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el contrapunto

¡Ave Pedro! ¡Heil Sánchez!

En Sevilla, una concentración agropecuaria con efectos especiales dignos del mejor rock, el presidente ha llevado su egolatría al paroxismo

¿Quién será el Buscetta de la mafia sanchista?

Sánchez no se va, hay que echarlo

Isabel San Sebastián

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He seguido el congreso del PSOE con una mezcla de fascinación y estupor, como si se tratase de un documental de historia. Historia siniestra, de infausto recuerdo para la humanidad. A ratos me parecía ver a Nerón, acompañado de Popea en el circo romano, aclamado ... por la plebe entregada al emperador, rendido a su vez a los pies de su caprichosa esposa. Otras veces los discursos y la escenografía evocaban más bien la imagen de las concentraciones nazis en Nuremberg, con la parafernalia propia de un partido experto en manipular a las masas intoxicándolas de victimismo y proporcionándoles un enemigo sobre el cual descargar toda culpa o frustración. Adolf Hitler, que a diferencia de Pedro Sánchez llegó al poder tras ganar unas elecciones, logró bunkerizarse en él convirtiendo el nacionalsocialismo en una gigantesca maquinaria dedicada a rendirle culto y convenciendo a los alemanes de que todos sus problemas, carencias y derrotas eran imputables a los abominables judíos. Nuestro caudillo patrio también muestra con frecuencia su pulsión antisemita, aunque la pérfida por excelencia de su peculiar película es esa 'ultraderecha' en cuyas filas nos integramos cuantos osamos denunciar sus desmanes o sencillamente discrepar en voz alta. Políticos, jueces, fiscales, periodistas, empresarios, simples ciudadanos de a pie, todos entramos en el mismo saco, sin concreción de siglas ni actividad. Somos los portadores de la estrella amarilla sanchista. Y del mismo modo que el teutón pretendía solucionar los males del mundo aniquilando a los hebreos para imponer la raza aria, el líder del actual PSOE, reelegido por sus acólitos en un ejercicio de adoración como no se veía en Europa desde la época del búlgaro Jivkov, se ha propuesto «acabar con la derecha» en aras de encabezar desde la Moncloa a las fuerzas de la luz situadas «en el lado correcto de la historia». Liderar la batalla contra «la internacional ultra, en Bruselas, Washington o Nueva York». Es literal, no exagero. Pedro se tiene a sí mismo en una estima tan alta que ni el mismísimo Nerón se atrevería a hacerle sombra, aun con la ayuda de Popea, pálido remedo de Begoña.

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