantino Manuel II, el Paleólogo con un erudito persa. En la conversación, el emperador decía que la indicación de Mahoma de «difundir la fe usando la espada» contradecía los mandatos que proscriben la conversión forzosa al Islam presentes en el Corán.

La frase fue considerada extremamente ofensiva en círculos islámicos, también porque era difícil explicar el profundo contexto en el que fue pronunciada. La frase desencadenó una avalancha de condenas por parte de exponentes musulmanes y el presidente turco Tayip Erdogan amenazó con cancelar el viaje que Benedicto tenía previsto realizar a Ankara y Estambul dos meses más tarde. Inclusó Al Yazira emitió en directo el ángelus del Papa en el que explicó esa frase en varios idiomas.

El Papa publicó una nota acompañando el texto final. «Espero que el lector de mi texto pueda entender inmediatamente que esta frase no expresa mi valoración personal frente al Corán, hacia el cual tengo el respeto que se merece el libro sagrado de una gran religión», escribió. «Simplemente quería subrayar la relación esencial entre fe y razón. En este punto estoy de acuerdo con Manuel II, pero sin hacer mía su polémica», aclaró. Benedicto incluso convocó semanas más tarde en Castelgandolfo a embajadores de una veintena de países de mayoría islámica, pero no fue suficiente.

La paz llegó casi por casualidad, gracias a una idea personal del Papa. Durante el viaje a Turquía a finales de noviembre de ese mismo año, incluyó una visita a la bellísima mezquita azul. Y allí, cuando el gran muftí le mostró el mizrá que señala la dirección de la Meca, el pontífice propuso «detenerse juntos para unos momentos de oración».

Como resultado indirecto, se reactivó el diálogo entre Iglesia católica e islam. Un largo proceso que culminó con el documento conjunto sobre la Fraternidad humana firmado en febrero de 2019 por el Papa Francisco y Ahmed Al Tayeb, referente de los musulmanes sunitas.

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