atletismo
Yago Lamela, el saltador que no supo vivir lejos del tartán
Obsesionado con encontrar su sitio lejos del atletismo, el deportista atravesó por altibajos desde que se retiró en 2004

Aquel 7 de marzo de 1999 Yago Lamela tocó su techo como deportista. Desconocido aún para el gran público, su salto de 8 metros y 56 centímetros en el Mundial de pista cubierta de Maebashi (Japón) le situó en el primer plano de las televisiones de medio mundo y le convirtió en héroe en España. Lamela, por entonces, creía que podía ir más allá . Que tenía en sus piernas el récord del mundo de Mike Powell (8,95 metros). Se obsesionó con ello. Con mejorar más y más. Como había hecho desde pequeño, pero se topó con la pesadilla de las lesiones , la fama y los cambios de entrenador. Un cóctel que terminó por ir apagando su genio poco a poco, sumiéndole en un callejón sin salida que ha terminado de la peor forma.
Desde aquella tarde de marzo de 1999, a Lamela siempre le costó brillar de verdad sobre una pista de atletismo. Las expectativas que se crearon a su alrededor y sus problemas físicos le impidieron seguir evolucionando. Aún así, su récord seguiría luciendo durante una década, hasta que el alemán Bayer lo superó en 2009.
Sus duelos con Iván Pedroso , el gran saltador de los últimos veinte años en el panorama mundial, se convirtieron en un clásico y le ayudaron a seguir sumando medallas a su palmarés. Subcampeón del mundo al aire libre en Sevilla (1999) y bronce en París cuatro años después; su gran decepción llegó en los Juegos Olímpicos, donde no destacó por culpa de las lesiones.
Siempre a la sombra de Pedroso, 2004 marca un antes y un después para él. Los dolores que le impidieron rendir al máximo nivel en los Juegos de Atenas, le llevaron al quirófano y a partir de ahí comenzó su calvario. Rotura de tendones, problemas en un gemelo e, incluso, un accidente de tráfico, pusieron trabas a su recuperación.
Aunque lo intentó todo para volver a ser el mismo, su llama deportiva se apagó definitivamente en 2009, un década después de su gran éxito sobre el tartán.
A partir de ahí, trató de redirigir su vida hacia la aviación -realizó varios cursos de pilotaje de helicópteros- y buscó acabar sus estudios de informática. En 2011, sumido en varias crisis depresivas, fue ingresado durante varios días en una clínica psiquiátrica, de la que salió con la intención de retomar el rumbo .
Tres años de altibajos han acabado con su vida. Su muerte es un mazazo para el atletismo español, de capa caída en los últimos años, que dice adiós a uno de sus grandes mitos de este siglo. Un atleta que disfrutó volando sobre la arena y al que le costó volver a ser normal.
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