lente de aumento
Plata o plomo desde el principio de los tiempos
La democracia es un incordio porque te obliga a convencer allí donde en realidad quieres vencer, someter
«Pussy Abascal»
¿Dónde estabais, hermanas?
Lo de ser demócrata es un pestiño. Una cosa incómoda que te obliga a convencer allá donde bastaría con vencer. Ya ven, un simple 'espace' en el teclado, un gran paso para establecer un nuevo orden mundial. Imponerte a los demás sin aspirar ni a ... que te aclamen ni a que te quieran, solo a que te teman. Ambrosía. Hubo un tiempo, lejanísimo ya, en que me sentía un Putin cualquiera. Alto y con cara de sociópata, me gustaba ver cómo inspiraba ¿respeto? en los demás. Duró poco, lo justo para que mis interlocutores constataran que bajo esta apariencia patibularia se ocultaba un corazón que bombea amor. Me gané mejores reseñas pero perdí un arma de intimidación masiva.
Por eso entiendo tanto a Trump, Putin y Xi Jinping. Es un puñetero incordio hablar con toda esa patulea europea que sufre una inoperante obesidad mórbida, glotona de reglamentos, legislaciones y demás zarandajas cuando aquí de lo que se trata es de ver quién la tiene más grande, misil arriba, misil a abajo. Entiendo a estos matones mundiales, ahora no es momento de arrumacos sino de guantazos arancelarios y un rearme en toda guerra, volver a eso tan primitivo, tan efectivo, de amedrentar al rival, que sepa en que zapatiesta se mete como se le ocurra entrar en mi jardín. Ahí nos entendemos todos porque todos, salvo los muy desahogados, sabemos que la bravuconería tiene las patas muy cortas. Siempre encuentra a unos que ante el reto recoge el guante y ahí es cuando se te puede caer el tenderete testosterónico. Putin y Trump se miden la bragueta pero rebuscan en la cartera, hablan de sus cosas que no son las del resto pero que nos acaban jodiendo a todos. Este 'bullyng' diplomático es indignante pero ni mucho menos nuevo.
Gengis Kan inauguró la guerra psicológica. Antes de enviar a su horda mandaba espías que se infiltraban intramuros de la ciudad asediada. Contaban a los aterrados ciudadanos que si trataban de resistirse, morirían, que los mongoles violarían a las mujeres, empalarían a los hombres, esclavizarían a los niños y la ciudad ardería como una tea. Todo si no se sometían a sus temibles guerreros. Plata o plomo, vamos.
Lo que vivimos no es más que el curso terrible de la historia. Europa descubre ahora con los crímenes de Putin y las bravatas de Trump algo que ya debería haber aprendido: «Si vis pacem, para bellum». Lo dijo un escritor romano que añoraba los tiempos imperiales de Roma. No la época que le tocó vivir, con legiones mal armadas, peor alimentadas y visiblemente desfondadas. Cuando Flavio Vegecio Renato aconsejó a su pueblo que se preparara para la guerra si quería conservar la paz, consagró lo que han decidido en la cumbre de Bruselas. Un baño de 'real politik' contra el perroflautismo tan extendido. Porque Trump, Putin o Xi Jinping no son eternos, nuestro apetito por la destrucción, sí. Si Europa quiere competir en la liga de los que imponen respeto, no puede seguir repartiendo magdalenas. Ese tiempo, ya lo siento, se ha acabado.
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