El no a la amnistía une a la derecha y Ferraz se blinda
Mientras Abascal se daba un baño de masas, miles de personas protestaban frente a la sede del PSOE
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En el universo de la derecha, las últimas protestas contra la amnistía a los encausados por el 'procés' han dibujado un escenario nuevo. Es cierto que el 8 de octubre, en la manifestación convocada por Societat Civil Catalana, ya coincidieron ... el PP y Vox, pero este domingo las movilizaciones las organizaban directamente los populares, que hasta ahora habían insistido en que sus actos eran «de partido». Lo subrayaban hasta la saciedad y, con ello, expulsaban a Santiago Abascal y a los suyos. Esta vez, Génova cambió el paso y llamó a rechazar los acuerdos de Pedro Sánchez con los separatistas transversalmente, más allá de las siglas.
El resultado, aunque sea de manera circunstancial, es la unión de la derecha, que coincidió en la Puerta del Sol e inundó las calles aledañas. El PP y Vox, Vox y el PP. En el escenario de Madrid, epicentro de las protestas, con réplicas en toda España, copaban los focos Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida. Pero desde media hora antes del inicio del evento, había otro punto de protagonismo. Junto a la estatua del Oso y el Madroño, coronada con un cartel que rezaba «Sánchez, a prisión», apareció Abascal con un séquito de diputados, senadores, cargos autonómicos y locales, y un sinfín de simpatizantes que lo adulaban como a una estrella de cine o a un futbolista.
Sin duda, muchas miradas estaban puestas en él. El PP ansía desde hace años concentrar de nuevo a toda la derecha bajo una misma casa. La práctica desaparición de Ciudadanos le acerca algo al objetivo, pero las diferencias ideológicas con Vox y el suelo de votantes que mantiene, con más de tres millones el pasado 23 de julio, alejan de momento el sueño que ya tuvo Pablo Casado y que ahora recupera Núñez Feijóo.
Abascal, en declaraciones a la prensa, insistió en calificar de «golpe de Estado» el pacto de Sánchez con los separatistas, que, entre muchas otras cosas, incluye una ley de amnistía que el PSOE consideraba inconstitucional. «Somos muchos los que creemos que se está dando de verdad un golpe de Estado y que, por tanto, hay que responder con una movilización permanente y pacífica», dijo, antes de entregarse al calor de la multitud. Besos, abrazos, selfis... paciencia.
A Abascal lo rodeaban sobre todo feligreses de Vox, más pendientes de cada movimiento de su líder, al que cantaban «presidente, presidente» de vez en cuando, que de los discursos que daban los populares desde la tribuna. Solo Díaz Ayuso generó expectación en aquella zona de la concentración, en la que se pedían «más caña» y «menos palabras». Un manifestante llegó a gritar «'pesao'» al alcalde de Madrid durante su intervención, provocando en Abascal una breve risotada que pronto corrigió.
Fue la del líder de Vox una actitud de respeto. Acompañado de Rocío Monasterio y de Pepa Millán, intercambiaba especialmente con la primera impresiones sobre los alegatos del PP, que escuchó con atención. Pero al terminar Núñez Feijóo, él y su equipo de seguridad rápidamente se dieron la vuelta y, abriéndose paso precipitadamente entre la gente, pusieron rumbo a su destino principal: la sede del PSOE en Madrid, en la calle de Ferraz.

Vox había animado a concentrarse este domingo frente a los cuarteles socialistas tras las manifestaciones organizadas por el PP. Es sin duda el principal distintivo entre los dos partidos, porque los populares reniegan de este tipo de convocatorias, y es lo que justifica en este aspecto un espacio propio. Aunque Abascal insiste en que solo apoya las protestas «pacíficas», la izquierda ha utilizado en los últimos días los disturbios en Ferraz, provocados por grupos ultra de extrema derecha, para estigmatizar a los manifestantes contra la amnistía. La exhibición de este domingo, con casi un millón de personas en la capital de España según el PP –la Delegación del Gobierno deja la cifra en solo 80.000 personas–, aleja ese marco.
El presidente de Vox avanzó lentamente hacia Ferraz, seguido por una multitud que lo interrumpía a cada paso, a golpe de selfi, en una procesión que dejó notas de color para el anecdotario. Pero entre las personas que se acercaban al dirigente derechista, cuya satisfacción se reflejaba en el rostro, había quienes casi le imploraban un mayor entendimiento con el PP. Abascal recordó a una mujer, amablemente, que Denaes llamó a los populares a la manifestación del 29-O en Madrid –rehusaron– o que este domingo, por ejemplo, nadie lo invitó al escenario.
Llegada la comitiva a la calle Marqués de Urquijo, detuvo su avance en el cruce con la calle Juan Álvarez Mendizábal, donde les comunicaron que el acceso a Ferraz, colapsado de gente, era ya imposible. Allí se quedaron Abascal y los suyos, sonrientes, durante veinticinco minutos que fueron el deleite de curiosos y simpatizantes, que se acercaban a él sin parar.

Tuvieron así que abandonar la marcha antes de tocar las inmediaciones de la sede del PSOE, donde, a la luz de las banderas verdes que ondeaban a esas horas entre las rojigualdas, había quienes les estaban esperando.
Gritos en paz
Su propia convocatoria llamaba a los asistentes al acto del PP en la Puerta del Sol a desplazarse a término hasta la calle Ferraz, lo que dejó imágenes de riadas de personas transcurriendo por diversos caminos, desde la Gran Vía hasta la zona de Bailén, para alcanzar meta. Allí, una hora antes de lo previsto se empezaban a concentrar los primeros manifestantes, jóvenes y no tan jóvenes que bandera en mano o a la espalda iban calentando la voz. Fue a partir de las doce y media, avanzado ya el acto a los pies del Oso y el Madroño, cuando los agentes del importante despliegue policial en Ferraz acordonaron la zona y comenzaron a equiparse con protecciones. Se apreciaba cierto nerviosismo, razonable considerando los nueve días de disturbios previos que muchos de ellos llevan ya a sus espaldas.
A diferencia de lo sucedido en jornadas anteriores, hubo una alta afluencia de manifestantes en los dos extremos del cordón policial, tanto en el cruce de Ferraz con la calle del Buen Suceso como en la esquina con Marqués de Urquijo, punto caliente durante los últimos días. Y a ambos lados se apostaban policías y furgones sin mover un solo músculo mientras, de nuevo, les invitaban a mandar «las 'lecheras' a la frontera». Un remanso de paz se abría justo entre los dos frentes, el restaurante Baraka's, a unos pasos de la sede del PSOE y cuyo hilo musical ofrecía saltar como a otra dimensión: el griterío quedaba en un murmullo. Sin perder la sonrisa, jefa y empleado comentaban el estreno que han tenido: apenas cuatro meses abiertos, dos semanas a medio gas por las protestas, todas las reservas canceladas y un ir y venir de uniformados que toman café y piden permiso para entrar al baño. Era el único local abierto en la zona acordonada.
Con todo, durante las más de dos horas que se prolongó el pico de mayor afluencia de manifestantes –entre la una y las tres de la tarde–, no se dejaron ver ultras ni radicales, como tampoco embozados en la concentración. Mucho grito, eso sí, y mucho insulto contra Sánchez, Puigdemont, el socialismo en general, «los rojos», la policía y la prensa en particular, tirando del 'poemario' ya consolidado, como eso de «que te vote Txapote» o el ya mítico «luego diréis que somos cinco o seis». Eso sí, con un tambor de fondo que tuvo a los concentrados en Marqués de Urquijo buena parte del tiempo de espaldas a Ferraz y nada de violencia bajo el sol. La noche, decía algún efectivo policial, es otra historia. A media tarde quedaban aún un millar de manifestantes en la esquina de Ferraz y no se habían registrado disturbios.
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