SPECTATOR IN BARCINO
Usted no sabe con quién está hablando
La inquina al español queda patente cuando los denunciantes no aplican el mismo celo a los rótulos en inglés, o el hablante se llama Flick
Una de las frases chulescas de la memoria del franquismo -sobre todo el primer franquismo años cuarenta- es «usted no sabe con quién está hablando». La frase brindaba una doble lectura. Uno. Un incidente con un «adicto» al Régimen podría condenar al ostracismo. El « ... usted no sabe con quién está hablando» equivalía al «te voy a meter un paquete» o «se te va a caer el pelo». Dos. Convenía ser prudente al expresar determinadas ideas ante un interlocutor desconocido: la locuacidad es temeridad si desconoces con quién estás hablando.
Con este gobierno obsesionado por el franquismo cabe advertir de que algunos de aquellos protocolos siguen vigentes. Hará unos quince días Miquel Buch, exconsejero de Interior condenado a cuatro años y medio de cárcel e inhabilitación por malversación y prevaricación (contrató al escolta de Puigdemont), ahora amnistiado por Sánchez, decidió ir a comer al Café de París, un restaurante de la zona alta de Barcelona. Buch, que antes de político fue portero de discoteca, denunció en las redes que había sido discriminado por la lengua: «Este restaurante no ha querido atenderme al hablar yo catalán y ellos castellano». Al parecer, le anularon la reserva: «Es bueno que sepamos que el Café de París maltrata la lengua y el catalán», sentenciaba. ¡Aquellos camareros no sabían con quién estaban hablando! El expresidente de la Asociación Catalana de Municipios. Aquel consejero que columbró conspiraciones en el número de mascarillas que enviaba el 'gobierno de España' (él lo pronunciaba con retintín) ¡Un millón setecientas catorce mil! ¿Acaso una velada alusión a la derrota de 1714?, clamaba. Quienes lo vieron en la tele todavía se ríen.
Donde no rieron fue en la Plataforma per la Llengua, dedicada a espiar a los escolares en los patios, no sea que hablen castellano. Tampoco los separatistas de Nosaltres Sols: diez días después de la denuncia cubrieron de adhesivos la persiana del restaurante -«Este local no respeta el catalán»- y dejaron una notita: «Lo que hoy son pegatinas, mañana pueden ser martillos».
El uso del catalán va a menos, machacan los nacionalistas. Un declive que ¡oh casualidad! coincide con el proceso secesionista que ellos inauguraron en 2012. Hasta 2024 las denuncias por no hablar en catalán superaban las cinco mil, tres mil en el último bienio. Un promedio de setecientas anuales, dos al día. La mayor parte por no rotular o no utilizar la lengua catalana en la publicidad comercial. Dos de cada diez denuncias terminan en una multa que puede alcanzar los diez mil euros; de momento, solo el 7 por ciento de sentencias son condenatorias.
El nacionalismo pretende que el nivel de catalán sea decisivo para ejercer cualquier actividad laboral: prioriza el conocimiento de la lengua a la competencia en el quehacer profesional. Que el catalán sea requisito para permisos de residencia, multar a comercios, o poner buzones para la delación no ayuda a ganar simpatizantes. El decreciente uso social se debe a la apropiación de la lengua por el independentismo. Tal frenesí monolingüe consigue que la Cataluña real, sin aspavientos ni victimismos, siga conviviendo en el bilingüismo. Hacen más por el catalán las 'Paraules d'amor' de Serrat que la práctica coercitiva del «usted no sabe con quien está hablando».
La inquina al español queda patente cuando los denunciantes no aplican el mismo celo a los rótulos en inglés, o el hablante se llama Flick. Alguien informó al entrenador alemán que si hablaba español estaría mal visto y tendría, también, que aprender catalán; con criterio práctico, Flick mantuvo el inglés. Como no es camarero, ni sanitario, ni cuidador, ni tendero, nadie chistó. Todavía hay clases. ¿Verdad señor Buch?
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