Crítica de «Buñuel en el laberinto de las tortugas»: Animación de un documental y documento de un desánimo
Esta película es tanto un complejo boceto de la personalidad de Buñuel como un hermoso homenaje a la figura de Ramón Acín

Luis Buñuel es los ojos más gordos del cine y su mirada más singular, provocadora y abrasiva. Su talento es descomunal, inabarcable, y que aquí, en esta película de animación, se abarca en parte al enfocarlo en sus años de juventud, tras el estreno de «La edad de oro» y sus primeras y eternas dudas entre lo radical y bulboso del surrealismo y lo arbóreo y frondoso de lo real. Está basado en el cómic de Fermín Solís, y se narra esencialmente el rodaje de su documental «Las Hurdes, tierra sin pan» , que pudo rodar gracias al dinero afortunado (la lotería) de su amigo y artista aragonés Ramón Acín Aquilué, fusilado por su ideología anarquista al principio de la Guerra Civil. Y esta película es tanto un complejo boceto de la personalidad de Buñuel como un hermoso homenaje a la figura de Ramón Acín.
El director es Salvador Simó Busom y acierta en sus dos opciones técnicas para filmar a este Buñuel y a esta obra: elige una animación peculiar, alejada del modo o moda que exige el ojo actual, pero muy bien armada de concepto y de estética, y por otro lado elige una mezcla difícil, la de introducir en la representación animada momentos reales del documental de Buñuel, lo que le proporciona al dibujo la energía y la firmeza de un acta notarial. La historia permite, además, penetrar en ese mundo oscuro y en la personalidad cerrada que acompañaba a Buñuel (flashback, visiones, pesadillas, símbolos…), conocer la miseria y emoción de aquella España y también la miseria y emoción del laberíntico cineasta.
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