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María Vázquez: «No creo en el amor a primera vista sino en el que se trabaja día a día»

A punto de estrenar 'Honeymoon', la actriz recuerda su pasión por los disfraces , nos habla de su lado romántico y su creencia en las meigas

'Matria': Retranca para encajar los golpes de la vida de mar

La actriz María Vázquez en la alfombra roja del Festival de Málaga GTRES

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María Vázquez le tiene ganas al 2024: todas las quinielas apuntan a la actriz como candidata a ganar el Goya por 'Matria' y además estrena 'Honeymoon', «una película dura, esperanzadora, cuya moraleja es que debemos confiar en las segundas oportunidades. Si no crees en ellas, apaga y vámonos, porque entonces la vida no tiene sentido. No podemos rendirnos, siempre hay que luchar por lo que uno quiere». María lo hace: «soy una mujer positiva, tengo mis momentos, claro, pero con los años he asumido que todo lo malo pasa«. Tras el éxito de 'Matria', que le ha valido tantos premios, quería descansar un tiempo, «pero me encantó este proyecto donde doy vida a una policía tranquila, con don de gentes, empática, que se salta la ley por ayudar a las personas«.

Se define como «una mujer intensa que vive su profesión con todo el alma«. Tiene la suerte de estar casada con un hombre que la entiende. Su marido es el actor Víctor Duplá: «él entiende mi manera de trabajar, gracias a eso podemos conciliar. No sé cómo lo haríamos si no fuera sí porque este mundo, con sus horarios y su ritmo de altos y bajos, es muy difícil«. Tienen dos hijos: »tengo la suerte de contar con una familia muy generosa que asume la locura de mi vida. Gracias a mi trabajo soy mejor esposa, mejor madre. Si no estoy trabajando me pongo insoportable«. Pero cuando lo tiene, en casa todo es complicado: »quiero tener rutinas, pero no lo consigo. Soy de improvisar. Mi hijo mayor, sin embargo, es muy estricto, muy cuadriculado. Todo lo tengo que negociar con él. Con el pequeño la cosa fluye mejor, y eso me obligar a tener que aprender muchas cosas. Al final, los hijos te descolocan, desde los horarios hasta tu propia esencia«. Aparentemente caótica, como muchos artistas, es muy ordenada en el hogar: me gusta tener la casa limpia, con todo en su sitio«.

María es romántica a su manera: «no creo en el amor a primera vista, sino en el que se trabaja día a día. No creo en los amores de película. El amor no son regalitos, es valentía para enfrentarse a cualquier imprevisto en la relación«. En ese sentido, es más pragmática: »tengo los pies en la tierra. Mi marido es el soñador. Yo, en todo caso, sueño en el trabajo«. Y, como buena gallega, tiene un poderoso lado místico: «te cuentan tantas cosas de las meigas que al final acabas creyendo en algo. Lo cierto es que la vida es mágica y milagrosa, de eso no cabe la menor duda«. Tanto, que no puede escapar de las supersticiones: »antes las tenía todas, pero me las he ido quitando poco a poco. Siempre llevaba el anillo de mi abuelo«.

No hay nada que le dé más paz que su casita en la Ribera Sacra: «es la calma real, la energía que me da el río, las viñas. Es como si volviese a otra época, con mis antepasados. Por eso nos hemos ido a vivir al pueblo, para conectar con las cosas terrenales, con la gente, con la verdadera vida». Allí olvida todo lo que le saca de quicio: «la injusticia. Y esos que se quieren imponer a toda cosas, los cabezotas, que se empeñan en convencerte a toda costa«. Ella por libre.

La foto: Una familia juguetona

Aquí vemos a la pequeña María disfrazada de zíngara, con sus trenzas y su sonrisa satisfecha. Se la ve feliz. ¡Quién diría que se había pasado la tarde llorando porque no quería peluca sino lucir su pelo bien peinado!: «yo ya tenía mucho carácter y no paraba hasta conseguir lo que quería». Era carnaval, una fiesta muy querida en su familia: «en casa era una tradición disfrazarse siempre. Una vez, mi padre se disfrazó de cura y al llegar a una gasolinera, bromeó con que éramos su familia secreta (ríe al recordar la anécdota).

María de pequeña con el disfraz de zíngara

Yo mantengo la tradición con mis hijos. En casa montamos hasta jornadas gastronómicas alrededor de la fiesta y nos vamos disfrazando del país que toque cada vez». Se lo pasan en grande: «lo aprendí de mis padres, que jugaban mucho con nosotros, y de mis abuelos, a los que pude disfrutar en el campo, haciendo bizcochos, bañándome en el tanque de la vacas como si fuera la mejor piscina del mundo».

María se recuerda como «una niña pizpireta, alegre, cariñosa, mimosa, risueña: era muy disfrutona, es algo que intento no perder. Me encantaba comer. De pequeña era regordeta e insaciable, iba de casa en casa pidiendo comida porque mi madre me tenía a dieta. Ella era muy moderna y me hacía platos sanos, yo quería dulces». Tiene dos hermanos mayores con los que gastaba bromas telefónicas: «aunque yo era la que siempre les regañaba porque me daba miedo. Era un poco la 'Pepito Grillo', aunque tampoco era una santa. Más bien era una miedosa».

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