En perspectiva
De la autoayuda a la filosofía
Por fortuna, muchos filósofos hoy no menosprecian al gran público y eluden las jergas sin perder hondura: Byung-Chul Han, Pascal Bruckner, Susan Neiman...
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En la sociedad del vértigo en la que nos tocó vivir, donde todo sucede a velocidades inauditas, la autoayuda, con sus patrones simplistas, su oferta de falsas ilusiones y sus fórmulas para obtener resultados, se ha convertido en un género consumido por millones, y en ... una industria que vuelve ricos tanto a sus autores como a los editores que ven en ese territorio una mina de oro. La autoayuda a la que me refiero —porque los bordes con otros géneros suelen ser imprecisos— es la que se dirige exclusivamente al individuo, proponiéndole cambios de comportamiento con motivaciones tan ingenuas como «Querer es poder», o prescribiendo métodos o pasos que le aseguran soluciones infalibles.
A los que vemos con desdén y desconfianza los manuales de autoayuda no se nos escapa, sin embargo, lo que esa avidez de ayudas sencillas y rápidas dice de unas sociedades que padecen cada vez más de ansiedad, angustia y frustración.
Las innumerables personas que sucumben una y otra vez ante estos libros actúan llevados tanto por su descontento con ellos mismos como por la búsqueda de una idea de felicidad que les vende el capitalismo, que conoce muy bien cómo volver mercancía los sueños de los afligidos. Lo que la autoayuda omite, sin embargo, es que muchas veces es el sistema el que crea las condiciones de insatisfacción: desigualdades, pobreza, sistemas de salud ineficientes, ideas estúpidas sobre la belleza, el éxito, la riqueza como una meta. La gran falla de la autoayuda es su carácter aleccionador, la prepotencia con la que sus autores se atreven a definir, con discursos moralizantes, cuál es el camino que debe tomar.
No se nos escapa lo que esa avidez de ayudas sencillas dice de unas sociedades que padecen cada vez más de ansiedad y frustración
También la filosofía, aunque a veces se olvide, aspira a ser una vía de autoconocimiento, pues desde sus orígenes se ha ocupado de reflexionar sobre el sentido de la existencia, el problema de la libertad y lo que es y no es ético; y, sin embargo, sería la antítesis de la autoayuda, pues en vez de ofrecer recetas de vida o supuestas salidas, nos muestra que la contradicción, el sufrimiento y la angustia son inherentes al hecho de estar vivos.
Es verdad que en ciertos momentos esta disciplina se ha mostrado como algo abstruso, que se expresa en un lenguaje hermético, pensado para unas minorías intelectuales; y también que ciertas ramas de la filosofía, por su naturaleza, usan una terminología propia de conocedores y especialistas.
Pero muchos filósofos —Epicuro, Aristóteles, Boecio, Pascal, Montaigne, y muchos otros— han sido capaces de hablar con sencillez y hondura de los grandes dilemas humanos. ¿Por qué no se lee más filosofía? Porque ella, más que certezas, plantea dudas y preguntas. Y eso no es algo que guste a una sociedad hedonista y pueril, moldeada por la publicidad.
Por fortuna, muchos filósofos de hoy no menosprecian a los grandes públicos y eluden las jergas sin perder hondura. Cualquier lector curioso y crítico, que ame el rigor expositivo, disfruta leer a Byung-Chul Han, Pascal Bruckner, Susan Neiman o Franco ‘Bifo’ Berardi. Ellos nos llevan a pensar, no nos dicen cómo pensar. Y eso sí: jamás nos dirán, como los mercachifles de la autoayuda, ‘Sé tú mismo’.
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