Tribuna Abierta
Ni quiero, ni debo, ni puedo olvidar
Para quien no tenga claro lo que significa no rendirse a ETA, le diré que implica admitir que no hay derrota sin vencedores y vencidos

Parece que fue ayer cuando sonó el teléfono de madrugada y cuando me caí de rodillas ante la brutalidad de la noticia recibida; ETA había matado a Alberto y a Ascen a pocos metros de su casa en Sevilla. Parece que fue ayer cuando decidí ... no creérmelo ante la incapacidad de soportar tanto dolor de golpe. Aun así, cogí en brazos a mi niña de año y medio y junto a mi marido, volamos de Turín a Madrid y después a Sevilla. De esos momentos recuerdo a policías y guardias civiles a nuestro alrededor en los aeropuertos y también el castañetear de dientes que mantuve durante las varias horas de viaje. Lo único que quería era llegar pronto a casa para que alguien me desmintiera esa trágica información. Parece que fue ayer cuando le vi la cara a mi madre, cuando todos me abrazaban y lloraban, como siguieron haciéndolo durante las semanas siguientes que permanecí en Sevilla, como aún hoy lo siguen haciendo aquellos que quieren con su abrazo mitigar nuestro sufrimiento y mostrarnos que están con nosotros y siempre lo estarán. Parece que fue ayer cuando pasamos toda la noche del 30 de enero en el Ayuntamiento de Sevilla frente a los ataúdes de Alberto y de Ascen que estaban cubiertos con la bandera de España, que mi madre guardó muy dobladita. Parece que fue ayer cuando miles y miles de personas pasaron frente a los cuerpos del teniente de alcalde de Sevilla y su esposa, acompañándonos en el sentimiento y mostrando su respeto y su rabia por el cruel atentado. Parece que fue ayer cuando en medio del dolor, vinieron a casa los niños, Ascen, Alberto y Clara, que reflejaban en sus caras el desconcierto de no saber por qué no estaban con sus padres y quienes, con una valentía y generosidad inimaginables, se agarraron a la vida con todas sus fuerzas y a su manera nos salvaron a todos, sobre todo a mi madre que se dedicó a ellos en cuerpo y alma. Parece que fue ayer cuando tuve que aceptar que la muerte de Alberto no era un mal sueño, sino una realidad que no tenía vuelta atrás y cuya consecuencia sería la de vivir con la ausencia de mi hermano el resto de mis días.
Parece que fue ayer pero han pasado veintisiete años y a mí me sigue costando asumirlo y me sigo haciendo las mismas preguntas que cuando ocurrió: ¿por qué? ¿para qué? Mis respuestas de ahora son más documentadas que las de entonces pero coinciden en lo fundamental. A Alberto, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Sevilla le mataron por ser del Partido Popular. No olvido las palabras de Kantauri, jefe de ETA que ordenó su muerte, dentro de esa escalofriante estrategia de «socialización del terrorismo» en las que decía a los comandos de ETA que levantaran concejales populares. Y te levantaron hasta el cielo, Alberto.
Y también secuestraron y mataron a Miguel Ángel Blanco, y a otros servidores públicos, cuya única culpa fue ser del Partido Popular, cuyo presidente no cedía ante ETA.
Respecto al para qué mataron a esa joven pareja sevillana cuando volvían a su casa donde les esperaban sus tres hijos, de ocho, siete y cuatro años, no tengo duda. Lo hicieron porque querían acabar con la unidad de España, con nuestra libertad y con el Estado de Derecho y querían, como cualquier terrorismo, matar a unos para aterrorizarnos a todos. No lo consiguieron porque España no se rindió ante ETA entonces y menos debemos rendirnos ahora ante quienes no condenan ni el asesinato de Alberto y de Ascen, ni el de tantas víctimas.
Y para quien no tenga claro lo que significa no rendirse a ETA, le diré que implica admitir que no hay derrota sin vencedores y vencidos. No hay final de ETA sin deslegitimar no solo a los terroristas, sino a sus herederos, quienes nunca han renegado de una ideología que quiere destruir nuestra unidad y nuestra libertad. ¿Cómo se ha podido pactar una ley de Memoria democrática con quienes defienden a quienes durante más de cincuenta años han intentado destruir la democracia a tiros? ¿Nos hemos vuelto locos? No rendirse significa rebelarse ante los más de cuatrocientos homenajes que se han hecho este año a los terroristas de ETA. No rendirse significa defender con uñas y dientes que nuestros héroes son Alberto y Ascen y no los asesinos que les mataron y aquellos que festejaron sus muertes.
No podemos permitirnos olvidar porque ese olvido interesa a quienes quieren perpetuarse en el poder a costa de nuestra desmemoria y nosotros, los españoles que sufrimos a ETA en nuestras carnes y en nuestra alma, nos negamos a pasar esa página que debería avergonzar a quienes pactan con un partido que intentó colar a terroristas en sus listas y que salen a la calle a pedir libertad para los terroristas por el simple hecho de que ya no nos matan. No nos matarán pero a mi ver que se honra y se libera al asesino de mi hermano me mata la dignidad.
Parece que fue ayer, pero es hoy, veintisiete años después de esa lluviosa madrugada sevillana, cuando ETA nos heló la sangre y no podemos, ni queremos, ni debemos permitir que nos la hielen de nuevo, repartiendo culpas y negándole a nuestros jóvenes la posibilidad de conocer la verdadera historia de ETA. Los años que pasan tienen que servir para atenuar el dolor de las familias de los 853 asesinados por ETA, de los miles de heridos, secuestrados, torturados, exiliados y extorisonados pero nunca deben servir para olvidar lo que nunca debe ser olvidado. En nuestro nombre no. Se lo debemos a Alberto, a Ascen y a todos los que dieron su vida por nuestra libertad y por España.
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