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Tribuna Abierta

Ni quiero, ni debo, ni puedo olvidar

Para quien no tenga claro lo que significa no rendirse a ETA, le diré que implica admitir que no hay derrota sin vencedores y vencidos

Teresa Jiménez Becerril

Parece que fue ayer cuando sonó el teléfono de madrugada y cuando me caí de rodillas ante la brutalidad de la noticia recibida; ETA había matado a Alberto y a Ascen a pocos metros de su casa en Sevilla. Parece que fue ayer cuando decidí ... no creérmelo ante la incapacidad de soportar tanto dolor de golpe. Aun así, cogí en brazos a mi niña de año y medio y junto a mi marido, volamos de Turín a Madrid y después a Sevilla. De esos momentos recuerdo a policías y guardias civiles a nuestro alrededor en los aeropuertos y también el castañetear de dientes que mantuve durante las varias horas de viaje. Lo único que quería era llegar pronto a casa para que alguien me desmintiera esa trágica información. Parece que fue ayer cuando le vi la cara a mi madre, cuando todos me abrazaban y lloraban, como siguieron haciéndolo durante las semanas siguientes que permanecí en Sevilla, como aún hoy lo siguen haciendo aquellos que quieren con su abrazo mitigar nuestro sufrimiento y mostrarnos que están con nosotros y siempre lo estarán. Parece que fue ayer cuando pasamos toda la noche del 30 de enero en el Ayuntamiento de Sevilla frente a los ataúdes de Alberto y de Ascen que estaban cubiertos con la bandera de España, que mi madre guardó muy dobladita. Parece que fue ayer cuando miles y miles de personas pasaron frente a los cuerpos del teniente de alcalde de Sevilla y su esposa, acompañándonos en el sentimiento y mostrando su respeto y su rabia por el cruel atentado. Parece que fue ayer cuando en medio del dolor, vinieron a casa los niños, Ascen, Alberto y Clara, que reflejaban en sus caras el desconcierto de no saber por qué no estaban con sus padres y quienes, con una valentía y generosidad inimaginables, se agarraron a la vida con todas sus fuerzas y a su manera nos salvaron a todos, sobre todo a mi madre que se dedicó a ellos en cuerpo y alma. Parece que fue ayer cuando tuve que aceptar que la muerte de Alberto no era un mal sueño, sino una realidad que no tenía vuelta atrás y cuya consecuencia sería la de vivir con la ausencia de mi hermano el resto de mis días.

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