LIBROS
Simone Veil, la banalidad del bien
ENsayo
Primera presidenta del Parlamento Europeo, Simone Veil, protagoniza este volumen en el que se recogen fotos y conversaciones con otros deportados judíos. Memoria viva

Icono del feminismo de muy primera hora (gracias a ella, siendo Ministra de Sanidad de Francia, en 1974 sería aprobada la «ley de interrupción voluntaria del embarazo», llamada 'Ley Veil'), ex deportada a Auschwitz y figura emblemática de la memoria del Holocausto, así como ... firme europeísta, primera presidenta del Parlamento Europeo, la francesa Simone Veil (nacida Simone Jacob, Niza 1927-París 2017) sería una política e intelectual de enorme protagonismo en su tiempo, siempre fuera de toda catalogación. En 2018, por primera vez tratándose de una pareja, y la quinta tratándose de una mujer, sería enterrada junto a su marido Antoine Veil en lo que hasta entonces se había llamado Panteón de Hombres Ilustres de Francia.
Tzvetan Todorov (autor, entre otras, de 'Memoria del bien, tentación del mal') dijo que «el intento de los nazis de disimular sus fechorías en los campos de concentración y de exterminio se saldó con un completo fracaso: pocos acontecimientos de la historia contemporánea están tan bien documentados. Los sobrevivientes de estos campos se sintieron a menudo investidos de una misión -dar testimonio- y no dejaron de hacerlo».
ENSAYO
'Amanecer en Birkenau'

- Autora Simone Veil
- Editorial Pre-textos
- Año 2022
- Páginas 264
- Precio 30 euros
En lo que sería llamada más tarde «la cultura del Holocausto», que dejaría, y sigue dejando, un gran número de obras, Simone Veil siempre tendría opiniones fuertes, muy personales. No le gustaban, por ejemplo, las películas «optimistas, con gente amable y mucha ternura». «Por desgracia -diría- lo que los alemanes y los campos destruyeron fue propiamente la humanidad». Como se desprende del espléndido, y bellísimo, volumen 'Simone Veil, amanecer en Birkenau' ahora aparecido, con una gran profusión de fotos familiares, conversaciones con otros deportados -como su gran amiga Marceline Loridan-Ivens- y recuerdos de ella misma -que había dejado escrito un libro de memorias, 'Une vie', de 2007- textos todos ellos recopilados por el cineasta David Teboul, esta célebre ex deportada a los 16 años a Auschwitz por el simple delito de ser judía, siempre se negaría a ver tratada aquella monstruosa experiencia como algo homologable o «transmitible»: «No puede compararse -afirmará en el libro- con ninguna otra cosa. Nos habían arrancado de cuajo de toda existencia normal, de cualquier experiencia imaginable, creíble y narrable. Vivíamos dentro de un paréntesis absoluto: con el tiempo, en ocasiones, he oído decir: «'Me recuerda a los campos…'. Nada puede parecerse a los campos».
Nunca alteró su convicción de que quienes no vivieron el horror no podían comprenderlo
La soledad de aquellos antiguos deportados judíos, al regresar, como dirá en sus recuerdos, sería absoluta. Sólo podían hablar con los suyos: con su familia o con sus antiguos compañeros de infortunio. Al resto, o bien «les aburrían» o desviaban rápidamente la conversación. Era algo difícil de asumir para los franceses «normales», que no tuvieron ese guion añadido que los convertía en franceses judíos. Recién regresados en 1945, tras sobrevivir a las «marchas de la muerte», ideadas sádicamente por los nazis en el último momento de la evacuación de los campos, Simone lúcidamente se dijo: «Nos harán preguntas y nadie nos creerá». Eran como fantasmas sobrevivientes de un pasado que nadie quería recordar: «Éramos unos extraños. La gente no sabía dónde colocarnos. Nos hacían preguntas humillantes, aberrantes, a veces casi demenciales». Miembros de la Resistencia, mayores que ella, aceptaban todo sin inmutarse, pero en su caso, por su juventud, de vez en cuando «estallaba la ira» de la incomprensión.
Por otro lado, muy pronto, en las crónicas de los grandes juicios a colaboracionistas, como comprobará Simone, nunca se hablaba de los judíos, «de los únicos deportados de los que se hablaba eran de los combatientes de la Resistencia». A su hermana Denise, sobreviviente, como la propia Simone y su hermana Milou, que volvieron de Birkenau, se la ensalzaba como miembro heroico de la Resistencia, pero a ellas no se sabía cómo ni dónde colocarlas. La humillación seguía siendo constante. Lo más difícil, afirmará Veil, «era cómo nos miraban los demás»: «Se sentían avergonzados, tenían miedo de decir demasiado o no lo suficiente». Se sorprendían de que hubieran vuelto y en ocasiones surgían las preguntas morbosas o incluso malignas («¿qué habrá hecho para sobrevivir?»). Cuando al final del verano, su hermana y ella iban con los brazos descubiertos, con el número tatuado a la vista, oían cosas como «creía que estaban todos muertos» o «¡ay, alguno ha sobrevivido!».
Antisemitismo feroz
La incomprensión y extrañeza que vivieron «los regresados» no volvió en cambio pesimista a Simone. No sólo fue, como mujer de la política de su tiempo, una de las promotoras mayores de la reconciliación franco-alemana («con la condición de no olvidar») y por extensión de la difícil construcción europea, sino que, con el paso del tiempo, nunca alteró su firme convicción de que quienes no vivieron el horror no solo no podían comprenderlo, sino que en el fondo «se resistían a hacerlo» como reacción defensiva, y a la vez muy humana.
En cambio, sí valía la pena recordar a la gente que ayudó a los judíos en cada uno de los países ocupados (los «Justos») en una época, la Europa de los años 30 y 40 del siglo pasado, de un antisemitismo feroz y rampante. Gracias a ellos, dirá Simone (en oposición a las tesis de Hannah Arendt) se demostraba que «la banalidad del mal no existe».
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