Cuando Sara Montiel aprendió a leer
En su biografía de la carismática actriz, el profesor de literatura Israel Rolón-Barada revela a una mujer más allá del estrellato
El fin de la folclórica, mujer rica de aventura

El 6 de marzo de 1997 Sara Montiel y Rocío Jurado acuden en Bogotá a la fiesta del 70 aniversario de Gabriel García Márquez que ha organizado la esposa del escritor, Mercedes Barcha. Gabo se retrasa y la Jurado inquiere en voz alta: «¿Y ... cuándo llega el autor de 'Diez años de soledad'?» La Montiel, que está al quite, le corrige: «Que no son diez, ¡que son cien!» Jurado no se amilana: «¿Y qué más da si son diez o cien? Sigue siendo la misma soledad, el mismo desasosiego y el mismo sufrimiento».
Se ha dicho todo o se ha dicho de todo sobre Sara Montiel, pero aún quedaban cosas por decir. Así lo demuestra Israel Rolón-Barada en la biografía de Sara Montiel que publica Almuzara.
Este profesor portorriqueño, especialista en la obra de Carmen Laforet, conoció a Sara Montiel en julio de 2011: quería entrevistarla para una mesa redonda en la Modern Language Association sobre las divas del imaginario español. Cuarenta y ocho horas después se encontraban en la isla de Tabarca donde Montiel pasaba el verano: «Completamente bronceada en una de sus vestimentas veraniegas, un vestido blanco y vaporoso, cubierta de joyas y con su maquillaje teatral, me esperaba con los brazos abiertos, como una amiga de toda la vida», recuerda. Desde ese momento Rolón-Barada se planteó la diferencia entre la persona (oculta) y el personaje (público).
Sus inicios
Al personaje ya lo conocimos. La persona es María Antonia Abad Fernández, nacida en Campo de Criptana el 10 de marzo de 1928 de una humilde familia rural de cinco hijos. Analfabeta, debutó en el cine en 1944 como María Alejandra haciendo de colegiala en 'Te quiero para mí'. Su representante, el empresario de prensa Ángel Ezcurra, también la quería para él. La muerte de su hermano y su padre la obligarán a sobrevivir como personaje… Miguel Mihura es su Pigmalión. El director de 'La codorniz', vería a una María Antonia «que se transformaba en una Sara Montiel con mucho mundo por delante», señala Rolón-Barada. En los tiempos del cine imperial de CIFESA, el guionista Mihura le abre las puertas de los estudios y le paga los billetes a México.
Sara Montiel ve mundo y otra España. En México rodará una decena de películas de 1951 a 1956 y alternará con León Felipe, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Diego Rivera, Frida Kahlo, Indalecio Prieto o Agustín Lara. A través de su marido y apoderado, el comunista Juan Manuel Plaza, conocerá a Ramón Mercader.

Sara visita al asesino de Trotsky en la cárcel de Lecumberri. Según cuenta Gregorio Luri, años después, cuando Sara vio 'El asesinato de Trotsky' de Joseph Losey, con Alain Delon en el papel de Mercader, comentó que «Ramón era más guapo». Laura, la hija de Mercader, va más allá. Sara visitó «muchas, muchas veces» a su padre. Tantas, que «aprendió a leer con él».
El escritor Alfonso Reyes es otra personalidad del entorno mexicano de Sara Montiel. Todo le iba bien salvo la relación tóxica con un Plaza que «había estado malversando o administrando indebidamente los ingresos de su pareja y protegida». La tormentosa relación conyugal y una hija nonata justifican la huida de la actriz a Hollywood y luego a España: «Montiel sabía que Plaza no la podría localizar en ninguno de esos destinos, ni en California ni en España, debido a su estatus de exiliado comunista», apunta Rolón-Barada.
La decadencia de los setenta
En Hollywood rueda 'Veracruz', 'Serenade' y 'Yuma'; se casa con el hombre que más le amó: Anthony Mann. Con su deficiente inglés que doblaba Angie Dickinson, Sara Montiel solo podía aspirar a encarnar indias o mexicanas. La encrucijada artística obliga a cambiar de registro: 'El último cuplé' y 'La violetera'. A partir de 1957 será la gran protagonista del cine español e hispanoamericano: «Su nombre de Sara se alternaría con el de Sarita en América y eventualmente con el de Saritísima... Supo crear la imagen icónica de la cual ella misma no podría separarse o desprenderse jamás», acota su biógrafo. Mario Camus, que la dirigió en 'Esa mujer', lo corrobora: «Lo suyo no era ser actriz o cantante, sino otra cosa. Estrella».
La decadencia artística en los años setenta la expulsó del cine y la empujó al music-hall, pero la «persona» María Antonia Abad permaneció camuflada en la exuberancia del «personaje» Sara Montiel. Aunque en su madurez estabilizó su vida con Pepe Tous, Rolón-Barada opina que ninguna de sus relaciones amorosas fue suficientemente satisfactoria: «La gran vendedora de amores, pasiones e ilusiones, nunca llegó a alcanzar la verdadera felicidad del amor».
Amores platónicos como el que profesaba a Severo Ochoa, que le curó la tuberculosis. Amores para la prensa del corazón con el italiano Giancarlo Viola o la pantomima del cubano Toni Hernández. Amores extraños como Ramón Mercader, el hombre que le enseñó a leer.
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