Mateusz Morawiecki
Europa y el espíritu de Solidaridad
Cuarenta años después de la creación del primer sindicato libre en el bloque sovético, el continente necesita más que nunca los ideales de «Solidarnosc»

Las relaciones entre los países europeos se configuran según el principio de solidaridad y eso es lo que garantiza la construcción de un futuro mejor para Europa
Hace 40 años, en los calurosos meses del verano de 1980, Europa era totalmente diferente de lo que ... es hoy. En aquel momento nuestro continente estaba partido por el Telón de Acero, que no sólo era una línea metafórica de división política. De hecho, separaba los estados libres y democráticos de aquellos que estaban privados de su soberanía y totalmente controlados por el imperio soviético.
Entre los países que, después de la segunda guerra mundial, quedaron bajo el dominio comunista estaba mi patria, Polonia. Durante la guerra, Polonia perdió casi 6 millones de ciudadanos, la mitad de ellos eran ciudadanos polacos de origen judío. Fue una catástrofe de tal dimensión que -en términos humanos- parecía imposible que nuestro país pudiera recuperarse algún día.
Y aún así, lo intentamos. Durante el período de sometimiento al poder soviético, después de la segunda guerra mundial, que se conoce como el «período de la República Popular de Polonia», los polacos no renunciamos a nuestros sueños de soberanía, libertad e independencia. Nunca aceptamos esa injusta condena de la Historia. Por eso, hubo en Polonia varios intentos heroicos para liberarse del régimen impuesto por Moscú. Lamentablemente, no tuvieron éxito. Las autoridades comunistas aplastaron brutalmente todas las protestas populares, imponiendo un control absoluto de la sociedad y censurando las manifestaciones de libertad expresadas en el arte y la literatura. Con cada protesta, crecían las víctimas, y sin embargo, la esperanza nunca se perdió.
El fruto de esta esperanza fue agosto de 1980, un verdadero punto de inflexión. Fue, en realidad, algo inimaginable en todo el bloque soviético. Algo que causó asombro y admiración, al mismo tiempo, en todo el mundo. Tras una serie de huelgas de los trabajadores en los astilleros y en otros centros de trabajo de toda Polonia, el despótico partido comunista, finalmente, tuvo que doblegarse y permitir la formación del primer sindicato libre e independiente del poder en el bloque soviético.
Así es como nació Solidaridad. Formalmente, era una organización sindical, pero en realidad era un movimiento social de ámbito nacional que reunía a millones de polacos en una gran comunidad llena de esperanza y fe en el futuro. ¿De dónde venían esta esperanza y esta fe? Venía, y sigue viniendo en la actualidad, de nuestra tradición política centenaria, de nuestro amor a la libertad y a la democracia. De nuestro apego a Europa, de la que Polonia forma parte activa desde hace mil años. Y también de la inspiración que el Papa Juan Pablo II infundió en la sociedad polaca. Que fuera elegido Papa se convirtió en una fuente constante de esperanza y fuerza para los polacos.
Hoy, al cabo de los años, está muy claro que Solidaridad fue la piedra que desencadenó el derrumbe y la desaparición del Telón de Acero en 1989. Gracias a Solidaridad, Polonia se liberó del dominio soviético y Europa pudo volver a unirse en un todo.
Aunque ya hayan pasado cuarenta años desde el nacimiento de Solidaridad, sus ideales están y deben seguir vivos para todos nosotros. Los polacos los hemos conservado no como piezas de museo, sino como valores que definen los estándares de la vida pública, una pauta concreta a la que aspiramos. Pero la solidaridad es algo más que una simple necesidad social y política. También es una forma de existencia presente en los gestos y en los comportamientos cotidianos. Recordemos lo que dijo Juan Pablo II: «No hay libertad sin solidaridad». Y recordemos también que no hay solidaridad sin amor; y sin solidaridad y sin amor, tampoco hay futuro.
Cuando los desastres naturales -inundaciones, cataclismos, incendios, huracanes- golpean nuestra sociedad, la solidaridad constituye uno de los principios de acción fundamentales, y también una simple condición para la supervivencia. Lo hemos observado y seguimos observándolo, por ejemplo, en la lucha contra la pandemia de coronavirus. Apoyo incondicional, sacrificio para salvar la vida de otras personas, altruismo sincero, empatía, y ausencia de miedo y egoísmo, fueron las actitudes que en los momentos más difíciles mostraron los médicos y el personal sanitario, las fuerzas del orden, los farmacéuticos, y también los dependientes de los supermercados, los profesores, los empresarios y cientos de miles de ciudadanos de a pie. Gracias a esas actitudes pudimos comprobar lo que es la solidaridad en la práctica.
Ahora bien, la solidaridad es un valor demasiado grande para que sólo nos acordemos de ella en tiempos de crisis. Sus ideales deben conformar también nuestra vida diaria y deben manifestarse todos los días en la bondad, la hospitalidad, el espíritu abierto y la tolerancia. Para ello, basta con que reflexionemos profundamente sobre nuestra propia existencia, nos conozcamos mejor y saquemos a relucir todas estas nobles cualidades de nuestra personalidad.
Quien encuentre en su interior el espíritu de solidaridad comprenderá que éste no puede limitarse sólo al ámbito individual. La solidaridad requiere de la comunidad, porque sólo en ella se desarrolla plenamente. Es por eso por lo que debemos adoptarla como la regla fundamental de nuestra vida colectiva. Es algo que vemos claramente hoy en día, cuando millones de polacos, al igual que los ciudadanos de otros países europeos, se enfrentan a las consecuencias económicas de la pandemia. La detención de la propagación del virus y la rápida implementación de una audaz estrategia anticrisis que proteja tanto a los empresarios como a los trabajadores, a sus familias y a los gobiernos locales, no sería posible si en nuestras acciones no nos guiáramos, en primer lugar, por la solidaridad.
Este mismo espíritu de solidaridad es lo que necesitamos ahora en Europa. Juntos nos encontramos en esta situación difícil, y juntos tenemos que salir de ella, siendo una sola comunidad. Por eso es tan importante que en el momento de la prueba prime la verdadera cooperación sobre el egoísmo. Queremos una Europa fuerte, como también queremos una Polonia fuerte. Estoy convencido de que seremos capaces de dar forma a nuestro futuro en común siempre y cuando aceptemos la herencia de Solidaridad como el cimiento de nuestras acciones.
Por eso hoy, cuarenta años después del memorable agosto de 1980, nuestra tarea fundamental es asegurarnos de que, especialmente a los ojos del mundo, Solidaridad no sea sólo una simple página en la historia del pueblo polaco.
Debemos hacer de la solidaridad un proyecto para toda Europa, y por eso la solidaridad es nuestra propuesta para las décadas venideras de desarrollo.
Las relaciones entre los países europeos, independientemente de su tamaño y potencial económico, deben tomar como modelo las relaciones humanas. Y éstas, a su vez, vienen configuradas, de forma natural, por el principio de solidaridad. Solamente así podremos construir un futuro mejor para Europa.
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