recital lírico
Ermonela, la enorme
La soprano triunfa en su primer recital en el Liceo, al lado del pianista Rubén Fernández Aguirre

La soprano albanesa Ermonela Jaho hace ya tiempo que se ha ganado un lugar en la historia del Liceo conectando con un público que la ha aplaudido a rabiar, entre otros personajes, con sus Violetta (La traviata), Cio-Cio-San (Madama Butterfly), Liù (Turandot) y, por supuesto, su imbatible Suor Angelica. Doce años después de su debut en este escenario de Barcelona, acaba de ofrecer su primer concierto en solitario en la casa. Expectación y expectativas máximas para una cantante muy apreciada pero que hasta ahora se ha prodigado poquísimo en el formato de recital, que cultiva desde hace muy poco. La ocasión, pues, era también una prueba para valorar tanto sus cualidades como la respuesta del respetable.
Recital lírico
Ermonela Jaho

- Música: Donizetti, Cilèa, Albéniz, Massenet, Puccini.
- Fecha: 16 de febrero.
- Lugar: Gran Teatro del Liceo, Barcelona.
En primer lugar, hay que hablar del repertorio, perfectamente pensado. Huyendo de la retahíla más o menos apañada de arias conocidas, Ermonela Jaho y Rubén Fernández Aguirre se presentan con un repertorio pensado para gustar, pero también para cultivar. Así, combinan obras icónicas de autores como Donizetti, Puccini y Cilèa con otras obras que han hecho menos fortuna, pero que son tanto o más interesantes, máxime si reviven en la prodigiosa y emocionante voz de la soprano.
Así, al lado de ‘Al dolce guidami’ de Donizetti (que se llevó la primera gran ovación del público), encontramos el ‘Lamento per la morte di Bellini’ y ‘La mère et l’enfant’, que son, especialmente la segunda, óperas metidas en el formato de una canción. La expresión dramática de Ermonela Jaho obró milagros con ambas. Después, canciones de Cilèa antes de cerrar la primera parte con ‘Io son l’umile ancella’.
Para la segunda parte, Jaho y Fernández Aguirre la dedicaron en buena parte a Massenet, Gounod y Puccini. ‘In quelle trine morbide’ y ‘Vissi d’arte’ pusieron el colofón a un programa que despertó el entusiasmo de los liceístas, entre aplausos y vítores. Con todo, conviene no pasar por alto las cuatro canciones de Isaac Albéniz que incluyeron en la velada. ‘La lontananza’, ‘Una rosa in dono’, ‘Il tuo sguardo’ y ‘Morirò!!’ nos brindaron una de esas demasiado raras ocasiones en las que podemos disfrutar de una faceta del compositor que a menudo tenemos olvidada. Más allá de su obra pianística con lo que en la época se consideraba un inconfundible ‘sabor español’, tenemos al Albéniz que derrocha maestría en la composición para voces, entroncando con el estilo del último Romanticismo europeo y trascendiendo fronteras con un altísimo nivel. Reivindicar ese Albéniz es un gesto más que encomiable de Jaho, en el que intuimos que algo habrá tenido que ver nuestro Rubén Fernández Aguirre. Acierto sin patiativos, aún más tras escuchar el resultado: ese ‘Morirò!!’ parece escrito expresamente para la cantante.
Jaho lució una vez más sus dotes escénicas y la capacidad de emocionar con su prodigioso instrumento. A través de su voz pudimos ver las hadas blancas de las que hablaba alguna de las canciones, morir del dolor de los corazones rotos y recrearnos en esos susurros cristalinos que estamos acostumbrados a escucharle en las óperas y que resultan todavía más impactantes viéndola sola al lado del piano. Cabe destacar que el formato recital le está sentando francamente bien. No hace mucho que lo cultiva. Pocos años atrás, en el Festival de Peralada hizo un primer intento en el que no pareció tan cómoda. Ha crecido muchísimo desde entonces: la elección del repertorio, del pianista, y la actitud al defender el programa son ahora completamente distintos, y con «distinto» queremos decir «mejor», sin lugar a dudas.
Por su parte, Rubén Fernández Aguirre hizo gala de lo que ya sabíamos: un talento incuestionable para hacer música al lado de grandísimas voces. Porque lo que escuchamos en este concierto no fue un pianista acompañante, sino un verdadero conjunto de música de cámara. Atento a cada respiración, canturreando por lo bajini cada sílaba de cada compás y, sobre todo, creando la atmósfera adecuada a cada pieza. Increíbles los colores orquestales en Puccini, sublimes los detalles en Albéniz y en las canciones de Donizetti. Un camino conjunto, pues, que valdrá la pena seguir, ya que esta pareja artística promete grandes noches en un futuro nada lejano.
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