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Especial colegios

Según el mejor profesor de Secundaria y Bachillerato, así es una clase perfecta hoy

Según apunta José Ignacio Gago en esta entrevista «si mostramos al alumno que creemos en él y su potencial, no abandonará el sistema educativo»

El coach de Ilia Topuria: «Para detectar el talento de los hijos hay que escucharles y apoyarles»

En la imagen, José Ignacio Gago ABC
Laura Peraita

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José Ignacio Gago estudió Ingeniería Química en Salamanca, pero posteriormente decidió dedicarse a la docencia y actualmente es el mejor profesor de Secundaria y Bachillerato de la última edición de los Premios Educa Abanca.

¿Qué es lo que más te atrae de ser docente?

Cuando comencé a estudiar Ingeniería Química, lo hice movido por mi interés en las ciencias y la búsqueda de soluciones prácticas a los problemas. Sin embargo, mientras avanzaba en mis estudios, descubrí que lo que más disfrutaba era compartir lo que aprendía y ayudar a otros a comprenderlo. A menudo explicaba temas complejos a mis compañeros y me daba cuenta de que no solo lograba que entendieran, sino que yo mismo disfrutaba de ese proceso de simplificación y conexión con las personas.

Dedicarme a la docencia fue un paso natural. Lo que más me atrae de enseñar es la oportunidad de impactar en la vida de las personas, especialmente de los más jóvenes. Cada clase es un desafío para despertar curiosidad, fomentar el pensamiento crítico y encender esa chispa de aprendizaje que puede cambiar vidas. Además, la docencia me permite seguir aprendiendo continuamente, adaptarme a nuevas generaciones y contextos, y crecer tanto a nivel personal como profesional. Saber que contribuyo al desarrollo de futuros ciudadanos es una responsabilidad y un privilegio que me llena de satisfacción cada día.

¿Qué te ha hecho ser reconocido como mejor profesor de Secundaria y Bachillerato en España?

Ser reconocido con este galardón es un honor que nunca imaginé. No creo que haya una fórmula mágica, pero si algo me ha llevado hasta aquí, ha sido mi pasión por enseñar y mi empeño en conectar con mis alumnos. Creo firmemente en la educación personalizada, en entender a cada estudiante como un individuo único, con sus fortalezas y retos. Apuesto por metodologías innovadoras, como el aprendizaje basado en proyectos, la gamificación y el uso creativo de las tecnologías, pero siempre poniendo el foco en que el alumno sea el protagonista de su propio aprendizaje.

Más allá de las metodologías, lo que creo que marca la diferencia es el vínculo humano. Trato de escuchar, inspirar y acompañar a mis estudiantes en su desarrollo personal, no solo académico. A fin de cuentas, la educación no es solo transmitir conocimientos, sino ayudar a formar personas íntegras y con espíritu crítico.

Por último, no puedo olvidar que este reconocimiento también es gracias a mis compañeros, mi familia y mis alumnos, quienes me impulsan cada día a dar lo mejor de mí. Son mi verdadera inspiración y quienes me hacen merecedor, quizá, de este título. Gracias a ellos, enseñar es mi mayor alegría.

Fuiste estudiante de EGB, ¿cómo ha cambiado la educación de Secundaria y Bachillerato?

Fui estudiante de EGB, una etapa educativa que tenía su propio encanto, pero también sus retos. Antes, la educación era más rígida y estructurada; había una clara jerarquía entre el maestro y el alumno, y el modelo de enseñanza estaba centrado en la memorización. Las metodologías eran más uniformes y los recursos tecnológicos brillaban por su ausencia. Todo se basaba en libros de texto y en la capacidad de retener datos.

Hoy, veo un enfoque más dinámico y participativo. Los estudiantes tienen acceso a herramientas tecnológicas que facilitan el aprendizaje y la investigación. La enseñanza busca ser más inclusiva, adaptándose a diferentes estilos y ritmos de aprendizaje. Sin embargo, también percibo que se ha perdido parte de la disciplina y el respeto que caracterizaban nuestra época. Ahora se pone más énfasis en las competencias y en preparar a los alumnos para un mundo cambiante, mientras que en la EGB el foco era más tradicional y académico. Aunque los métodos han cambiado, creo que el desafío sigue siendo el mismo: educar no solo en conocimientos, sino también en valores, para formar personas críticas y responsables.

Y los alumnos, ¿en qué son diferentes a los de generaciones anteriores?

Hoy son nativos digitales, lo que marca una diferencia fundamental respecto a generaciones anteriores. Crecen inmersos en la tecnología y tienen acceso a cantidades masivas de información desde edades tempranas. Esto ha moldeado su forma de aprender: son más visuales, interactivos y autónomos. Sin embargo, también presentan desafíos como la falta de paciencia para procesos largos o profundos, y una menor capacidad de concentración debido a la constante exposición a estímulos rápidos.

Además, están más conectados globalmente y son más conscientes de temas sociales, ambientales y culturales. Tienen una sensibilidad mayor hacia la diversidad, aunque al mismo tiempo pueden enfrentarse a problemas relacionados con la sobreexposición en redes sociales y una autoimagen vulnerable.

A nivel educativo, exigen métodos más dinámicos, que integren tecnología y fomenten el aprendizaje colaborativo. No se conforman con respuestas simples; quieren saber el porqué de las cosas y buscan sentido en lo que aprenden.

Por otro lado, las presiones son mayores: expectativas altas, competitividad y un entorno cambiante que les exige adaptarse constantemente. Por ello, el reto como docentes es equilibrar esta realidad: motivarles, enseñarles a gestionar su atención y fomentar el pensamiento crítico sin perder de vista sus necesidades emocionales.

¿Cuáles son las principales dificultades a las que se presentan?

Como docente de Secundaria y Bachillerato en Valladolid, veo que los estudiantes actuales enfrentan numerosas dificultades que afectan tanto a su rendimiento académico como a su bienestar emocional. Uno de los principales problemas que identifico es la falta de motivación, que a menudo proviene de métodos de enseñanza tradicionales que no logran adaptarse a las necesidades y estilos de aprendizaje de las nuevas generaciones. Por eso, apuesto por implementar técnicas innovadoras, como el aprendizaje basado en proyectos y la gamificación, para captar su interés y fomentar una participación activa en su proceso educativo.

También considero crucial atender la salud emocional de los estudiantes. Es alarmante el incremento de casos de ansiedad, depresión y otros trastornos emocionales entre los jóvenes. Creo que los centros educativos deben incorporar programas de apoyo psicológico y promover un ambiente escolar empático y comprensivo. Además, la colaboración entre docentes, familias y profesionales de la salud mental es fundamental para abordar estos problemas de manera efectiva.

Otro reto importante es la brecha digital y el uso inadecuado de las tecnologías. Aunque los estudiantes son nativos digitales, no siempre tienen las competencias necesarias para emplear estas herramientas de manera eficiente. Por ello, propongo integrar una educación digital que les enseñe a utilizarlas de forma responsable y productiva.

Creo firmemente en la formación continua para los docentes. Esto nos permite adaptarnos a los cambios y desafíos del entorno educativo y ofrecer una educación más personalizada y efectiva que responda a la diversidad y particularidades de cada estudiante.

¿Cómo motivarles hacia el aprendizaje y para que rechacen la opción de abandonar los estudios?

Requiere comprender sus necesidades, intereses y contextos. Para ello, propongo un enfoque basado en cuatro pilares: conexión, personalización, propósito y reconocimiento. Primero, debemos conectar con los alumnos, creando relaciones de confianza. Es esencial que sientan que sus profesores se interesan genuinamente por ellos y su futuro. Escucharles, entender sus dificultades y demostrar empatía es clave para mantenerlos comprometidos.

Segundo, la personalización del aprendizaje permite que cada alumno descubra su pasión. Si relacionamos los contenidos académicos con sus intereses y metas personales, el aprendizaje se vuelve relevante y significativo.

Tercero, darles un propósito claro es fundamental. Ayudarlos a visualizar cómo la educación puede abrirles puertas, mejorar sus vidas y las de sus familias les da una razón para persistir.

Por último, el reconocimiento y la celebración de sus logros, por pequeños que sean, fortalecen su autoestima y motivación. Los alumnos deben sentirse valorados, no solo por sus calificaciones, sino por su esfuerzo y crecimiento personal.

La educación es la herramienta más poderosa para transformar vidas. Mostrarles que creemos en ellos y su potencial puede ser el motor que impulse su permanencia en el sistema educativo.

¿Cómo es en tu opinión una clase perfecta?

Es aquella en la que todos, incluidos los alumnos y el profesor, salen habiendo aprendido algo nuevo y sintiéndose parte activa del proceso. Es un espacio donde las ideas fluyen, donde el aprendizaje no es una obligación, sino una aventura compartida.

Para mí, lo esencial en una clase perfecta es la conexión. Conexión entre los alumnos, que trabajan juntos, se escuchan y se respetan, y conexión entre el profesor y los estudiantes, creando un clima de confianza en el que nadie teme participar. Es una clase que despierta la curiosidad, plantea retos, y en la que las preguntas valen tanto o más que las respuestas.

En una clase perfecta, hay lugar para el error, porque aprender implica equivocarse y volver a intentarlo. La creatividad también juega un papel clave: dinámicas que inviten a pensar, a imaginar y a encontrar soluciones originales. Y todo esto, claro, acompañado de un toque de humor, porque reír mientras aprendes no tiene precio. En resumen, una clase perfecta no es perfecta porque salga según el plan, sino porque todos salimos mejores que cuando entramos.

¿Se implican los padres como desearías en esta etapa educativa de los hijos?

La implicación de los padres es esencial, especialmente en esta etapa, ya que actúa como un puente entre lo que ocurre en la escuela y en el hogar. Idealmente, los padres deberían estar presentes de manera activa y positiva, interesándose no solo en el rendimiento académico, sino también en el desarrollo emocional y social de sus hijos.

Sin embargo, a menudo nos encontramos con realidades diversas. Algunos padres se involucran intensamente, participando en actividades escolares, comunicándose regularmente con los profesores y apoyando a sus hijos en casa. Otros, debido a las demandas laborales, la falta de tiempo o el desconocimiento, no pueden implicarse tanto como desearían. También existe el caso de aquellos que delegan por completo la responsabilidad en los docentes, lo que puede crear un vacío en el seguimiento del niño.

Lo ideal sería alcanzar un equilibrio: que las familias comprendan la importancia de su rol, trabajen de la mano con la escuela y ofrezcan un apoyo constante, adaptándose a las necesidades individuales de sus hijos en esta etapa crucial de formación.

¿En qué consiste la iniciativa 'No tenemos planeta B' que has desarrollado con tus alumnos?

Es un proyecto educativo desarrollado con los alumnos del Colegio Santa Teresa de Jesús en Valladolid, cuyo objetivo es concienciar sobre la importancia del cuidado del medio ambiente. Este proyecto se enmarca dentro del Aprendizaje-Servicio (APS), una metodología que combina el aprendizaje de contenidos curriculares con acciones que benefician a la comunidad.

Durante dos cursos académicos, nos centramos en la limpieza de las orillas de los ríos que atraviesan Valladolid, recogiendo desechos y residuos acumulados. Esta actividad permitió a los estudiantes aprender sobre la flora y fauna local, la composición del agua y la importancia de mantener los ecosistemas limpios. Además, fomentamos la creatividad organizando concursos para transformar materiales no reciclables en nuevos productos, tanto decorativos como funcionales, dándoles así una «nueva vida».

El proyecto contó con la colaboración de la Concejalía de Medio Ambiente y la empresa Aquavall, que nos proporcionaron recursos y apoyo logístico. Esta cooperación no solo facilitó las actividades, sino que también involucró a la comunidad local en nuestros esfuerzos.

Uno de los aspectos más gratificantes fue observar cómo los estudiantes implicaron a sus familias, ampliando la «familia educativa» y promoviendo una conciencia ambiental que trascendió el aula. La participación activa de padres y madres durante los fines de semana en las actividades de limpieza fortaleció los lazos comunitarios y destacó la importancia de la educación ambiental intergeneracional.

En resumen, «No tenemos Planeta B» buscó proporcionar a los alumnos una experiencia educativa integral, combinando conocimientos teóricos con acciones prácticas que benefician al entorno y fomentan valores de responsabilidad y compromiso social.

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Sobre el autor Laura Peraita

En ABC desde 1994 como periodista de formación, empresa, motor. Desde 2011 al frente de ABC Familia, donde escribo y modero debates de lo más importante en la vida: nuestros peques, parejas y mayores.

Laura Peraita

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