José Mercé: «A mí me sale del corazón decir que Madrid es la capital del flamenco»
COLONOS
Su historia es la historia de quien viene a tomar la alternativa en la capital y acaba por formar parte de ella
Tener a Lorca en la plaza de Santa Ana es algo que engrandece Madrid

Decir José Mercé es decir flamenco, madridismo, pasión, Jerez, un diamante en la garganta y un andaluz que, como tantos, se lió el petate y se vino a hacer 'los madriles'. Atiende en una mañana en la que España sigue de ... luto, alicaída. Dicen que el tango es un sentimiento triste que se baila; lo mismo puede ocurrir con el flamenco. Y así se verá, por ejemplo, el próximo 16 de noviembre en su ciudad natal, «de dolor y azmicle», que escribió Lorca en el 'Romancero Gitano'.
Se le ve cómodo con una chaqueta 'yanqui' y sonríe cuando habla del flamenco madrileño que conoció: el del Palomar, el del Corral de la Morería, pero también del antiguo de Villa Rosa. El que se extendía por la carretera de Barajas en lo que llamaban 'de Manolo Manzanilla'. No se le va el acento de Jerez, con tanto tiempo en la ciudad. Y es que en él se hace bueno el dicho que tilda a Madrid de novena provincia de Andalucía.
Tiene, en esa misma remembranza, una especial querencia por Torres Bermejas, que fue su talismán. De ahí a la eternidad. Él llegó, como Rafael Alberti, con los pueblos blancos de la provincia de Cádiz en la mirada y fue bajarse en Barajas con 13 años y cuando el bus pasaba por la calle María de Molina experimentar lo que era la falta de luz. «Era oscura como una carbonería». No se le caen los anillos, y eso, en un flamenco, tiene un doble o triple sentido. Decimos que no se le caen los anillos al decir que Madrid es la capital del flamenco. Y lo dice alguien que pendula con frecuencia al hondo sur. Es su opinión, pero abrir el debate, que se abra esa veta, es ya poner el foco sobre el flamenco, y eso, en estos tiempos de reguetón, supone un avance.
Gusta oír de José Mercé que el público madrileño es austero, pero también es de los que más saben. De los que aplauden al final. Conversar con el cantaor es un viaje en ese laberinto de calles que daban a Callao, a Gran Vía. Donde queda la memoria de Camarón y Paco de Lucía.
—Oiga, ¿Madrid tiene duende?
—Madrid tiene mucho duende. Ahora tiene menos. Estaban los mejores artistas flamencos de la historia. Había mucho duende, muchísimo.
—Pero ahora hay menos duende por estas calles...
—Se han perdido tablaos, y ya no existe el concepto de tablao como antiguamente.
—¿Cómo era un tablao antes? Viajemos por el tiempo.
Era una fiesta que empezaba a las nueve y acaba a las cuatro, había un ambiente sano entre los artistas, de convivencia, compartíamos de todo. Hoy el día el tablao es como el que va a trabajar de mecánico a una oficina, a un taller.
—Luis Aznar y muchos más me han hablado de las famosas juergas flamencas. Voy a citarle la famosa Cuesta de las Perdices.
—Exactamente. Y también El Palomar, por donde está la López Ibor, donde estaba la Titi, que nos daba de comer. Los artistas íbamos allí a buscarnos la vida; si no venía el señorito, daba igual, seguíamos con el cante y el baile.
—¿Cuál es su primera imagen de Madrid?
—Yo nunca había salido de Jerez. Recuerdo coger el autobús para instalarme en casa de mi tío, y cuando vi la calle María de Molina, oscura como una carbonería, yo que venía de los pueblos blancos de Cádiz, lloré. Se me escaparon dos lagrimones enormes, pero ya me fui integrando y haciendo de ésta mi ciudad.
—Usted es madridista contado y cantado. Muy pocos tienen el honor de haber hecho vibrar, desde los altavoces, al estadio de Chamartín.
—Mira, la primera vez que fui al Bernabéu fui con mi primo. Con la bufanda y la gorra del Betis. Entonces un reventa nos dice que nos va a poner en el mejor sitio y acabamos en lo más alto. Y ahí, con todo, yo ya me hice del Madrid. O no, no, que recuerdo los partidos del Madrid en la televisión del patio de vecinos en Jerez.
—¿Qué o quién le ha cambiado la vida en Madrid?
—Mi mujer, que la conocí con 13 años y llevo toda la vida con ella. Nos conocimos en Torres Bermejas. Ahí cambió mi vida.
—¿Le ve a Madrid algo de Jerez?
—Es que Madrid tiene mucho arte. Y a mí me sale del corazón decir que Madrid es la capital del flamenco. Madrid ama al flamenco.
—¿Qué palo asocia más con Madrid?
—Teníamos los caracoles de Don Antonio Chacón cuando canta a los andaluces, a cómo relucen cuando bajan y suben por la calle de Alcalá... Pero Madrid es un cante por soleá, por seguidillas, porque es un público que sabe escuchar. Hay muy buenos aficionados.
—¿Cómo es el aficionado madrileño?
—Al principio parece frío, sólo en principio. Pero es un público sobrio y sabe a lo que va. Hay mucha afición de los propios madrileños, no sólo de los andaluces que viven aquí.
—Vamos a darle una definición a la ciudad.
—En Madrid había que venir a confirmar la alternativa si querías llegar a ser alguien.
—Le veo reluciente, como en la coplilla de Chacón. ¿Qué le dicen sus seguidores por la calle?
—Los aficionados me dicen que no me vaya, que me quede.
—Se ha quedado pensando antes, en el 'Proust', que qué era lo que no le gusta de Madrid.
—De Madrid me gusta hasta el olor del Manzanares.
—Me interesa cuál era la zona por donde pululaba el joven José Mercé.
—Mi zona de Madrid era la de Callao, la de Gran Vía, toda esa parte era una maravilla. Como una feria de día y de noche.
—Por último, el 16 de diciembre pasea su último proyecto, 'Oripandó', en el teatro Albéniz, que pasará por Málaga o Barcelona.
—Una obra con ocho temas. Muy íntima. 'oripandó', en caló, es la salida del sol. Pero luego cantaremos lo que el público quiera.
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