Lo que va de Julio a Camba: sesenta años de un genio infeliz
Dos biografías y una exposición recuerdan la figura del mítico articulista de ABC, que después de una juventud viajera y cosmopolita pasó los últimos años de su vida recluido en el Palace

Un día le preguntaron a Julio Camba (Villanueva de Arosa, 1884; Madrid, 1962) cuál era el secreto de su éxito y, fiel a su estilo, ofreció una respuesta ingeniosa, de esas que no comprometen demasiado y se citan con gracia. No se trataba de « ... meter toda la antigüedad clásica en una columna», no. «¿No ve usted que el catálogo del 'British Museum' sería, con ese criterio, el libro más admirable del mundo? No, amigo y compañero. El secreto no es ese. El secreto es un secreto». Sus amigos, sus lectores trataron de desentrañarlo el día de su muerte, que tuvo una cobertura de gran acontecimiento. «Le vio la trampa a todo», escribió Miguel Mihura en ABC. Fue «prototipo del humorismo galaico pasado por Londres, pasado por Sterne», según Azorín. «El mejor escritor de artículos de este país»; palabra de Pla.
Pasaron los años y el secreto de Camba dejó de interesar. Durante años, sobre todo en las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado, fue una de las firmas más populares de la prensa española, el mejor pagado de todos los articulistas. Y de repente cincuenta años de silencio. «No se ha vuelto a él hasta hace unos diez años», dice Francisco Fuster, que está detrás de muchos de los títulos que se han editado esta década, autor también de la biografía 'Julio Camba. Una lección de periodismo'. No es la única; Benito Leiro ha plasmado en 'Un nudista en Vilanova' tres décadas de investigación. Y estos días, hasta el 16 de diciembre, el hotel Palace propone en su Museo Bar un recorrido multimedia –y también culinario, con una carta de tapas cambianas– por su vida y obra.
«Era ameno, adictivo, por su ritmo y por su sentido del humor. Sesenta años después, sus artículos nos siguen divirtiendo y nos siguen haciendo vibrar –destaca Aser Álvarez, comisario de la exposición y autor de un documental que se estrenará en 2023–. Lo que hizo fue crearse un personaje. El Camba que nos habla a través de sus artículos era simpático, divertido, buen tipo. Nos cuenta las historias de la vida cotidiana de los muchos lugares por los que ha viajado». Hay otro Camba: un hombre muy celoso de su imagen, introvertido. «Las únicas imágenes en movimiento que hay de él son de su entierro, en su ataúd». Fue un hombre feliz antes de la Primera Guerra Mundial, añade Fuster: «Pero después, sobre todo tras la Guerra Civil, se convirtió en un tipo irascible y misántropo. Si hay otra imagen de él es porque no se conoce su obra en profundidad. Solo reunió en libros el 25 por ciento de lo que publicó. Lo que se cuenta en un artículo no tiene por qué ser tu biografía».



Nacido en una localidad gallega, Camba tuvo un carácter inquieto e indisciplinado desde niño. Tanto que su padre, médico, lo quiso ingresar en un seminario. «Mis ideas –dije con gran prosopopeya en contestación a mis padres– no me permiten ser cura», contaría más tarde. Y a los 16 años se escapó rumbo a Buenos Aires. Allí tomó contacto con el anarquismo; a su regreso a España, ya en Madrid, lo llegaron a detener por su relación con Mateo Morral, el anarquista que atentó contra Alfonso XIII. «Su evolución ideológica fue progresiva. Escribió para 'El País', que era republicano. Luego en 'España Nueva', progresista, donde hizo crónica parlamentaria. Y luego fue a 'El Mundo' y 'La Tribuna', que son periódicos moderados. Al final, se vuelve conservador porque madura y porque escribe en ABC. Se rebeló contra la República y se declaró partidario de Franco cuando iba a ganar la guerra», dice Fuster.
Y todo esto mientras viajó por todo el mundo, viviendo al día. Conforme le pagaban, se gastaba el dinero. Nunca tuvo ahorros suficientes para comprarse un piso, ni quiso tener familia. «Todas sus pertenencias cabían en tres o cuatro maletas. Lo único que trató de hacer fue vivir bien y disfrutar de la vida», dice Aser Álvarez. Al menos, antes de la ruptura que le supusieron las guerras. En su primera corresponsalía, la de Constantinopla, encontró un «traje a medida», según Fuster: «Logró elevar la crónica a su máxima expresión. Su especialidad consistía en poner la lupa sobre el hombre corriente y el suceso cotidiano. Quizá el rasgo característico de su forma de argumentar sea la facilidad para elevar la anécdota a categoría». Por eso Camba es único, por eso se siguen leyendo libros como 'Londres', 'La ciudad automática' o 'La casa de Lúculo', el único que concibió como tal; el resto tuvieron su origen en los artículos que publicó en prensa.
«Todas sus pertenencias cabían en tres o cuatro maletas. Lo único que trató de hacer fue vivir bien y disfrutar de la vida»
Esta es la imagen que ha quedado de Camba, la del hombre alegre que fue antes de la guerra. «A partir de los años 30 se le agrió mucho el carácter. No quería cenar con amigos, buscaba excusas para estar solo... La gente le quería mucho, pero se volvió un tipo insoportable. Creo que no fue un hombre feliz. Dejó de ser un hombre público. Salía del hotel en contadas ocasiones. A diferencia de Pla, que después de la guerra se recluyó para escribir su obra completa, Camba no supo rentabilizar su aislamiento. Al final de su vida, no quería escribir». Si a su regreso a España desde Portugal, adonde se marchó en los años de la posguerra, volvió a ABC, fue porque necesitaba ingresos. La mayoría de estos artículos «no son más que versiones remozadas y actualizadas de textos que ya han sido publicados en su momento».
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Son estos los años del Palace, los de la habitación 383, donde estuvo como huésped fijo entre 1954 y 1961, tras llegar a un acuerdo con la viuda del propietario del hotel. Le cobraban una cantidad testimonial por una habitación pequeña. Acabó allí porque no tenía casa propia y porque el intento de quedarse con amigos salió mal. «No era fácil de llevar...». En Portugal le habían diagnosticado el vértigo de Ménière. Estaba enfermo. «El mundo le era ya ajeno», dice Aser Ávarez. «Pero sus artículos, escritos veinte, o treinta, o cuarenta años antes, seguían triunfando. Ahí vemos que es un clásico». ¿Cuál era el secreto? «Yo soy un escritor de artículos cortos, cosa terrible, porque los artículos cortos se leen», dejó escrito.
Cuando su enfermedad se recrudeció, lo trasladaron a una clínica a la que sus amigos llevaron sus pertenencias, para que no notara demasiado el cambio. Cuentan que en su lecho de muerte dijo: «La vida es preciosa, pero se acaba».
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