La inteligencia artificial amenaza al arte del cómic

Huelga decir que el resultado, a pesar de compartir un mismo estilo gráfico, era muy inferior a cualquier trabajo de Pepe Larraz, ya que el verdadero arte se basa en la excelencia, y ésta consiste en tomar siempre las decisiones adecuadas, incluso en los más ínfimos detalles. No basta con que cada una de las opciones (desde la postura de una mano hasta el encuadre de una viñeta) sea correcta, sino que ha de ser la mejor de las soluciones posibles. La diferencia entre un cómic magistral y un cómic mediocre es en realidad muy pequeña, y por eso, se trata de una disciplina tan difícil.

Así las cosas, las creaciones más sublimes están de momento fuera del alcance del algoritmo que, simplemente, produce opciones al azar. Pero si seguimos alimentándolo con referencias, cada vez plagiará mejor. O dicho en román paladín, si el fan que nutre al algoritmo con viñetas de Pepe Larraz sigue añadiendo páginas y páginas del trabajo del historietista español, el resultado será cada vez más cercano al de este gran creador.

Las firmas que se encuentran detrás de la creación de estas IA son conscientes de todo esto y, por ello, animan a las masas a usar las versiones beta de los programas de dibujo mediante IA. Al hacerlo, se les ayuda a alimentar con nuevas referencias gráficas a sus programas. Con ello, no sólo se vuelven más versátiles a la hora de dibujar, sino que los internautas, que seleccionan unas imágenes y descartan otras, entre todas las que el algoritmo genera, ayudan a que la IA aprenda qué es lo que está bien y lo que está mal ejecutado desde un punto de vista gráfico.

Midjourney y otros programas similares solo plagian, y somos nosotros los que estamos poniendo a su disposición material para plagiar, y diciéndole cómo mejorar o perfeccionar las copias que genera.

Eliminar al creador de la ecuación, y sustituirlo por el lector, es desde el punto de vista artístico un completo disparate. El artista, gracias a su formación y al duro trabajo, es capaz de reconocer cada acierto que surge de sus manos. Los historiadores del arte, como el que escribe estas líneas, somos capaces de apreciar estos detalles, pero mucho me temo que el criterio de excelencia que manejamos es fruto del entrenamiento (a los historiadores del arte se nos enseña incansablemente a mirar de forma inquisitiva), y el nuestro no es el baremo que maneja el grueso de los consumidores de cómic. O, dicho de otra manera, para el lector medio, un Pepe Larraz 'estereotipado' o 'manierista' (si se me permite utilizar un término propio de la historia del arte) puede satisfacer completamente sus expectativas como consumidor de historietas.

Al poner los medios de producción directamente en manos del aficionado y, por tanto, eliminar al creador de la ecuación, se elimina el impulso artístico; ese afán de búsqueda de lo nuevo que hace que el artista sea artista. El fan no aspira a conseguir algo novedoso, simplemente desea más de lo que a él le gusta. No son pocos los lectores que, acostumbrados al grafismo de un autor, se rasgan las vestiduras cuando éste da un salto adelante, evoluciona, y cambia de forma notoria su manera de dibujar y narrar. Ahora, gracias a este trabajo que realizan las masas, la IA va a poder identificar los estilos más deseados y comúnmente aceptados para replicarlos 'ad nauseam'.

Así las cosas, el panorama se me antoja apocalíptico. Poco a poco se va a crear un gusto aún más estereotipado que va a lastrar ese impulso vanguardista, que es esencial en cualquier arte que aspire a no estancarse. La vanguardia, por definición, es fruto de la visión de una minoría, y si tradicionalmente tenía que abrirse camino frente a artistas más clásicos y consolidados en el sector, ahora va a tener que competir con los gustos de una masa ingente que tiene en sus manos la herramienta que les permite disfrutar una y otra vez del mismo producto que tanto les satisface.

El arte corre serio peligro de convertirse en artesanía (entendiendo este término en su acepción más básica; es decir, aquella que prima la virtud técnica y, tras repetir una y otra vez una fórmula, adquiere la excelencia en su manufactura a costa de eliminar la innovación de la ecuación creativa).

Mucho me temo que la voracidad del mercado capitalista va a alimentar este monstruo de forma continuada. Eliminar al creador da un control sobre el producto que no siempre tiene el editor y, además, sale a cuenta, (ya que de momento la IA no cobra por vomitar plagios). Sólo la falta de un entramado jurídico que asegure el rendimiento económico de las creaciones de la I.A. está lastrando la implantación de esta herramienta. ¿Pero cuánto tardará nuestra sociedad en limar este obstáculo? Si la IA genera beneficios, intuyo que muy poco.

El lector puede tacharme de romántico, pero nada me produce mayor satisfacción que encontrar una obra de cómic que creativamente pone patas arriba los estándares de una industria y abre nuevos caminos al lenguaje del noveno arte. Y me resulta dolorosamente obvio que si eliminamos al autor, matamos esta posibilidad.

El artista ha de comportarse como el loco. Porque solo las locuras, entendidas como algo diferente a lo comúnmente aceptado, tienen en su interior la fuerza necesaria para crear un cambio de paradigma que renueve e insufle nueva vida a una disciplina.

Sin ser especialista en leyes, me parece de lógica elemental que la primera medida a tomar sea legislar para proteger a los creadores; y que el estilismo que le es propio a cada autor no pueda ser fagocitado con este descaro. Ignoro el modo en que ha de hacerse, e intuyo que no es sencillo legislar sobre algo tan difícil de acotar como es el estilo o sello que distingue la producción de un autor. Por ello, sirva este pequeño texto de llamamiento y que aquellos doctos en leyes que lo lean, comiencen a exprimirse la sesera, buscando el camino para lograrlo.

Un segundo campo de batalla, en el que sí puedo aportar una opinión formada, es el de la educación. Creo que una de las cosas que me han hecho más feliz desde que alcanza mi memoria es disfrutar de la lectura de un buen cómic; y cuanto más sé de esta disciplina, más disfruto cuando me topo con una auténtica obra maestra. Urge pues que, por los más diversos medios, nuestro sistema educativo forme a las nuevas generaciones para poder disfrutar de algo tan maravilloso como es el cómic.

Las IA van copar el mercado con infinitas producciones de exigua calidad creativa, y no parece que sea una buena estrategia abandonar al individuo a su suerte para que distinga por ciencia infusa el grano de la paja. Parece mucho más coherente dotarlo de herramientas que lo formen y le permitan elegir con criterio. Un lector bien preparado amará como yo amo la historieta y hará más difícil que se decante por un producto mediocre, por mucho que el mercado se lo venda como la última panacea del progreso, producida por una tecnología mucho menos inteligente de lo que su nombre nos quiere hacer creer.