La dorada tribu
Beckham, bajo el fulgor de Hollywood
«Vive en Miami, donde tiene industria, y ahí acaba de celebrar los 50 años, en una fiesta muy achampañada que le ha montado su esposa, Victoria, la misma que dijo que España huele a ajo»
Una celeste arquitectura
Armani, reinventor del color negro

David Beckham es una noticia local que viene de muy lejos, porque Beckham es la Lady Di del balón, con lo que está en todas partes. Pero no estoy hablando del fútbol de estadio sino del fútbol más allá del estadio, porque Beckham es ... un póster de la moda. Hace ya tiempo, y más ahora. Vive en Miami, donde tiene industria, y ahí acaba de celebrar los 50 años, en una fiesta muy achampañada que le ha montado su esposa, Victoria, la misma que dijo que España huele a ajo. Al sarao les llegaron Leo Messi, Jordi Alba, Shaquille O'Neal o Marc Anthony. Si leemos por ahí las cifras de los negocios de Beckham, enseguida se nos hacen un lío las cifras locas, con lo que nos sale que es millonario en muchos idiomas. En el Real Madrid se presentó de chaqueta celeste y con los pies descalzos, y parecía que presentábamos no a un deportista sino a un Brad Pitt del marketing, que a lo mejor es lo que de verdad se presentaba. Logró que no se viera raro un futbolista con pendientes. Y todavía más: que sí se vea raro al futbolista que ni lleva pendientes ni se tatúa ni compra en Versace. Hasta hoy.
A David Beckham me lo presentó una noche, en Madrid, Jennifer López, a la que yo había ido a ver, porque presentaba disco, como corresponde a un melómano de las guapazas tropicales. Jennifer traía marido, Marc Anthony, pero la pareja de aquel rato fue la cantante y el futbolista, aunque el futbolista no se puso apenas a tiro de fotógrafos, no sé si por detalle ante Anthony, o bien por no dar explicaciones del día siguiente a Victoria Adams, que se gasta un ánimo de látigo. Beckham siempre ha parecido un imitador de Beckham, con peinado despeinado y todo, pero en mejor, porque era él mismo. Recuerdo que celebró otro cumpleaños, en medio del confinamiento ante el Covid, y el cumpleaños resultó mundial. El día en que aterrizó en Madrid, de futbolista, un paparazi me eternizó el momento: «Herrera, es como si hubiéramos fichado a Lady Di para cuatro temporadas».
«Beckham es un anuncio de sí mismo, de tan famoso, de tan rubio, de tan metrosexual, de tan guay, de tan todo»
Beckham es, en rigor, un anuncio de sí mismo, de tan famoso, de tan rubio, de tan metrosexual, de tan guay, de tan todo. Vistió de tatuajes al futbolista, y desde entonces el que no se tatúa no cotiza. Hace un tiempo asomó por Madrid a promocionar un reloj, porque entre sus industrias está la de la moda, y la de ser maniquí de esa misma moda. Beckham consta de imitadores, y de su esposa, Victoria, que es todo un catálogo de photoshop. Incluso cuando la fotografían. Naturalmente, los imitadores resultan toda una Champions de zánganos que copian sus peinados de arquitectura, o sus chaquetas de pose, pero con menos marca y peor champú.
Beckham sólo hay uno, aunque tiene una alineación de dobles internacionales que van por ahí dando el cantazo de estampa, entre la 'fashion victim' y el macarrita recién duchado. Trajo a España un fulgor de Hollywood, y no se llevó nada, porque aquí sigue jugando, a ratos, su cromo de rubio de boutique que se atreve el primero con la última corbata con nudo de Milán o el calzado de no calzarse nada. O con el reloj del que es maniquí, porque los futbolistas anuncian enseguida un reloj del tamaño de un Porsche, entre multa y multa de la Agencia Tributaria. Anuncia cosas, Beckham, pero siempre se anuncia a sí mismo. Ahí en su cumpleaños reciente se ha vuelto a avalar. Medio siglo lo contempla. Fue el pionero del fútbol de escaparate, el rey del 'autospot', el primer dandi de anunciar calzoncillos.
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