La tercera
De Nanterre a Nanterre
Los que salen hoy a la calle a saquear ya no son los hijos de papá de la clase media, sino menores que viven en barriadas
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«Señor ministro, he leído su libro sobre la juventud. En trescientas páginas ni una palabra sobre los problemas sexuales de los jóvenes». Quien habla es el estudiante Daniel Cohn-Bendit. El ministro acusado de esa imperdonable omisión se llama François Missoffe, es francés, dirige ... la cartera de Juventud y Deporte y acaba de publicar el informe 'Livre Blanc sur la jeunesse'. Ese reproche se produjo durante el acto de inauguración de la piscina del campus universitario de Nanterre frente a decenas de estudiantes indignados. Era el 8 de enero de 1968 y nadie podía imaginar que, tras ese anecdótico accidente, en los meses siguientes aumentarían y se radicalizarían las acciones de protesta contra las autoridades. Las ocupaciones de las facultades, primero allí, en la Universidad de Nanterre, luego en la Sorbona de Paris y, más tarde, en muchos centros educativos de todo el país conformaron lo que pasó a la historia como el Mayo francés. Los duros enfrentamientos librados contra los agentes de policía nos dejaron imágenes tan impactantes como aquella en la cual los coches volcados en el Barrio Latino de París eran usados como barricadas. A pesar de la virulencia y de una participación inicial muy elevada, las protestas menguaron rápidamente. Las expectativas de la izquierda francesa de cosechar apoyos tras esa ola cuasi revolucionaria (y agresiva) se vieron frustradas en junio de ese año cuando, en las elecciones legislativas, se impuso el conservadurismo gaullista.
Los movimientos del 68 mostraron una doble cara. Una caracterizada por un marcado sentimiento de identidad juvenil, juguetona, pacífica, soñadora, 'hippie' y libertaria, que pretendía cuestionar la sociedad burguesa, haciéndolo, eso sí, desde esa 'gauche' caviar aburguesada de la que procedían. Aquellos estudiantes acomodados, que gozaban de libertades, derechos y prosperidad de las que sus padres carecieron, libraron su lucha colectiva justamente contra la generación que les había suministrado el bienestar del que gozaban, mezclando reivindicaciones sensatas con provocaciones. Apelaban a cambios que la sociedad aún no había asumido, pero que la literatura y el cine llevaban años contemplando: la liberación sexual tan descaradamente descrita por Truffaut en aquel famoso 'ménage à trois' entre Jules, Jim y Catherine; el antirracismo irreverente de Boris Vian; y la ruptura de los clichés de Jane, Ginette, Jacqueline y Rita, protagonistas de 'Les bonnes femmes' de Chabrol, cada una con un proyecto de vida que no se correspondía con los dictámenes de la sociedad de la época.
Sin embargo, el 68 presentó también un reverso oscuro. Un libro colectivo publicado hace unos años, y dirigido principalmente por el recientemente fallecido catedrático de Historia Contemporánea Juan Avilés ('Después del 68. La deriva terrorista en Occidente'), ahondaba en ello. La tesis subyacente a esta obra es que hubo otro 68 que inspiró, sin por ello vislumbrar ninguna correlación directa de causa-efecto entre los dos fenómenos, la violencia terrorista. Justamente, en Irlanda del Norte los Troubles comenzaron en 1969, en Italia, ese mismo año, un atentado en una sucursal bancaria inauguraba los años de plomo, en España ETA mató por primera vez el 7 de junio de 1968 y pocos años después lo harían terroristas de extrema izquierda como el Frap y los Grapo, y en Inglaterra los anarquistas de la Angry Brigade comenzaron su breve actividad delictiva por el Reino Unido en 1970. En ese mismo periodo, en Alemania surgió la Rote Armee Fraktion, conocida también como banda Baader-Meinhof, y en los Estados Unidos el Weather Underground.
En 1968 los estudiantes de Nanterre no podían imaginar la magnitud que alcanzarían aquellas protestas. Lo que sí podían divisar desde las ventanas de la universidad eran las chabolas cuyos habitantes en unos años serían realojados en las modernas 'cités', nuevos barrios recién edificados, es decir, las 'banlieue' de hoy.
Cuando se comenzaron a levantar esas barriadas de viviendas baratas se procuró ensalzar la mezcla entre inmigrantes y nativos para promover la integración y atenuar tensiones. Pero lo cierto es que, en la práctica, la nueva clase trabajadora, gracias también a las ayudas sociales que le permitían vivir en mejores zonas, acabó marchándose de aquellas áreas carentes de servicios y mal conectadas con el centro de la ciudad. Las 'cités' estuvieron así sometidas a lógicas de reagrupación comunitaria, favoreciendo la casi exclusiva acogida de inmigrantes. Ese espacio sufrió paulatinamente un severo abandono social, que impulsó profundos sentimientos de alteridad hacia el exterior y de agregación interna, fomentados por reivindicaciones identitarias que indujeron prácticas de automarginación y de segregación en guetos. El sentimiento de pertenencia, la sensación de abandonado por parte del Estado, los agravios sufridos conformaron aquellas dinámicas que hoy han convertido a las 'banlieue' en un permanente polvorín.
Lo presenciamos estos días. El 27 de junio, un agente de Policía mató al joven Nahel, de 17 años, cuando intentaba saltarse un control de tráfico en Nanterre. El suceso ha provocado unas violentas olas de protesta en toda Francia que poco o nada tienen en común con la revolución social de 1968. Los que salen hoy a la calle a saquear ya no son los hijos de papá de la clase media, sino, en su mayoría, menores que viven en barriadas y que toman como pretexto la muerte de Nahel para perpetrar con mayor desenvoltura lo que se llevan haciendo desde hace años. El fenómeno insurreccional de las 'banlieue', de hecho, no es nuevo. Desde 1981, tras los disturbios producidos ese mismo verano en la periferia de Lyon, la agenda política francesa incluye la cuestión del malestar en aquellas áreas.
En tiempos más recientes, en 2005, detrás de los alborotos que se originaron tras la muerte accidental de dos adolescentes de origen africano mientras procuraban escapar de la Policía (fallecieron electrocutados cuando se escondieron en un generador eléctrico) se ocultaba la pretensión de defender las 'banlieue' como símbolo de un territorio propio, infranqueable e inexpugnable. Hoy, se asaltan centros comerciales y tiendas, pero también las instituciones. Los nuevos alborotadores son adolescentes radicalizados en un entorno en el cual el malestar que antes se interpretaba desde una perspectiva social ahora se percibe desde el ángulo etnorracial.
En las 'banlieue' se juntan varios factores que aceleran la radicalización, como son la falta de autoridad (dentro y fuera de las familias), el legado del «prohibido prohibir» del 68, una preocupante actitud nihilista, la cultura de la violencia, las teorías conspiratorias, la impunidad permisiva y unas reminiscencias de aquellos condenados de la tierra que Frantz Fanon exhortaba a que emprendieran unos procesos de descolonización, allá por los sesenta, y que se pueden adaptar a la situación actual, en una especie de descolonización interna. Fanon hablaba de un mundo dividido «en compartimentos, un mundo cortado en dos habitado por especies diferentes», y añadía la manida letanía según la cual «la causa es consecuencia: se es rico porque se es blanco, se es blanco porque se es rico». Esta interpretación inmanente de la realidad descarga los fracasos individuales en una parte de la ciudadanía y polariza la sociedad.
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