ESPAÑA CAÑÍ
La vocación de folclórica: de Lola a Rosalía
Han sido mujeres de valentía que han llevado una vida desabrochada, remontando una España negra y adversa, que es la que les tocó
Cuando Sara Montiel aprendió a leer

Folclóricas, lo que se dice folclóricas, ya van quedando pocas, porque van a la cárcel o las apaga el alzheimer. Pero la folclórica está ahí, con los brazos en jarra ante la noche, ante el hombre, ante el mundo. La folclórica es una diosa de ... sí misma, con el alma mirando a un tablao, y un clavel reventón como ajuar de la copla de hacer lo que venga en gana. La folclórica es tan españolísima como la paella, el taco o la siesta, y conviene levantar un rato el homenaje a la vida de folclórica, que es una extrema estirpe ya en remate de extinción, o casi, salvo los casos desflecados de Pantoja, o Lolita, o María del Monte, o Falete, si me apuran, más Rosalía, que yo diría que es un folclorismo eléctrico, de reguetón en chándal. Si miramos más lejos, nos salen Sara Montiel, Rocío Jurado, o Carmen Sevilla. Y Concha Márquez Piquer, o Marifé de Triana. Hasta acabar o empezar en Lola Flores. No reverencio las faenas laborales de estas señoras, pero procede aupar sus afanes biográficos, porque han sido mujeres de valentía, y han llevado la vida desabrochada, remontando una España negra y adversa, que es la que les tocó, en principio.
Yo arriesgaría que hay cierto feminismo, poco o nada buceado, en nuestra folclóricas de siempre. Han logrado vivir de artistas, una profesión de mala o pésima fama, sobre todo cuando eran jóvenes. La que se hacía artista es que iba para chica alegre, o lo parecía. Pero, en rigor, estas mujeres bravas sólo querían el aire de la libertad, durante la vida dura, y difícil, y de mucho escaparate. La folclórica ganó siempre su caché, hizo las Américas, y se casó y se divorció, a veces con el mismo hombre. Pongan ustedes un vistazo a la generación de estas Montieles, o Sevillas, y a ver cuántas mujeres les salen tan «ricas de aventura», por expresarlo en relámpago de García Lorca, que algún momento tuvo de folclórico.
Carmen Sevilla es sencillamente la hermosura a la que le has puesto el visonazo de cóctel, que viene a ser el otro mercedes de las que han triunfado, el mercedes que te dejas puesto para ir paseando la fiesta, cuando ya has dejado el mercedes propiamente dicho, y con chófer, en la calle. Lola Flores logró un género de sí misma, y le salía por el escote la gitana de jaleo, pero una gitana con el bronceado perpetuo de codearse con los ricos. Practicaba el faraonismo de su talento, y gastaba toda esa joyería de bulto que se ponían las «miarmas» oficiales, cuando se iban de fiesta. Estas artistas, cuando salían, sólo se dejaban en casa la caja fuerte. Porque eran mujeres de caja fuerte y corazón contento. Sara Montiel fue una Marilyn de molino, y estuvo en Hollywood, cobrando en «dólar USA», por decirlo a su manera vacilona y extranjerizante. A Lola la sacabas del tablao y las juergas concéntricas, y todo le sonaba más bien a filosofía. Pero recitaba a Lorca con un hechizo único. Enseguida lo ponía todo perdido de lunares.
A Sara le enseñó el arte de fumar puros Ernest Hemingway, o al menos a esa anécdota nos convidaba siempre ella misma, cuando nos contaba, además, que le hacía huevos fritos a Marlon Brando. Rocío Jurado no fue sólo una folclórica, porque del folclorismo logró otra cosa, con mucho aspaviento de túnicas barrocas, con mucho vértigo de brazos al cielo, con mucha voz del voltaje del terciopelo. Era exagerada, y en el exceso anclaba su mejor medida. Lo mejor sobre Lola Flores me lo dejó dicho Joaquín Sabina: «Lola Flores es nuestro Mick Jagger». Lolita es su madre, pero de otra manera. No le parece peyorativa la palabra folclórica, y hace bien. Porque en la folclórica están los volantes de la rebeldía, los desacatos con lunares, la lírica del hambre de lo prohibido.
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