ANÁLISIS
Putin, el hombre más peligroso del mundo
Los disidentes rusos repiten que sus compatriotas ni quieren la guerra ni apoyan a Putin. Pero hay que ser de la madera de Navalni para plantar cara a quien es la mayor amenaza para la supervivencia de las democracias europeas
EDITORIAL | Exterminar al disidente
En diciembre de 2006, el antiguo agente del KGB exiliado en Londres, Alexander Litvinenko, fue envenenado con polonio. Litvinenko había acusado a sus jefes de haberle ordenado el asesinato de Boris Berezovski, magnate ruso también refugiado en Londres que había declarado su ... voluntad de expulsar del Kremlin a Putin. En marzo de 2013 Berezovski apareció ahorcado en su domicilio; no dramaticemos, dijo la prensa amiga del líder ruso, solo fue un suicidio.
En febrero de 2015, frente a los muros del Kremlin fue asesinado Boris Nemtsov, antiguo protegido de Boris Yeltsin y principal opositor a Putin. Nemtsov era el político mejor preparado de su generación; había sido gobernador de la región de Nizhni Novgorod, donde en medio del caos que siguió a la caída de la URSS llevó adelante una reforma económica que se saldó con éxito. Era la gran esperanza para una Rusia liberal y democrática.
Ese mismo año, como si nada hubiera ocurrido, Putin se entrevistó con Obama, Hollande, Merkel, Stoltenberg y Renzi, entre otros. En agosto de 2020, Navalni sobrevivió a un intento de envenenamiento con novichok. Nada cambió en las relaciones de Moscú con Occidente, que seguía enganchada al gas y el petróleo ruso.
Putin no es un matón cualquiera. Es la mayor amenaza para la supervivencia de las democracias europeas. Es el dictador más peligroso del mundo. Pero todavía hay quienes siguen sin darse por enterados. Su objetivo es acabar con la Unión Europea, romper su integración política y económica, desestabilizar y atomizar el continente para que la democracia liberal no sirva como modelo para Rusia. Con el fin de lograr ese objetivo todo le vale, desde Puigdemont a Trump o Le Pen.
Putin, sobre todo, es un peligro para su pueblo, que si no se desprende del tirano se verá condenado a la misma ruina y decadencia en que sucumbió la Unión Soviética. La respuesta de la población rusa a la invasión de Crimea y al autoritarismo del Kremlin ha sido el silencio, el repliegue, el modo de vida zombi, como hizo durante el terror soviético.
Excepto un puñado de heroicos disidentes. Navalni, el primero, el más audaz, el más temerario. Navalni no era un político sofisticado, sino una fuerza de la naturaleza surgida de la Rusia profunda. Había resistido encarcelamientos, palizas, huelgas de hambre y un envenenamiento que habría acabado con cualquier otro. Pero no hay fuerza que se resista a una orden de asesinato dictada por el Kremlin.
Las elecciones presidenciales se celebran el próximo marzo; tras las elecciones es muy probable otra movilización masiva de carne de cañón para la guerra de Ucrania, y Putin ha querido dejar claro que ni va a tolerar la menor protesta ni hay alternativa. Que no hay líder de repuesto: o él o el desmoronamiento del estado, la guerra civil y la desintegración de Rusia. Aunque lo más probable es que ese apocalíptico panorama sea una profecía autocumplida: tal será el destino de Rusia si sigue atada a la dictadura de Putin. Un desplome sin transición, una revuelta caótica, una violenta sacudida del imperio. Los disidentes rusos repiten que sus compatriotas ni quieren la guerra ni apoyan a Putin. Pero hay que ser de la madera de Navalni para plantar cara al hombre más peligroso del mundo.
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