MÁS QUE PALABRAS
Demipage, la literatura que se sale del tiesto
David Villanueva apuesta con Demipage por una literatura quizá de pequeñas ambiciones pero de altos vuelos con los jóvenes como aliados estratégicos
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Cuando era un niño, David Villanueva (Madrid, 1968) vivió su propio ‘Cinema Paradiso’ con su abuelo, proyeccionista del Instituto Francés. En la sala negra, a la que se accedía por medio de unas escaleras enormes para un niño, el abuelo guardaba, además de las latas ... de las películas, su propia biblioteca. En el lugar, que olía a celuloide, leía en español y en francés, y practicaba sus primeras escrituras. Más tarde, en su última niñez, descubrió a ‘Pinocho’, pero no la película de Disney, sino la novela original de Carlo Collodi.
Y se borraron todas las lecturas anteriores. Pinocho cambió su vida. ‘El principito’ terminó de remover sus ideas, y cuando llegaron las grandes novelas de su primera juventud (Sánchez Ferlosio, García Márquez, Vargas Llosa…) ya estaba decidido que los libros formarían parte indisoluble de su existencia.
Como estudió en el Liceo Francés, al igual que antes había hecho su madre, en sus preferencias literarias los autores galos también marcaron en él una cierta manera de interpretar la vida. Antes de dedicarse a los libros, sin embargo, al acabar el colegio David Villanueva quiso ser una ‘rock and roll star’.
Se asoció con una guitarra y se hizo músico. Músico de la cuadra de Antonio Vega, Luis Eduardo Aute, Santiago Auserón o Javier Krahe. Otro modo de ser y de sentir, desde la música, pero de la mano de la palabra, que en su caso le ha servido para construir una carrera en la que suma y sigue trabajos como ‘Planeta mojado’ (2012), ‘Esclavos en el agua’ (2018) o ‘Sin alteraciones’ (2021). Su versión en francés de ‘El sitio de mi recreo’ (’Mon jardin de rêve’), sobre los tejados de Madrid, explica a la perfección el cruce de culturas que se produce en su persona.
Antes de dedicarse a los libros, sin embargo, al acabar el colegio Villanueva quiso ser una ‘rock and roll star’
Una confluencia que se terminó de definir cuando Villanueva se marchó a estudiar Letras Modernas a Toulouse y, a su regreso, se decidió a fundar aquí su propio sello editorial: Demipage, ‘mediapágina’ en español. Desde Demipage empezó a colaborar con Anaya, Oxford University o Santillana en la elaboración de libros de texto, lo que le permitió entrar a fondo en los secretos de la edición, al tiempo que iba configurando su propia propuesta editorial. Entre los años 2000 y 2002, mientras hacía bolos como técnico de sonido con Los Marismeños o José Luis Perales, inició un catálogo que hoy suma más de doscientos títulos.
Dar voz a creadores heterodoxos, a escritores, poetas, fotógrafos, ilustradores y músicos. Tal fue el empeño con el que David Villanueva fundó Demipage. Y el principio que sigue manteniendo veinticinco años después. Todo ello alrededor de un sentido muy amplio de la ‘francofonía’. La herencia de Jacques Derrida o Jean-Luc Nancy (si alguna vez se ha podido considerar mitómano, dice, ellos han sido sus mitos), pero también lo que puedan escribir en francés un belga, un rumano o un africano. Y además de esa francofonía sin fronteras, la búsqueda de la calidad literaria y su complemento con la calidad en la edición. Empezando por el cuidado de las traducciones. Textos que en Francia son populares y hasta muy populares, y que aquí tienen un público minoritario, pero fiel.
Y autores y autoras jóvenes, premiados o descubiertos por la industria editorial francesa, tan diferente de la española, que definitivamente «se salen del tiesto». Porque la buena literatura, dice, es aquella que de una u otra manera siempre se sale del tiesto. Literatura, quizá, de pequeñas ambiciones, pero sin duda de altos vuelos, y que, como muestra de estos nuevos tiempos que corren desde la pandemia, vuelve a tener a los lectores jóvenes como aliados estratégicos frente a la «literatura de consumo».
Detrás de los milenial del 15-M, dice, los chicos y chicas de la Generación Zeta han aprendido que la literatura puede ser una buena herramienta para entender un mundo que amenaza con dejarlos fuera del mismo mundo.
Y para tratar de cambiarlo. Literatura, también, con un definitivo acento femenino, pero igual desde la expresión de las escritoras como desde la de los escritores que hablan desde una ‘nueva masculinidad’. Ahí están los nombres, dice, de autoras y autores como Lisette Lombé, Laura Vazquez o Antoine Wauters para demostrarlo.
Sin dejar nunca de lado a los clásicos, en colecciones siempre «con valor añadido». Algo que permite que sean los jóvenes, dice, los que apuestan por sus nuevas propuestas de ‘Campos de Castilla’, ‘El rayo que no cesa’ o ‘Poeta en Nueva York’. ¿Qué si es verdad eso de que ha aumentado el número de lectores jóvenes en España?
En su caso no cabe duda, y además ahí está la eterna comparación con el país del que nos separan los Pirineos: antes los lectores franceses eran, sencillamente, tres veces más que los españoles; ahora lo son ‘solo’ dos veces y media. Se diría que progresamos adecuadamente.
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