LIBROS
Juan Manuel de Prada: «Siento una atracción irresistible hacia el barro»
NOVELA
El escritor cierra al fin 'Mil ojos esconde la noche', su monumental novela sobre el exilio español en París, una obra que comparte protagonista y tono con su primer éxito, 'Las máscaras del héroe'
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La cita con Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) es en el bar del Palace, todo madera noble y copas antiguas y promesas de noches legendarias cuando el mundo aún era divertido y barato si te lo contaba un poeta. Al poco de entrar, ... el escritor dirá que más que el lujo lo suyo es el lumpen, el mundo turbio, las pasiones bajas. Y reirá.
Hace treinta años vino a Madrid a documentar una novela sobre el fin de la bohemia y el principio de Falange. Pasaba doce horas al día encerrado en la Biblioteca Nacional, y dormía en una pensión más literaria que cómoda, pero salió de allí con un debut que fue un triunfo, 'Las máscaras del héroe'. Ahora está en uno de los hoteles más caros de la ciudad hablando de la secuela de aquella historia, 'Mil ojos esconde la noche' (Espasa), de la que publica el segundo y último tomo, 'Cárcel de tinieblas'. Entre medias, una vida entregada por completo a su vocación. Ya casi nadie puede decir eso.
Prada ha recuperado a su personaje Fernando Navales para contar esta vez el París ocupado por los nazis, donde una generación de artistas y literatos españoles hicieron casi cualquier cosa para sobrevivir, aunque luego, levantado ya el mito del exilio, ninguno lo confesara. «Pero para eso somos escritores, ¿no? Si no, estaríamos diciendo mamarrachadas en cualquier tertulia. Lo que quiero decir es que un escritor tiene que estar atento a los claroscuros del alma humana y de la historia», explica.
Sobre la mesa está el manuscrito de la novela, más de mil folios reciclados llenos de esquina a esquina por su caligrafía, que su padre, cumpliendo la tradición, ha pasado a ordenador: en estos detalles se resume el amor.
—¿Se queda uno vacío después de escribir un libro así?
—Al acabar una obra siempre te quedas bastante vacío. Y, en este caso, agotado: esta novela me exigió también mucho físicamente. En sentido real, porque está escrita a mano. Y además dio la casualidad de que cuando estaba escribiéndola, al comienzo del invierno, se me estropeó la caldera de la calefacción. La reparación era la leche, varios días de obra en casa, y estaba tan metido en la novela que dije: «A tomar por culo, no la arreglo, no la arreglo». Me pasé todo el invierno sin calefacción, escribiendo. Con lo cual todo fue más abnegado.
—En la novela hace mucho frío: no será casualidad.
—El frío es bueno para escribir. El frío le sienta bien a los jamones y a los escritores. Porque a los jamones los cura y a los escritores los disciplina. Las incomodidades son buenas en general para escribir.
—A Eduardo Mendoza le gusta escribir de pie precisamente por eso.
—Buscar una cierta dificultad o austeridad te aplica más en el trabajo de la escritura (...). Hay personas a las que les llama la atención la cantidad de trabajo de documentación que hay detrás de libros como este o de mi biografía de Ana María Martínez Sagi. Porque normalmente un escritor, cuando ya está instalado, no lo hace o contrata a un negro o a un documentalista. Yo lo hago porque lo considero parte de mi trabajo, creo que es importante el sacrificio. Hay que sacrificarse por aquello que verdaderamente es tu vocación y la razón de ser en tu vida.
—Dorothy Parker dijo: «Odio escribir, pero amo haber escrito». ¿A usted le pasa?
—Yo no disfruto ni escribiendo ni habiendo escrito. Ahora estoy corrigiendo las pruebas de una vieja novela mía que se va a reeditar, y enfrentarte a lo que has escrito es terrorífico. Los libros hay que escribirlos y abandonarlos. Abandonarlos a su suerte. El escritor tiene que ser un animal sin entrañas que abandona a sus hijos.
«El frío le sienta bien a los jamones y a los escritores. Porque a los jamones los cura y a los escritores los disciplina»
—El protagonista de 'Mil ojos esconde la noche', Fernando Navales, nació en 1996, en 'Las máscaras del héroe', que fue su primera novela y la que lo consagró como escritor. ¿Qué recuerda de aquellos tiempos?
—Bueno, aquel es un libro muy importante para mí. Lo escribí viviendo en Salamanca, acababa de terminar la carrera y era un momento de mi vida en que prácticamente tenía que decidir si iba a sacar adelante mi vocación o, por el contrario, tenía que buscar trabajo o estudiar unas oposiciones. Y vine a documentar el libro a Madrid, a la Biblioteca Nacional. Porque yo había leído libros sobre los bohemios, de Ramón Gómez de la Serna, de Cansinos Assens, de Ruano, de una serie de cronistas de la bohemia, pero no había leído las obras de los bohemios, que son obras muy difíciles de conseguir, y además yo no tenía un duro para comprar aquellas ediciones. Entonces me vine a la Biblioteca Nacional. Estaba hospedado en una pensión en el Paseo del Prado que se llamaba Buenos Aires. Era una pensión a la antigua usanza, con retrete comunal, con estas camas que según te movías el somier se estremecía y gemía, y con habitaciones oscuras, angostas… Me tiraba en la biblioteca desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche, que era el horario que entonces tenía. Y cuando salía me comía un bocadillo de sardinas en la pensión, o si acaso, eso ya era un lujo, alguna empanada que me hubiera hecho mi madre. Y así me tiré casi un mes. En un mes me despaché toda la obra de los bohemios: la de Buscarini, Vidal y Planas, Pedro Luis de Gálvez… Toda la gente que sale en la novela. Lo recuerdo con agrado, porque recuerdo sobre todo el vigor de mi vocación, que es algo hermoso de recordar, más allá de las penalidades que la vocación siempre acarrea. Y gracias a Dios esa vocación la he mantenido.
—El París de 'Mil ojos esconde la noche' se parece al Madrid de 'Las máscaras del héroe': son ciudades azotadas por el frío, el hambre y la miseria moral y material, donde más que vivir se sobrevive.
—Tal vez sea una vocación, ¿no? [y ríe]. Siento una atracción irresistible hacia el barro. Quizá por haber triunfado joven y ser una persona pública, me ha tocado moverme en ambientes burgueses o incluso de alta sociedad. Y la verdad es que siempre me siento un poco descolocado, porque mi vocación natural es más bien hacia el barro, el mundo turbio, el mundo de las pasiones bajas. Y siempre he sentido una especial predilección hacia los fracasados.
—¿Por qué?
—Porque de alguna manera todos somos fracasados. A pesar de que nuestra sociedad trate de estimular en nosotros lo que hay de ganadores, de triunfadores, a pesar de todos esos manuales de autoayuda repugnantes. Todos estamos hechos de barro y todos arrastramos fracasos, fracasos profesionales, fracasos personales… Y nos ponemos máscaras para sobrellevarlo, para que los demás no conozcan cuál es nuestro fracaso, cuál es nuestra herida. Todo esto me parece literariamente muy interesante.
—En las dos novelas rescata a autores o artistas orillados u olvidados. ¿Qué busca en esos márgenes?
—Yo creo que el arte y la literatura no se pueden comprender solo a través de los grandes nombres. Las grandes individualidades te dan una perspectiva deslumbrante del genio humano. Pero la realidad es que el arte y la literatura son una labor colectiva en la que cooperan muchas personas que no son geniales, que tienen un talento más o menos destacado y que contribuyen al clima de la época y a la formación de las tendencias estéticas. Además: el canon de las artes y de las letras de los siglos XIX y, sobre todo, XX, está muy connotado y tergiversado por las ideologías, que han orillado a ciertos artistas o les han negado el pan y la sal mientras que han exaltado desmesuradamente a otros.
—Pero todo esto, el lumpen y el margen, también le interesa desde un punto de vista estético, ¿no?
—Es parte de la estética barroca, y yo soy un escritor barroco. La gente ignorante se piensa que el barroco es la floritura verbal o la columna churrigueresca, el retorcimiento expresivo, pero esto es falso. El barroco es una forma de entender la vida y el mundo. Frente a la visión clásica, que es una visión equilibrada, sí, pero sobre todo idealizadora de la naturaleza humana, el barroco contempla al hombre en un sentido mucho más cabal. Contempla sus lacras, sus vilezas, sus miserias, pero al mismo tiempo lo que el barroco nos dice es que de esas lacras, de esas vilezas, de esas miserias, sin embargo, florece la grandeza humana. Que todo eso se puede redimir. Por eso el barroco es un arte que está en tensión. Y esto es una constante en la tradición literaria y artística española, pero está tratando de ser sofocada, erradicada, por lo que podríamos llamar el europeísmo o el cosmopolitismo. Se quiere que la tradición estética española sea silenciada y sea sustituida por una no-tradición, por una especie de engendro neutro en donde la literatura española puede ser como la finlandesa o como la de Laos. Y yo creo que no. La literatura española tiene unas obligaciones con su genealogía. Hay que mantener encendida esa llama.
«La literatura española tiene unas obligaciones con su genealogía. Hay que mantener encendida esa llama»
—Rafael Conte escribió en ABC hace casi treinta años que usted nació con su estilo «como el búho de Minerva de la cabeza de Júpiter, de golpe». ¿Un escritor es una voz, antes de nada? Y esa voz, ¿se tiene o se busca o se conquista?
—Un escritor es muchas cosas, pero indudablemente tiene que tener una voz propia. Un escritor tiene que tener un estilo propio y tiene que tener un mundo propio. Eso es lo fundamental. Pero no sabría decirte cómo llega… Están los maestros, claro. En mí ha influido mucho Valle, ha influido mucho Quevedo, ha influido mucho Cela, Umbral, Ramón Gómez de la Serna... Pero bueno, luego todo eso lo tienes que hacer tuyo y eso ocurre de forma imperceptible. Al final, la manera de escribir también te elige a ti.
—Su padre me ha contado que su vocación fue temprana. Que a los tres años ya devoraba libros.
—Mi vocación ha sido feroz. Yo no vengo de una familia de escritores ni nada parecido, pero creo que me ha influido mucho la austeridad que me inculcó mi abuelo, que era una persona muy sufrida. (...) La vocación es algo misterioso. Uno tiene que estar atento. Si la traicionas, me imagino que vives toda tu vida un poco amargado. Yo doy muchas gracias a Dios porque encontré mi vocación y la mantuve. Tuve la suerte de triunfar joven, pero también he pasado por momentos difíciles en mi vocación.
—¿Nunca ha trabajado en otra cosa que no fuera escribir?
—Nunca. Siempre he vivido de la pluma.
—Es una cosa rara en España eso.
—Es bastante difícil. Lo que pasa es que fui muy precoz. Durante todos los años de la carrera ya escribía mucho y gané muchos premios literarios. A los dieciocho años ya generaba ingresos con la escritura. Y luego ya a los veinticuatro años publiqué mi primer libro ['Coños'].
—¿Alguna vez se planteó otra salida que no fuera la escritura?
—No, no, la verdad es que no. No me puedo imaginar haciendo otra cosa. Creo que la haría mal, además. Aunque he recibido ofertas tentadoras, sobre todo de dedicarme a la política. Ha habido muchos políticos que han tratado de engatusarme en otras etapas de mi vida.
—Por cierto: ¿hasta qué punto diría que su fe marca la literatura que hace?
—Para mí es como si me preguntaras: ¿Te marca el hecho de ser gordo? ¿A ti te marca el hecho de ser alto? ¿A ti te marca el hecho de no haberte quedado calvo? Indudablemente sí, pero son hechos biológicos. Mi fe religiosa es un hecho biológico, no puedo imaginarme siendo de otra manera. Y es una fe conflictiva, no es una fe mansa ni una fe pacífica, es una fe a veces desgarrada. Pero forma parte de lo que soy. No tiene mérito. Dramatizamos demasiado el hecho de que una persona sea religiosa. Constantemente se refieren a mí como el escritor católico Juan Manuel de Prada, pero no decimos el escritor católico Miguel de Cervantes ni el escritor católico Lope de Vega ni el escritor católico Miguel de Unamuno ni el escritor católico Federico García Lorca. Eran católicos, y en su obra queda claro que lo eran, ¿no? Pero en nuestra época, de repente, como hemos sufrido injerencias extranjeras, parece que es una cosa que dices: «¡Oh, es católico!». Mi fe se nota en mi obra, igual que el hecho de que me gusten las señoras. Pero yo no me siento a escribir una novela para que se note que me gustan las señoras, tampoco para que se note que soy católico. Es una cosa que está integrada en mi vida.
«Siempre he vivido de la pluma, aunque he recibido ofertas tentadoras para dedicarme a la política. Muchos políticos que han tratado de engatusarme»
—En este segundo tomo de 'Mil ojos esconde la noche' uno de los temas es la redención de Navales. Ana María Martínez Sagi le dice: «Que Dios te perdone es relativamente fácil. Lo difícil es que llegues a perdonarte a ti mismo».
—Dios, afortunadamente, es misericordioso con nuestros pecados y nos los perdona debidamente confesados, pero es verdad que a veces las cosas que ha hecho uno le pesan, ¿no? Le pesan. Y esto es bueno que así sea: el sentimiento de culpa, en contra de lo que la civilización moderna y el legado del psicoanálisis dicen, es algo benéfico para el ser humano, porque es una especie de alerta que tenemos en nuestra conciencia que nos dice aquellas cosas que hemos hecho mal. Ana María Martínez Sagi, además, habla desde el conocimiento, puesto que ella ha hecho cosas también malignas en los años de la guerra y también carga con ellas.
—De alguna forma, la novela es el retrato de una generación de supervivientes. De gente que hace lo que hace porque está en un contexto hostil.
—Es así. Uno de los problemas de la situación presente en España es que se está generando un cóctel terrible entre maniqueísmo y fanatismo ideológico. La gente tiende a convertir a muchos de estos personajes en ídolos, en ídolos intachables. Y esto es falso, es mentira. Estas personas eran como nosotros. Si nosotros, que no pasamos por situaciones angustiosas, a veces nos arrastramos, nos envilecemos, nos mostramos como seres indignos, qué cosa más natural que estas personas que se jugaban la vida, que estaban en el filo del abismo, tuvieran conductas así. Tienen que recurrir a triquiñuelas para vivir. Uno recurre al mercado negro, otro compadrea con los de Falange, otro le hace la rosca a los nazis… En fin, es natural. Mucha gente me ha reprochado que sea tan inmisericorde, que saque tantas vergüenzas y tantas miserias de los personajes. Pero te puedo asegurar que hay muchas miserias que he callado porque estas personas, a fin de cuentas, tienen hijos, nietos, sobrinos…
—¿Miserias como cuáles?
—En algunos casos de índole personal. Por ejemplo: personajes que aparentemente son amantísimos maridos pero que se iban de putas constantemente. Y en otros casos, conductas criminales delictivas.
—¿Hay algunas verdades humanas que sólo se pueden entender en situaciones extremas como la de la novela?
—Sin duda, sin duda. La vida que nosotros llevamos es una vida un poquito artificial. Por eso uno de los problemas de esta sociedad tan puritana, tan aséptica, tan modosita, en donde todos somos muy buenos, es que constantemente están floreciendo casos de hipocresía. Porque llevamos una vida falsa. Estas circunstancias son más verdaderas, y ahí eres más humano para lo bueno y para lo malo. En estas circunstancias, la vida aflora mucho más impetuosa y mucho más verdadera.
—Al final de la novela, hablando con César González Ruano, Navales le dice que en el futuro todo será mito y que le cargarán todos los males de lo hecho en París a los falangistas.
—Se tiende a crear un mito del exilio que es grotesco e inverosímil. Todas las personas que vivieron estos años en París ocultaron luego lo que habían hecho allí. Por algo será, ¿no? El único que lo contó todo fue Carles Fonseré, el cartelista y dibujante catalán. Era un anarquista furibundo que pintó unos carteles muy bonitos durante la Guerra Civil. Y en sus memorias cuenta cómo ha colaborado en la prensa antisemita, cómo ha hecho negocios con los nazis, cómo se ha dedicado al mercado negro. Y dice: esto que hacía yo lo hacíamos todos.
«El mito del exilio es grotesco e inverosímil»
—Ruano, o Ruanito, como lo llama Navales, no sale muy mal parado en su novela, con todo su canallismo.
—Sobre Ruano se ha volcado una infamia, que es eso de que entregaba judíos, que es una payasada sin pies ni cabeza. Eso parte de un rumor que divulga en Madrid Manuel Viola, el pintor, que precisamente estaba conchabado con Ruano en la falsificación de documentos para judíos y no judíos. Con esos documentos, además de ganar dinero, le hacían bien a mucha gente, porque les permitía cruzar la frontera. (...) Ruano era un golfo, tenía las perversiones sexuales propias de una persona con un problema psicológico, era desaprensivo, no tenía escrúpulos, pero no era un asesino ni un criminal. La mayor culpa que se ha arrojado sobre Ruano, demostrada, es la que se cuenta en 'El marqués y la esvástica': que durante su estancia en la prisión de Cherche-Midi fue soplón, contaba las conversaciones que mantenían otros presos.
—Otro personaje que brilla aquí es Gregorio Marañón, que primero ayuda a Ruano a salir de prisión y después salva a Felipe Solms, un periodista español de sangre judía al que otro periodista, Mariano Daranas, acusa de ladrón y judío.
—Gregorio Marañón se metía en todos los ajos, no sé si voluntaria u obligadamente. Y efectivamente: están en un tribunal de honor y ahí Marañón dice que bueno, que sí, que este hombre tendrá sangre judía, pero está bautizado, es católico, es español y, por lo tanto, no se puede hacer nada con él, porque está sometido a las leyes españolas, y las leyes españolas no son leyes raciales. No mencionaremos que quien lo denuncia era corresponsal de ABC [y ríe de nuevo].
—Al final del libro, en la nota a los lectores, abre la puerta a otra novela con Navales. Pero sobre la Guerra Civil.
—Quiero escribir otras dos novelas de Navales. Quiero escribir el regreso de Navales a España, en el año 44, y contar los años en los que surge esa gran generación de Cela, Laforet, Delibes, y también los años en los que el régimen de Franco logra de forma genial convertirse en socio de los Estados Unidos. Porque, claro, las visiones que se ofrecen del franquismo son dementes, y esta novela ya la tengo documentada. Es interesantísimo. Quiero contar la historia también de los nazis y los colaboracionistas franceses que se refugiaron en España, entre los que había también escritores y periodistas... Y luego sí, quiero escribir la novela de la Guerra Civil con Navales. Seguir donde acaba 'Las máscaras del héroe': desde el otoño del 36 hasta el año 40 [deja un silencio]. Sí, sí, me queda mucho trabajo.
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