Palacio de la Prensa: cien años de un Ateneo vertical en la Gran Vía de Madrid
El complejo, el primer rascacielos de la arteria del ocio, cobijado entre luces de bajo consumo, custodia la historia de 'La barraca' de Lorca o de 'La codorniz'
Marta González de Vega: «Quien dice que Madrid es una ciudad dura es porque no la conoce»

Hay esquinazos de Madrid que, en palabras del poeta, matan a un hombre y no apagan un candil. La Gran Vía, ciertos días, obra como un cañón de aire helado. Decía Ilya Ehremburg que la Gran Vía era Nueva York y quizá no anduviese muy equivocado. En esta Gran Vía, número de los impares, si preguntan por el número 87, allí puso en 1925 Alfonso XIII la primera piedra del Palacio de la Prensa. Tres años después de esta primera piedra, con el jolgorio de los 'plumillas', se inauguraría el recinto.
Así relata esta Casa el 8 de abril de 1930 cómo este primer edificio de Madrid tenía maneras de Ateneo: «Se ha erigido en la parte más moderna de la capital de España, en el centro de la bella y suntuosa Gran Vía». Y el texto, rico en epítetos continúa, glosando los verbos inflamados de Francos Rodríguez, exalcalde entonces de Madrid y presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, y del general Berenguer, presidente del Consejo de Ministros.
ABC, en esta nota, refiere el papel que tenía el periodista un año antes de la proclamación de la II República. Así se definía a los chicos de la prensa: «Hombres modestos y abnegados, que poseen por instrumento de su labor una pluma y unas cuartillas».
En aquella inauguración flamearon «banderas americanas» en pos de guardar «lazos hispanoamericanos que serán más fuertes, más irrompibles». En esa inauguración estuvo el todo Madrid según recogen las crónicas. Pero la intrahistoria del inmueble va más atrás.
Cuando el citado 11 de julio de 1925, Alfonso XIII colocó la primera piedra. En puridad un siglo, o menos, desde que se erigiera en el enclave el edificio más alto de Madrid: 58 metros de altura y 16 plantas. Poco duraría el récord, superado por el Edificio de la Telefónica, que sí que fue el objetivo a batir por el Ejército Nacional.
El que accede al Palacio de la Prensa, abril del 2025, ha salido del tráfago de la Gran Vía y sabe que está ante un edificio que guarda en sí muchas memorias de Madrid. Hubo otro día en que se colapsaron las calles adyacentes al Palacio de la Prensa, cuando se inauguró el cinematógrafo un 2 de enero de 1929. Frío en el alma, y la película a estreno 'El destino de la carne', de Víctor Fleming, que causa estruendo en aquel Madrid. Más allá, pasada la guerra civil, escribió allí 'Yo quiero que me lleven a Hollywood', Edgar Neville, cínico y disfrutón como él sólo. Custodia el inmueble, asimismo, una foto de Ramón Gómez de la Serna disfrazado de africano.


Pero hay que centrarse en la guerra, claro. En la artillería nacional que salía directa a la Gran Vía, entonces conocida como «Avenida del nueve y medio» por el calibre de lo lanzado por los nacionales desde el Cerro de Garabitas en la Casa de Campo. El número de impactos impresiona: 72. Aunque, cuando ya habían 'pasao' los nacionales, se acometió una reforma exprés del inmueble.
Tratamos de un edificio frío en el exterior con escasos jeribeques y materiales vernáculos, pero poco se ha dicho de quienes poblaron el edificio. De entrada, en la planta 15 del edificio, Federico García Lorca estableció allí su compañía 'La barraca', que con pocos medios llevaba la espina dorsal de la cultura por las tierras de España.
La crema de la intelectualidad, pues, también tenía otro sitio. 'La codorniz', revista y nido de los talentos del humor, tenía 'ciertas libertades' para volar en el franquismo desde el Palacio de la Prensa y decirnos a los españoles aquello de «Reina un fresco general venido de Galicia». Qué torbellino hubo allí: Miguel Mihura, Álvaro de Laiglesia, Tono. El humor se hizo indisoluble del edificio.
Pedro Muguruza
Y del inmueble hay que hablar, de la arquitectura externa, que es el arte cotidiano del paseo. Su autor fue el celebrado Pedro Muguruza, inspirándose en Nueva York, pero también en Chicago por cuanto el edificio en forma de chaflán debe luchar contra las ventoleras que bajan del noroeste y que son normales en la americana ciudad del lago Michigan. Y muy joven, Muguruza, con 28 años, se puso con el encargo. Le dio potestad de arte al ladrillo visto, y en eso fue pionero.
Allí se han alojado jornaleros de la pluma compartiendo té y confidencias con la alta sociedad de los años 40. Inclusive tuvo su discoteca. En 2018 empezó la reforma del casi centenario edificio por el arquitecto Juan Dios de la Hoz, que vio en el encargo «una mezcla de orgullo y responsabilidad».
Esto es: «Trabajar sobre un inmueble que debe vivir en el siglo XXI, pero que a la vez no altere y sea capaz de transmitir la época en la que fue construido. En la renovación contaron con planos de la época, no obstante trabajaban sobre un BIP (Bien de Intereses Patrimonial) con »planos originales del proyecto de Pedro Muguruza e incluso algunas perspectivas». Lo más complejo fue el trato con ladrillo, el darle el brillo de antaño para promover la 'admiración que este edificio despierta cercano a los cien años». De la Hoz es tímido, pero sabe que el 46 de Gran Vía es «su edificio».
Más allá de la sentimentalidad, el Palacio de la Prensa cuenta con cinco pantallas de última generación que son lo que Esther Nieto, taquillera desde el 91, ve con nostalgia. Como a los carteles de cine Alberto Pirrongelli. Rememora las colas de cuando «había estreno, que llegaban hasta la plaza de Santo Domingo». Por la calle hay el tráfago habitual, las pantallas electrónicas, cada equis minutos, imitan el trazo de los edificios colindantes. Cuentan quienes gestionan el Palacio de la Prensa que deben anunciar y programar cine, junto a otros espectáculos por iniciativa del ayuntamiento, para que el enclave no pierda su magia primigenia. En el mismo edificio hay un periódico digital y viviendas. El aprovechamiento del espacio y otros tiempos.
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