LAPISABIEN
La verdad de las verbenas
Su legado más allá del mero costumbrismo para el retrato de las autoridades
El reportero, en su descanso

He visto el casticismo, y me ha movido a una ternura infinita. Dicen que las vocaciones fuertes son las que sostienen una personalidad, y ahí está el caso de los castizos. Pocos, sí, pero que en las verbenas se han hecho notar ... con su jolgorio de organillo y su veteranía desmentida por las ganas.
Los vi en san Cayetano, en La Paloma, y a todo le iba poniendo su buen hacer, a pesar del tiempo transcurrido desde otras verbenas, de otros tiempos.
El casticismo llega a las partes más gloriosas del alma del viajero, del madrileño, si se conoce su historia y todo lo que sin muchos homenajes aportaron y aportan estos hombres y mujeres a la ciudad. Su legado más allá del mero costumbrismo para que autoridades y foráneos tengan algo con lo que retratarse.
Madrid tiene su folclore, y a uno, cronista de la ciudad que fue y que es, le satisfacen estas agrupaciones que dan lo que no tienen, ponen lo que no da. Un esfuerzo solidario para que Madrid no se despersonalice más.
En estas latitudes, ocurre que la piqueta hizo daño. Aún están por ahí, incluso sin haberlos conocido, los palacetes tan mentados de La Castellana. Son retales de un Madrid evolucionado que pocas veces, ahora un poco más, es cierto, viene a valorar su pasado.
A veces aparezco retratado con una parpusa de muchos inviernos. Me la coloco y los ojos, que quedan algo achinados, quieren evocar otros tiempos en este sitio.
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Es aquello de la nostalgia de lo no vivido por lo que combaten los castizos, por lo que uno escribe y vive en esta ciudad que tanto roba en espera de que devuelva.
Terminado el fuego de las verbenas, hay que volver la mirada, con amor a los castizos. Casi una raza empeñada en la verdad de estas calles nuestras. Merecen verlos en su hábitat, dando ejemplo de urbanidad y sana diversión.
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