
Viernes, 28 de Marzo 2025, 10:44h
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Fue el actor más cool de los años 60 y 70. Su mirada contenida, su rostro curtido por el viento y sus expresivos silencios marcaron una época en el cine. Steve McQueen, nacido en Indiana en 1930, no fue sólo una estrella: fue un símbolo de la rebeldía y la autenticidad en el Hollywood de los años dorados.
Su infancia fue cualquier cosa menos glamourosa. Abandonado por su padre, criado por familiares inestables y atrapado en reformatorios, McQueen parecía destinado, como él mismo reconoció, a acabar en las calles. Pero a los 17 años se enroló en los Marines y encontró, en medio de la dura disciplina, una forma de ordenar su vida.
Tras dejar el uniforme, McQueen se formó en el prestigioso Actors Studio de Nueva York. Su papel en Los siete magníficos, en 1960, le haría un hueco en Hollywood, y su consagración llegó en 1963 con La Gran Evasión. En los años 70 ya era el actor mejor pagado del mundo. Su estilo sobrio y su afición por el riesgo lo convirtieron, además, en un ícono. Éxitos como Bullitt en 1968, o El caso de Thomas Crown, reforzaron su estatus de 'mito'.
Amante de las motos, los coches y las armas, McQueen vivía tan rápido como sus personajes. Su vida sentimental fue turbulenta, con tres matrimonios, entre ellos, el más mediático con la actriz Ali MacGraw. Era reservado, desconfiado de los estudios de cine y enemigo de los protocolos de estrella.
En 1979, con apenas 49 años, le diagnosticaron mesotelioma, un tipo de cáncer asociado a la exposición al asbesto. Rechazó los tratamientos convencionales y viajó a México en busca de terapias alternativas. Murió el 7 de noviembre de 1980, tras una operación en Ciudad Juárez. Dejó tras de sí una filmografía breve pero intensa, una silueta inmortal sobre una moto, y un legado de 'autenticidad', del que las fotos que le hizo John Dominis es un inmejorable testimonio.
«Estábamos sentados alrededor de la piscina y, de repente, ¡Steve se queda sin nada encima! Era tan natural en todo que no daba lugar a sentirse incómodo. Saqué las fotos que tenía que sacar –la mayoría, por detrás– que pudiesen ser publicables. Pero él, desde luego, no escondía nada».
McQueen y Neile Adams, su primera mujer, llevaban ya siete años casados y tenían dos hijos, «pero seguía habiendo una gran complicidad entre ellos; estaban todo el rato haciéndose carantoñas, muchas veces comportándose como niños»
McQueen, en el gimnasio de la Paramount. «Una señal de la confianza de los estudios en que sería la próxima estrella es que le dieron un vestuario propio, el que había sido de Gary Cooper».
«Me sorprendió que Steve y Neile se divorciaran en 1972, siete años después –cuenta Dominis–. Él siempre hablaba de lo importante que era ella, del equilibro que le proporcionaba. Él había tenido una vida bastante dura hasta conocerla».
«A Steve le encantaba el jazz y llevaba siempre un estéreo portátil con él. Aquí está bailando con Neile en su bungaló de Palm Springs. Por el suelo, varios LP de Miles Davis, Frank Sinatra y Count Basie»
McQueen, antes de ir a una sesión de tiro. «Le gustaban las armas, pero más los coches y las motos». Dominis cuenta que conquistó a la estrella porque se presentó con un deportivo espectacular que había alquilado con ese fin.