Reloj de arena
Juan Joya Borja «El Risitas»: ¡Cuñaaaoooooo!
Si hubiera visto la luz en otro siglo hubiera trabajado por el Salvador o la Catedral, donde solía hacerlo la rufianesca

*Perfil de 'El Risitas' publicado el 16 de enero de 2021 en ABC de Sevilla
Si nace cuatro siglos atrás hubiese trabajado en Gradas o por El Salvador, donde solía hacerlo la rufianesca. Pero nació el siglo pasado, en cuna humilde y barrio poligonal, ... alcanzado la fama en los platós de televisión, que muchas veces no es mejor que el patio de Monipodio.
Por sus venas corre sangre española, de pícara aristocracia, de ladina ascendencia, con blasón de campo de azur con dos paelleras como las que perdió en Chipiona y armas propia del ingenio como lo son el sable y la vista de lince. Nunca le hizo mal a nadie. Solo deseaba el cheque del prójimo: por un cheque la vida, por un cheque el cielo, por un cheque el honor. Quintero lo descubrió para su galería de fenómenos, bohemios, desheredados, solitarios y pollitos de California , adelantándose así a Javier Sardá que lo quería para su planeta de marcianos.
En la corte de Quintero fue uno de los reyes del esperpento, con trato de favor del genial dueño de aquella cuadra de purasangre, que siempre le dio el sitio del chiste y no le rozó nunca jamás la dignidad de su expuesta persona. «El Risitas» fue feliz en aquella corte de los milagros. Sobre todo cuando a un cheque, de Coto Matamoros por ejemplo, le burlaba su destino para metérselo en el bolsillo. El arte hay que pagarlo…
La televisión lo hizo tan popular que hubo veranos donde firmó más de cien galas. Hasta la Guardia Civil tenía que escoltarlo paras evitar que sus fans lo apabullaran. Con su pareja «El Peito» , con el que se llevaba tan mal como John Wayne con los indios, llenó teatros, discotecas y casetas de Feria, siendo la atracción máxima de la noche.
Pícaro
«Si llega a nacer hace cuatro siglos hubiera trabajado en Gradas, pero lo hizo en televisión, que nada tiene que envidiarle a Monipodio»
Rafael Cosano , hombre de tablas y equilibrio en la pareja, recuerda como una vez en la feria de Dos Hermanas , «El Risitas» vio sobre el mostrador de la caseta una tortilla de patatas enorme, tan grande y redonda como una plaza de toros, que desapareció de inmediato en una bolsa que llevaba nuestro héroe. No gastaba ni tiempo. Todo lo que ganaba lo guardaba o lo entretenía. Y a modo y manera de los grandes mitos del espectáculo, pedía un catering en su camerino que, igualmente, se lo llevaba completo para casa. A Cosano le costaba la vida que se aprendiera medianamente un gag. Ni era rápido con la lectura ni con los números. Y eso no ayudaba a retener las situaciones del espectáculo. Pero salía con tanta gracia de sus trompicones que Cosano recuerda el día en que acordaron que cuando lo cogiera del brazo le preguntara por un futbolista del Sevilla que tocaba muy bien la guitarra. El Risitas se enredó en su laberinto y le soltó a Cosano en plena actuación: «Oye, compadre, cómo se llama el Moya de los Romeros de la Puebla ». Y todo el mundo al suelo muerto de risa. Hasta que la televisión le inoculó el veneno de la fama, «El Risitas» era fiel parroquiano de la taberna del Peregil . Allí vivaqueba ganándose el cariño y las papas con las que se alimentaba haciendo encargos. Un día un coche lo atropelló y le desbarató la clavícula. El hombre solía reírse de su destino diciendo que en vez de un Erre-5 lo debió atropellar un Mercedes y así habría cogido más dinero por la indemnización. Cuando murió «El Peito», acompañó al cementerio a su querido enemigo, junto a Jesús Quintero y Antonio Jiménez Filpo .
Fichaje
«Jesús Quintero se adelantó a Javier Sardá, que quería llevárselo para la corte marciana de sus crónicas de televisión»
Iban todos empapados en dolor. Hasta que, al pasar por una de las calles de ese barrio tan triste, vio un nicho con un escudo del Betis enorme. Y el Risitas dijo muy serio: ese se ha muerto porque bajamos a Segunda… Nunca verán a «El Risitas» morirse por un plato de arroz. Lo odia. Si por él fuera acababa con los arrozales de la China y de la Puebla . La justificación es bien sencilla. Un verano, trabajando en un chiringuito de Chipiona, a la vera del faro, le dieron a lavar cincuenta paelleras, con el asperón y los respectivos limones. El Risitas nunca optó a la medalla nacional del Trabajo. Y agarró las cincuenta paelleras a una cuerda y las sujetó con un palo cerca de la orilla de la playa. Cuentan que echó una cabezadita. Y al despertarse, las paelleras se las había tragado el mar, como un pecio de ánforas romanas con vino de la Bética. Cuando le dijeron que tenía que pagarlas, cogió Los Amarillos y le hizo una cruz al arroz para siempre.
Pícaro, tierno, con el sable de azúcar y la maldad por conocer, empezó a cobrarle un euro a todo aquel que en la Feria quería fotografiarse con su persona. En otra ocasión fue al juzgado porque la guasa lo había engañado diciéndole que la muela del juicio te la pagaban en los tribunales. Y cuando pedía un café decía que se lo tomaba a ver si se despellejaba en vez de despejaba. Este verano, tan poco azul para el mundo, encontró en Punta Umbría la peor cara de su destino.
Cheque
«La obsesión de “El Risitas” era no gastar y pillar los cheques del prójimo, fueran suyos o de Coto Matamoros»
Gangrenado un pie por culpa de la diabetes le amputaron una pierna. Gracias a un hermano de la Santa Caridad, que lo conoce bien desde la época de Quintero, vive en la casa de Mañara, se ha quitado el bigote y se entretiene viendo jugar al parchís a sus compañeros de posada. En el bulevar de la fama no figura su nombre; pero sí en la memoria de nuestros días más felices resuena la risa que fue cuando clamaba: ¡Cuñaaaaooooo!
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